Tras el armisticio de 1918 y la “paz de Versalles”, el panorama editorial de Europa se vio anegado por una lluvia de autobiografías y confesiones varias de espías, militares y agentes secretos. Tan solo en Francia se cuentan por docenas: "Agents secrets: l'affaire Fauquenot-Bierckel" de Paul Durand; "Aventures d'un agent secret français 1914-1918" del Capitán L. Lacaza; "Les chasseurs d'espions", de Georges Ladoux; "Condemned to death”, de Louise Thuliez; "Dans l'air et dans la boue. Mes missions de guerre", de Jean Violan; "Dans les coulisses de la guerre. Espionnage, contre-espionnage", de J.Tillet; "I spied for France", de Marthe Richer; "In the eagle's claws", de Jeanne de Beir; "Mes missions secrètes, 1915-1918", de Joseph Crozier, y aun un largo etc.
Todo ello, sin tener en cuenta los volúmenes centrados de forma exclusiva en la figura de Mata-Hari –un subgénero en sí mismo.
En su mayoría fueron textos que ayudaron a fomentar entre la población francesa el miedo y la germanofobia, añadiendo más leña al fuego de las, por entonces, muy tensas relaciones entre los dos vecinos. En este sentido las confesiones de Charles Lucieto no fueron una excepción, y de poco sirvió que periodistas alemanes tan intachables en su integridad y tan sentimentalmente vinculados a Francia como Tucholsky lo denunciaran: con Káiser o sin Káiser, la derrotada Alemania seguía siendo para Francia una némesis a la que mirar con fascinación.
Publicado en 1927 bajo el título de "La guerre des cervaux: en missions speciales", el libro de Lucieto debió resultar particularmente exitoso, y todavía es digno de leerse: veintiséis capítulos a modo de vignettes repletos de información privilegiada, de prosa fácil, un inevitable tono naif y acción de variada índole.
Lucieto fue uno de los muchos agentes franceses residentes en los Países Bajos durante la ocupación, con libertad de movimiento a territorio enemigo y a París, donde rendía cuenta a sus jefes; un tipo que entre otros muchos y diversos disfraces operaba bajo la fachada de hombre de negocios, y cuya misión más recordada consistió en robar una nueva fórmula del gas mostaza introducido en obuses que los alemanes, en contra de todas las convenciones internacionales, comenzaron a emplear en su guerra de trincheras en 1915. Los terribles efectos de este tipo de gases venenosos, a los cuales los soldados temían más que a las bayonetas o las propias balas, fueron descritos en cierta ocasión por un reportero del New York Tribune :
“Una nube de vapor, gris-verdosa y tornasolada, que flota sobre el suelo como la neblina de un pantano, desplazándose hacia las trincheras francesas a medida que es arrastrada por el viento. Sus efectos sobre las tropas consistían en violentas náuseas y desmayos, y un completo colapso. Se cree que los alemanes, que cargan en hordas detrás de la niebla, no encuentran ninguna resistencia humana, con el frente francés virtualmente paralizado".
Es sin embargo en el capítulo II donde Lucieto describe la organización y estructura de los Servicios Secretos alemanes, antes, durante y después de la guerra. Lo hace en los términos de una monstruosa maquinaria criminal, omnisciente, casi todopoderosa, estúpida a veces, que recuerda vivamente –tal vez demasiado vivamente– a la organización del Dr. Mabuse en el film de Fritz Lang, rodado sólo algunos años antes.
Lucieto, seguramente demasiado feo o corriente para haber emulado a James Bond en la vida real, no tardó en inventarse uno propio (James Nobody, el “as de ases del Servicio Secreto Aliado”) y siguió explotando esta veta literaria durante los años 20 y 30 con novelas de ficción publicadas bajo títulos tales como “El Agente Secreto 123-X-18”, “La espía de los cabellos rubios” o “La virgen roja del Kremlin: memorias de una agente secreto de la Enténte en la Rusia de los sóviets”. Al parecer, gustaba de insistir en que todas ellas se basaban en hechos reales que no podían ser contados directamente, y en personajes auténticos sobre los que no estaba autorizado a dar detalles. Cuando murió, sus editores continuaron alimentando el misterio, insinuando que en su muerte no había nada “accidental”.
