ARTHUR MACHEN: EL TERROR

Mientras tuvo lugar y en los años inmediatamente posteriores la Gran Guerra fue abordada por los novelistas de forma diversa: "Sin novedad en el frente" de Remarque, "Adiós a las armas" de Hemingway o las aventuras del buen soldado Schwejt, del pragués Hasek, son buena prueba de que no sólo todos los bandos sino todas las naturalezas tuvieron algo que decir sobre el conflicto. Hay muchas otras novelas remarcables que tocaron el tema de forma más o menos oblicua (imposible obviar "Viaje al fin de la noche" de Céline); pero por razones de estilo, oportunidad y talento, no existe una que pueda compararse a esta de Arthur Machen.

"El terror" no es estrictamente hablando una historia bélica. Las alusiones a la guerra son breves, tangenciales y vienen envueltas en un halo de irrealidad: centenares de ataúdes saliendo de una fábrica de municiones destruída por el fuego en las afueras de alguna ciudad de las Midlands; la noticia, entreleída en los periódicos de la mañana, de un aviador de las Fuerzas Aéreas que despega hacia Francia una tarde de buen tiempo, casi sin viento, y que cae sobre los prados con las hélices destrozadas por una bandada de palomas; la presencia inesperada de soldados asustados, casi niños, que guardan el paso a las montañas como si las abandonadas canteras escondiesen secretos militares.

Tampoco se preocupa el libro por desentrañar las claves políticas del conflicto, ni por evaluar su impacto emocional en los que tomaron parte en él. Machen escribió esta novela desde la distancia y durante el segundo año de la contienda, con las líneas del Oeste inmóviles y sumidas en un largo sueño, "cuando los días se volvían semanas, las semanas meses, y la batalla de occidente parecía haberse congelado". Es precisamente el misterio de esta parálisis en el frente entre julio de 1914 y octubre de 1916, y su impronta de terror en las almas, lo que Machen toma como punto de partida, proyectándolo como era habitual en él a los agrestes y oscuros escenarios de su Gales natal.

En ese punto de su biografía el autor de "El Gran Dios Pan" se encontraba en una situación singular: su obra se había beneficiado del movimiento decadente victoriano -nada menos que Aubrey Beardsley se encargó de la portada de la primera edición de "Pan"- y, por las mismas, había terminado por provocar su ostracismo tras el juicio mediático que en 1895 condujo a Oscar Wilde a la cárcel. La moda declinó, y la presión de los periódicos y el veto de las editoriales londinenses hizo el resto.

Mucho más tarde, gracias en parte a norteamericanos como H.P. Lovecraft, esas obras maestras volverían a reimprimirse para deleite de una nueva generación de lectores, pero mientras tanto su autor tuvo que subsistir apurando la herencia de su padre, rector de una vieja iglesia en Gales. Tras la muerte de su mujer Amy su fascinación por el paganismo y los motivos religiosos se incrementó: él que siempre había vivido aislado entre sus queridos volúmenes de Shakespeare, Rabelais y Cervantes acabaría frecuentado una sociedad esotérica de cada vez más patética reputación, la Hermetic Order of the Golden Dawn, durante unos meses y hasta que el perverso Aleister Crowley hizo acto de presencia.

Con casi cuarenta años entró en una compañía ambulante de teatro, la Frank Benson's Company of Traveling Players. Conoció a  Dorothie Purefoy Hudleston, con la que contrajo matrimonio, y forzado por las circunstancias regresó a Londres como redactor en nómina del London Evening News, actividad esta, la de periodista, en la que parece que jamás se sintió del todo a gusto. En su biografía sobre G.K. Chesterton, su cuñada Ada lo retrata de pasada al referirse a ese colorido ambiente de Fleet Street de principios de siglo, poblado de periodistas, artistas y libreros:

"También estaba por allí ese día Arthur Machen, elegante como siempre, hablando de demonología".

Esos años como redactor de tabloides acabarían brindándole una oportunidad excepcional: en 1914 una pequeña fantasía suya en forma de artículo, "Los arqueros", hizo cristalizar los confusos sentimientos de miedo, esperanza y júbilo de los ingleses, contribuyendo a crear una de las leyendas más recordadas de la guerra. Sirvió también para devolverle el interés del público. Pero sobre todo cabe pensar que, por lo que a su trayectoria como escritor respecta, lo iluminó y lo hizo avanzar a través del callejón sin demasiadas salidas al que se había conducido él mismo con relatos de las características de "La colina de los sueños".

Así, en 1916, comenzó la descripción de ese terror que cae inesperadamente sobre el suroeste de Gran Bretaña con la resonancia de un azote bíblico y la significación de una delicada fábula; lo hizo desde su refugio londinense incorporando al propio tema las dificultades del momento -la censura y el control gubernamental-, de forma meticulosa, sibilina, casi de puntillas sobre los bordes de la razón, alternando los modos de su nueva profesión y las perfiladas técnicas del relato fantástico.

"El terror" es todavía hoy una obra maestra del miedo, en su sentido más atávico. Es el miedo de "La Máscara de la Muerte Roja" de Edgar Allan Poe, el del film "Los pájaros" de Hitchcock; la desazón de las plagas de peste que conoció Europa en los años del Medievo, y que sólo un año después se reproduciría de nuevo pese al silencio de los periódicos; esa emoción del intelecto en cuya búsqueda se denodó H.P. Lovecraft a lo largo de toda su vida, y cuyas personalísimas claves Machen se llevaría con él al otro mundo.

 

The terror by Arthur Machen

2 comentarios:

Alejandro Castroguer dijo...

Estupenda crítica, y estupendo LIBRO. A mí me gustó mucho. Claro que no esperaba una historia bélica. Muy sugerente.

Saludos

Daniel Garrido dijo...

muy buena crítica de un autor grandioso. Nunca me cansaré de releer a Machen

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