Una mañana, encontrándose el vapor amarrado en el puerto de Port-au-Prince, la pequeña Blue Ribbon entró corriendo en el comedor del barco. Se aproximó sin aliento a las mesas.
"¿No está mamá aquí?"
No, mamá se encontraba todavía en su camarote, pero los oficiales y los otros pasajeros acogieron a Blue Ribbon con gran placer. Nunca mujer alguna fue tan bien recibida a bordo del President, como esta despreocupada niñita de seis años. Si bebía de la copa de alguien, ese alguien era afortunado por todo lo que restaba del día. Llevaba siempre un vestido blanco, y un lazo azul con el que recogía sus mechones de pelo dorado. Todos los días se lo preguntaban un centenar de veces: "¿Por qué te llaman Blue Ribbon?". Y ella siempre respondía riendo: "¡Porque así me encontrarán si me pierdo!". Pero esto nunca había ocurrido, ni siquiera cuando era tragada por las multitudes que agolpaban los alrededores de los más extraños puertos. Era como un elfo. Grácil, lista como un animalito.
En la mesa nadie pudo retenerla. Al final se dejó convencer por el capitán y trepó a su regazo. El corpulento frisón reía; Blue Ribbon siempre lo prefería a él, y él se lo tomaba como el mayor de los cumplidos. "¡La mojo!”, exclamó la niña, y empapó su galleta en la taza de té.
"¿Dónde has estado esta mañana?", preguntó el capitán. "Oh, oh", dijo la niña, y sus ojos azules sonrieron, más radiantes que la cinta de su pelo. "Mamá debe venir conmigo, ¡usted también! ¡hemos llegado al país de las hadas!"
"¿El país de las hadas? ¿Haití?", exclamó el capitán. Blue Ribbon rió.
"No me importa cómo le digan a este país, ¡es el país de las hadas! Lo he visto yo misma, un montón de monstruos maravillosos que viven en el puente de la plaza del mercado. Uno tiene las manos tan grandes como una vaca, ¡y el que está a su lado tiene la cabeza tan grande como dos vacas!. Hay otro con escamas, como un cocodrilo... ¡Son más bonitos y maravillosos incluso que los que hay en mi libro de cuentos! ¿va usted a venir conmigo a verlos, capitán?"
Entonces salió corriendo hacia una mujer muy guapa que acababa de entrar en el comedor. "Mamá, rápido, tómate el té, ¡deprisa, deprisa! Tienes que venir conmigo, hemos llegado al país de las hadas".
Todos fueron con ella, incluso el jefe de máquinas. El hombre no disponía de mucho tiempo y todavía no había participado del desayuno; sabía que algo no sonaba bien en sus máquinas y debía repararlo mientras el barco se hallase atracado en el puerto. Pero Blue Ribbon se lo había ganado con sus atenciones desde que descubrió que el mecánico tallaba bonitas conchas de carey. Y dado que la niña era la verdadera capitana del barco, tuvo que acompañarla también.
"Recuperaré el tiempo trabajando esta noche", le dijo al capitán.
Blue Ribbon lo oyó y asintió con la cabeza, como una sabia: "Sí, hágalo así. Yo estaré durmiendo"
Blue Ribbon dirigía la columna caminando por entre las asquerosas calles del puerto, seguida por las miradas de los negros curiosos que atisbaban desde puertas y ventanas. Todos brincaban y saltaban tratando de evitar los grandes canales de desagüe, y Blue Ribbon se echó a reír con regocijo cuando el doctor resbaló y el agua sucia salpicó su traje blanco. Siguió adentrándose en los arrabales, a través de los andrajosos puestos del mercado, donde resonaba el eco insoportable de los gritos de los negros.
"¡Mirad, mirad! ¡allí están, los maravillosos monstruos!". Blue Ribbon se soltó de la mano de su madre y corrió hacia un pequeño puente de piedra que conducía a un arroyo seco. "Venid, venid rápido. Mirad estas criaturas, los maravillosos monstruos". Aplaudió con alegría y siguió avanzando a grandes pasos por entre el ardiente polvo.
Había mendigos allí; una dantesca exhibición proporcionada por el hospital. Los nativos pasaban sin prestarles atención, pero ningún extraño podía hacerlo sin que la piedad los moviese a aflojar la cartera. Esto era algo perfectamente calculado. Se suponía que debía ser así: la simple impresión del primer vistazo producía al menos un cuarto de dólar, e incluso alguna dama, desorientada por el súbito mareo, daba un dólar.
"Oh, mira, mamá, mira al que tiene escamas. ¿No es bonito?"
Señaló a un negro con un hongo espantoso que le desfiguraba todo el cuerpo. Era amarillo verdoso, y su virulenta infección colgaba en pliegues triangulares sobre la piel.
"Y allí, capitán, ¡mire allí! ¡Qué gracioso! Tiene cabeza de búfalo. La piel de su cabeza es más grande que el resto de él". Blue Ribbon tocó con su parasol la mano de un enorme negro. El hombre sufría un avanzado estado de elefantiasis y su cabeza se asemejaba a una monstruosa calabaza: alargada, con una protuberante explosión de pelo lanudo que le caía por todos lados. El capitán trató de agarrar a la niña pero ella se liberó, temblando casi de excitación, y se aproximó a otro de los mendigos.
"Oh, querido capitán, ¿había visto usted una mano como esta? No me diga que no es maravillosa". Blue Ribbon sonría con entusiasmo; se inclinó sobre el mendigo cuyas dos manos estaban hinchadas por la enfermedad.