LA ORGANIZACIÓN DEL SERVICIO SECRETO ALEMÁN
El paisaje dibujado por un espía. ¿Podría parecer más inofensivo? En el dibujo reproducido abajo, es posible ver la imagen que esconde tras su camuflaje.
Mapa de una base naval francesa.
Antes de proceder con mis memorias, creo que arrojaré luz sobre algunas cosas si explico a los lectores el modus operandi de los diplomáticos alemanes y de sus servicios secretos militares, tal como eran antes de la guerra.
No es necesario mencionar que, desde que se firmó el Armisticio, las actividades del Servicio Secreto alemán han disminuido tan escasamente que tras la firma del famoso tratado entre alemanes y bolcheviques en Rapallo, en 1922, se han visto obligados a construir dos edificios en los que alojar a los nuevos agentes...
El Servicio Secreto alemán, con sus cuarteles generales de Tiergarten, en Berlín, es la más gigantesca organización de espionaje que se pueda imaginar. En esto, como en todo lo demás, nuestros implacables enemigos se organizan a gran escala. Puede decirse sin temor a exagerar que cuando el Káiser nos declaró la guerra, el Estado Mayor alemán (Grosser Generalstab) sabía todo lo que valía la pena saber sobre nuestras fuerzas militares.
El Servicio Secreto, diseñado y puesto a punto por el espía Stieber, muerto en 1892, se compone de tres ramas:
1. La rama política
2. La rama militar
3. La rama naval
Antes de la caída del Káiser la rama política estaba asignada directamente al gabinete del Emperador. En la actualidad se halla bajo el control del Ministro de Asuntos Exteriores –al menos, de cara a la galería–, y dispone de tantas secciones como países hay en el mundo. Como su nombre indica, su tarea es velar por la seguridad del Gobierno y de su presidente, brindando a sus consejeros privados toda la información sobre geopolítica mundial que pudiera ser utilizada en beneficio del Imperio.
Antes de la guerra la división más importante era la Sección de Personal, bajo la supervisión directa del Emperador. El Káiser, no obstante, ejercía su poder de forma clandestina permitiendo al Premier ejercer el control nominal. Esta sección todavía existe. Simplemente ha cambiado su nombre, ahora se llama "Sección Privada". Los agentes suelen ser promocionados desde los otros dos departamentos, que sirven como campo de entrenamiento. Sólo los hombres que dan pruebas de la máxima aptitud son admitidos en la Sección Privada. Se les escoge de todas las capas de la sociedad. Algunos pertenecen a la nobleza y sus nombres figuran en el Almanaque de Gotha. Otros son criminales ordinarios, capaces de cometer los actos más viles sin pestañear; muchos de ellos ya han tenido problemas con las policías de otros países.
A estos agentes se les emplea de forma acorde a su condición social, a su audacia e iniciativa, o a su entrenamiento o educación. Normalmente trabajan en entornos que les son familiares; pero a todos se les trata con la misma severa disciplina. Deben obedecer sin rechistar cualquier orden dada. Sólo los resultados cuentan. Deben lograr lo que se les encomienda, del modo ordenado y en el tiempo indicado y no se tolera ni la más remota posibilidad de un fracaso.
Yo personalmente he conocido a tipos que a resultas de un insignificante error han sido confinados en las fortalezas de Glatz, Spandau o Koenigsberg. Algunos han desaparecido sin dejar rastro... Si un agente se "quema", no cuenta con ninguna protección. Si es arrestado en un país extranjero– lo que ocurre con más frecuencia de lo que uno supondría– es abandonado a su destino.
Hay que remarcar que los agentes que realizan tareas peligrosas son pagados en proporción a los riesgos que asumen. Actualmente, el presupuesto estimado para las tres secciones alcanza los 19,000,000 de marcos de oro (alrededor de 4,875,000 dólares). También existe un "cofre negro" (lo que llamamos "fondos reservados"), del que se dice que está bien nutrido. Todo esto está a disposición del General von Seeckt –que no tiene que rendir cuentas ni presentar factura alguna–, permitiéndole cubrir todas sus necesidades y recompensar cualquier logro no habitual con la debida generosidad. Un agente de habilidad media empieza con un salario de 6,000 marcos, incrementado con diversas dietas de alojamiento y manutención y con los bonos variables que pueda obtener por los servicios prestados.
Yo estuve familiarizado con uno de los directores del servicio; sus responsabilidades eran tales que, necesariamente, tenía acceso directo al Káiser a cualquier hora del día o de la noche. Este hombre, el Príncipe de R....., era miembro de una distinguida familia de la aristocracia teutona. Su padre había sido embajador del Káiser en la corte de un soberano que durante la guerra mantuvo una relación de amistosa neutralidad manifestándonos su simpatía, y que desde el Armisticio está de nuestra parte... Sin embargo –menciono esto para enfatizar el sentido moral medio de los directores de la Sección Privada, y de sus agentes–, sin embargo este hombre –¡un Príncipe!–, cuando fue espía residente en París (en consecuencia, sometido a vigilancia francesa) perdió en un casino varios cientos de miles de marcos. Días después compró un collar de perlas, a crédito, e inmediatamente lo vendió por una cantidad que triplicaba su valor. Las denuncias que se interpusieron contra él obligaron a su familia a intervenir en el asunto, apresurándose a pagar al joyero, y el Príncipe von R...... fue invitado por la policía francesa a marcharse inmediatamente del país. Más tarde, volvió a Francia... al frente de un escuadrón de ulanos (soldados de caballería del ejército alemán). Hecho prisionero durante la guerra, se le trató como invitado en el castillo de Vitré (en octubre de 1914). Fue allí donde tuve la oportunidad de mantener con él una interesante conversación... a partir de la cual se desarrollaron otras muchas cosas.
Siendo esta la catadura moral de los "directores del servicio", no cuesta mucho hacerse a la idea de la que poseen los subordinados...
LA RAMA MILITAR
La rama militar del Servicio Secreto alemán está conectada con el Ministerio de la Guerra, bajo la supervisión personal del Secretario de la Guerra, actualmente Herr Gessler. Como su nombre indica, esta sección ofrece toda clase de información militar al Estado Mayor Alemán.
Von Falkenhayn, el Secretario de Guerra bajo el viejo régimen, diseñó una estructura formidable. Incluso hoy sus agentes infestan casi todos los países extranjeros. Esta rama era perfecta en su eficacia, dirigida al final de la pirámide por el General von Heeringen y el General von Plattenberg. Cuando estalló la guerra la red estaba totalmente preparada para brindar al Estado Mayor Alemán toda clase de información detallada acerca de cualquier cuerpo o departamento especial de los Aliados. El Príncipe heredero, su hermano, el Príncipe Eitel Friedrich, y el Príncipe Guillermo von Wied pertenecieron en un momento u otro a este Servicio Secreto. Esto no debe sorprendernos, si tenemos en cuenta que en Alemania el oficio de espía se considera una de las más honorables profesiones.
Cada subdivisión del servicio contaba con numerosos agentes, civiles y militares. A su vez estos se dividían en tres clases, que formaban una jerarquía virtual:
1. Directores de operaciones en el extranjero
2. Agentes encargados de misiones especiales
3. Agentes residentes en el extranjero
1. Directores de operaciones. Estos son la crème de la crème de los espías. Deben pasar los exámenes más duros y, en sus respectivos campos, han de inspirar la más absoluta confianza a sus superiores. Por lo general dominan varios idiomas. Antes de ser enviados a otros países reciben educación técnica y militar de primera clase: topografía, ingeniería, e incluso estrategia militar son cosas que no deben tener secretos para ellos. Sin la ayuda de ningún instrumento han de ser capaces de dibujar mapas de territorios o planos de fortificaciones, tras una rápida inspección ocular sobre el terreno. Se les enseña a estimar con precisión el número de soldados y armas de cualquier posición enemiga, la exacta localización de sus defensas, la localización de sus cañones, y la cantidad de municiones con que cuenta la infantería y la artillería de que se dispone.
La habilidad para entender la psicología de aquellos a quienes se les encomienda vigilar depende, como es obvio, de la capacidad nata de cada agente: ser consciente de sus peculiaridades de carácter, de sus debilidades, descubriendo, si ello es posible, cuál es su talón de Aquiles con vistas a explotarlo, a través del chantaje por ejemplo. Resulta fácil entender cuán complejas son las obligaciones de estos agentes. Requieren una combinación de cualidades que raramente se dan en un solo hombre. Por eso son llamados de forma periódica a diversas "vacaciones", para ser instruidos en nuevas técnicas por oficiales retirados, en las oficinas centrales en Bruselas, Lausanne y Génova. Estas oficinas están dirigidas por tipos de innegable talento como Herr Thiesen, el consejero personal de la policía, que mantiene una residencia permanente en Bruselas.