"Mamá, mamá, ¡mira aquí! ¡sus dedos son más grandes que mis brazos!" Oh, mamá, ¿cuándo podré yo tener unas manos tan bonitas?". Y colocó su pequeña mano junto a la del negro, dejándola allí, como un pequeño ratoncito blanco reclinado junto a la infección.
La mujer guapa gritaba, casi desvanecida por el terror en los brazos del ingeniero. Los demás se agolparon a su alrededor; el doctor empapó su pañuelo en colonia y le frotó la frente. Blue Ribbon buscó en el bolso de su madre, encontró un frasco de perfume y lo puso bajo su nariz. De sus ojos azules cayeron sobre el rostro de su madre grandes lágrimas de frustración.
"Querida mamá, despierta, ¡despierta por favor! Despierta pronto, mamita, tengo que enseñarte estas maravillosas criaturas, no puedes dormirte ahora, mamá, ¡estamos en el país de las hadas!"
“Das Feenland”, 1907
10 comentarios:
Exquisitamente perverso...
Es un genio.
Gracias por el trabajo Signor.
Menos mal que tenemos este maravilloso blog para leer inéditos del señor Ewers, porque como tengamos que confiar en el aburrido panorama editorial de nuestro pais...
Me mudé de caserón, amigo, debido a problemas técnicos con el anterior. Si desea actualizar sus favoritos he aqui mi nuevo carnaval:
http://elcarnavaldewolfville.blogspot.com
Un saludo.
Se aprecia, des. Trabajando en los siguientes...
Actualizado, Wolfville. Comparto tu gusto por los films de Tourneur, no sé ni la de veces que he visto "La noche del demonio", en la misma sesión con "La semilla del diablo" de Polanski.
Es un misterio la razón por la que Valdemar no traduce los cuentos de Ewers (los previos a 1927 están libres de derechos de autor). "Mandrágora" se ha vendido muy bien, estoy seguro, y traductores de alemán en paro tampoco escasean.
"su pequeña mano junto a la del negro, dejándola allí, como un pequeño ratoncito blanco reclinado junto a la infección". 20 palabras para caer a la oscuridad a la velocidad de la luz. Encantador, sin duda.
Hola Mario, curioso que menciones ese párrafo; el traductor inglés de Ewers (William Wallace, en www.evilmonk.org) usó un adjetivo dialectal sin traducción directa al español (nesh: "And she laid her little hand in the outstretched hand of the Negro, where it lay, like a tiny, white mouse against the diseased brown nesh"; análisis de "nesh", aquí:http://en.wikipedia.org/wiki/Nesh). No me compliqué la vida... pero aprovecho el detalle para insistir en que no soy traductor, más bien un dilettante que hace lo que puede, aunque "sólo" hasta cierto punto. Al primer quebradero de cabeza resuelvo rápido. Esperemos que los profesionales se encarguen de autores olvidados como Ewers o Tod Robbins, mientras tanto es todo lo que hay. Saludos.
¡Brutal! El "horror" es maravilla visto desde el punto de vista de los ojos de una niña inocente. ¿O pensáis que no lo es? Yo creo que sí, pero con Ewers quién sabe.
Signor, todo un placer poder leer a Ewers gracias a su trabajo. Ahora a por "Salsa de tomate".
Gracias a usted, Herr Llosef! La niñita de Ewers me despierta similares recelos, y dudaría en dejarme llevar por ella con los ojos vendados por las calles de una ciudad desconocida...
Racista y repugnante. Ewers lamentaba en sus escritos la abolición de la esclavitud y no sentía ninguna simpatía por las personas de origen africano.
En este caso particular se trata de un relato de ficción, de un gusto bastante dudoso, cabe decir. Hasta Lovecraft -racista como era también- tenía algo más de clase y genialidad para el horror.
Interesante traducción del inglés, a falta de algo mejor...
No puedo imaginarme leer el trabajo que los traductores harían del alemán, la lengua de Ewers y en la que está escrito el cuento y otros cuentos del mismo dudoso gusto... Sobretodo las piruetas que tendrían que hacer para atenuar el acusado racismo del autor. Un racismo virulento, desfasado y ofensivo.
Viendo como están las cosas hoy día en Haití mejor traducir otras cosas, digo yo, por ejemplo, que está pasando allí realmente, la situación de pobreza, abuso y violencia, de la que nuestros periodicos -y nuestros animalistas, mucho menos- apenas se ocupan.
Del "racismo" de Lovecraft se ha escrito mucho. Ciertamente suena creíble la idea de que las hordas de inmigrantes extranjeros que llegaban a Port Providence le resultaran amenazantes -inhibido y solitario como era- y le inspiraran para crear a Cthulhu y su cohorte de aberrantes criaturas subhumanas. Pero detalles más concretos sobre ese "odio" no conozco, y no me sorprendería que fueran difíciles de encontrar.
Tu comentario sobre Haití y los "animalistas nazis" tiene gracia. Entre los traductores de artículos para Rebelión.org -traductores profesionales, aunque por puro amor al arte en este caso- figura una encantadora mademoiselle a la que he llegado a pedir consejo alguna vez, amiga personal cuya repugnancia por las corridas de toros, gaseamiento de perros callejeros, leyes que permiten el linchamiento indiscriminado de "especies invasoras" como la que se fragua hoy aquí en España, y otras costumbres patrias, no va a la zaga de la que pueda sentir yo o pudiera haber sentido el mismo Ewers.
Por cierto que si el alemán te irrita tanto, espera a que este blog abra paso a sus amigos Herr George Sylvester Viereck, Míster Aleister Crowley y el "amigo de los animales" por excelencia entre los "filo-nazis" británicos, el único e irrepetible Bernard Shaw...
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