La obligación de estos directores de operaciones consiste en supervisar a los agentes residentes en Francia. De vez en cuando los visitan y les entregan nuevas órdenes. De ellos también depende verificar la información obtenida por estos agentes, clasificarla y organizarla.
2. Agentes encargados de misiones especiales. Al igual que los directores de operaciones, los agentes encargados de misiones de especiales en el extranjero reciben un entrenamiento concienzudo para servir con eficacia a los intereses del Reich. Cuando entran en el servicio secreto, se les conduce ante los oficiales del Mando Mayor quienes en un periodo de tiempo relativamente pequeño –cinco o seis meses en la mayor parte de los casos–, los devuelven, en posesión ya de una instrucción y unos conocimientos dignos de un ingeniero civil. Los más importantes son topografía, dibujo técnico, trigonometría y geografía. Asisten regularmente a clases en el Zeughaus, un magnífico museo donde el Estado Mayor ha reunido toda clase de documentos, fotografías y modelos detallando la organización, el armamento y las tácticas de las armadas extranjeras y de sus fuerzas navales.
Cuando terminan, son objeto de un severo examen. Sólo tras superarlo, demostrando así que han adquirido la capacidad suficiente, son enviados a sus misiones.
Estos agentes tienen carta libre para elegir los métodos por los que alcanzar el éxito. Se les da credenciales de embajadores alemanes en el extranjero y, para evitar filtraciones, se comunican sólo por códigos e incluso únicamente a través de agregados militares. La información así obtenida llega a Berlín tanto por correo diplomático como gracias al agregado militar; en ocasiones, es este último de forma personal quien informa a la autoridad competente.
Aunque no ilimitadas, las sumas que reciben estos agentes son enormes, incluso disparatadas en proporción a los servicios prestados.
3. Los Agentes Residentes. Los agentes residentes son legión. En Francia había 15.000 antes de la guerra. Todos alemanes, y todos bajo el control de las oficinas centrales de Bruselas, Lausanne y Génova. De acuerdo con la teoría de que para ser eficaz un espía debe disfrutar de la mayor libertad de acción, a la mayoría de ellos se les permite eludir sus obligaciones profesionales diarias. Puestos a la cabeza de este o de aquel negocio, son sus propios jefes, y van y vienen a cualquier hora del día o de la noche sin llamar la atención de sus amigos o empleados. No hay negocio o campo profesional donde no encajen: llegan a convertirse en auténticos jefes de estado, abogados, fabricantes de juguetes o vendedores de baratijas en París, viajantes de comercio, exportadores de diversos productos, etc. Sus empresas o negocios sirven de tapadera a su labor de agentes, y es el Servicio Secreto quien los financia, en su totalidad o en parte. Cada semana, reciben fondos (aparte de su salario de entre 500 a 1000 marcos), a través de pagos ficticios a cuenta de sus negocios.
La mayoría de los empleados en estos negocios también son alemanes, empleados del Servicio Secreto en mayor o menor medida.
“Música” de la canción titulada Mysotis d’Alsace
Salvo en raras ocasiones, estos agentes individuales no mantienen relación directa con los jefes. Se limitan a suministrar información al departamento, que es responsable de verificarla y codificarla.
Los servicios de estos agentes subordinados por lo general no son de gran valor. Pero no obstante, apostados en las cercanías de nuestras guarniciones, de nuestros fuertes y otros lugares estratégicos, se hallan en una situación inmejorable para informar a sus jefes del más pequeño movimiento de tropas o variaciones de nuestras defensas, o de los cambios de Comandantes o Jefes de Regimiento. Merced a su vigilancia incesante, filtran cualquier dato que consideran que puede ser relevante, convencidos de que con su labor están prestando un gran servicio a la Gran Alemania.
El jefe de nuestro Servicio Secreto está familiarizado con estas actividades. "Cada alemán en el extranjero debería ser considerado un agente enemigo", suele manifestar. Todos los agentes franceses que trabajan sobre el terreno subscribirían esta opinión. Suya es la tarea de destapar cualquier actividad sospechosa o criminal de un espía alemán en Francia.
El establecimiento de esta organización de espías residentes se debe también a Herr Stieber, quien, tras la guerra de 1870, anegó literalmente Francia de espías. Empezó enviándonos a alemanes con la misión de adquirir tierras y granjas que, poco a poco, fueron siendo aceptados como simples granjeros. Se extendieron por todo el país, infestando de forma particular los distritos fronterizos. Luego, estos hombres se aseguraron puestos para sus colaboradores: sirvientes de ambos sexos, profesores y maestros, viajantes de comercio y dueños de pequeñas tiendas.
Más tarde y gracias al dinero proporcionado por el Estado Mayor, organizaron una industria de hoteles, a la que pertenecen la mayoría de los grandes hoteles gestionados por alemanes y con personal alemán. Estos lujosos establecimientos atraen a una clientela rica y distinguida entre la que abundan los extranjeros. Oficiales de gabinete, diplomáticos, políticos, generales, etc., considerarían inconcebible alojarse en otros lugares que no fueran estos hoteles. ¿En qué otro sitio se podría irrumpir y fisgonear con mayor facilidad sino en estos lugares, especialmente si el espía dispone de las llaves de las habitaciones? Sus oportunidades son inmensas.
Tan pronto como alguien en viaje oficial se registra allí, el objeto de su viaje es rápidamente investigado. Si no ha tomado la elemental precaución de no llevar con él la información o los documentos, puede apostar la vida a que en cuestión de horas estarán siendo examinado por un agente del Servicio Secreto alemán. Incluso tomando precauciones le resultará difícil mantenerlos a recaudo de sus miradas.
Dibujo de uno de los diabólicos “bolígrafos” hallados en el oeste de Francia
Los Servicios Secretos son capaces de sacarse mil y un trucos de la manga. Si el hotel no es capaz de llevar a cabo la misión, el trabajo se le encomendará a una fulana o mujer de vida alegre. Nueve de cada diez veces logrará hacerse con los documentos deseados. Así es como Irma Staub (conocida como "la espía bella"), de la que luego hablaremos, fue capaz de conseguir ciertas cartas, cuyo robo se produjo a resultas de la administración de una fuerte dosis de pastillas para dormir a uno de los más prominentes hombres de Europa. Por suerte, estas cartas estaban encriptadas. El caballero en cuestión aprendió pronto la lección. Si los alemanes hubiesen descubierto el contenido de esas cartas, ese mismo día habría estallado la guerra.
Antes he dicho que el Servicio Secreto alemán conoce multitud de trucos y ardides. Debo ser más específico, y señalar que no tienen fin. No se detienen ante nada, ni siquiera ante el asesinato. Un ejemplo: algunos meses después del comienzo de la guerra se le entregó a un oficial de nuestra armada, particularmente competente, una lista de diversas señales capaces de identificar de día o de noche cualquier barco de su país. Debía entregarla al Mando Aliado.
Uno de los sistemas de comunicación utilizados con frecuencia por los espías alemanes. Reproducido de una foto miniaturizada: un nuevo tipo de obús anti zeppelin, cuidadosamente disimulado bajo el sello de correos
No necesito decir lo catastrófico que hubiese sido que Alemania conociese esa lista. Sabían de ella e hicieron todo lo posible para obtenerla, pero el joven oficial era duro de pelar y se les resistía. No sólo guardó su secreto, sino que mostró un especial placer en dejar en evidencia a todos los espías que le enviaban. Irma Staub casi lo consigue, pero nuestro hombre la descubrió al advertir que la dama hacía un pequeño guiño a otro tipo a quien él ya había identificado como un espía. Tras reprocharle su conducta delante de todos, la despidió de su lado.
Los agentes alemanes, que habían recibido instrucciones de conseguir esa lista al precio que fuese, no se dieron por vencidos. Una tarde cuando el oficial dejaba el hotel, dos hombres lo atacaron con cuchillos y casi lo matan. El oficial ya era consciente de lo peligroso de su situación, y había puesto los documentos en las manos de la Fuerza Aliada.
Disculpará el lector esta larga digresión, pero era necesario poner en su conocimiento la organización del Servicio Secreto alemán. En los capítulos siguientes, tendremos oportunidad de ver con más detalle cuáles son sus métodos de trabajo...
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