"Es a nuestro Káiser, y a nadie más, a quien los ingleses deben agradecer que la mitad de su Londres no esté ya reducida a cenizas"
Esto tan agradable me lo dijo el Mayor Herwarth von Bitterfeld, del Mando Mayor, durante una cena que dio el Baron Mumm von Schwarzenstein del Foreign Office a varios periodistas neutrales que ese día estábamos en Berlín. Mi informante hablaba perfectamente en serio, y estoy convencido de que creía cada una de sus palabras. Sé de buena fuente que tenía conexiones directas con el círculo más cercano al Káiser, y a él le debo haber tenido conocimiento de algunos interesantes rumores e informaciones. Especialmente cuando daba cuenta de una o dos botellas de su cosecha favorita de Pommery Sec, Bitterfeld era alguien en quien cualquier periodista de cualquier afiliación podía confiar. En su caso, la sociabilidad se volvía locuacidad.
En esos días escuché muchas cosas sobre las incursiones de zeppelines en Inglaterra. Se esperaba mucho de ellos. Durante las cenas, la forma preferida de las cartas de los menús era un zeppelín o un aeroplano. De forma natural, y con frecuencia, estas figuritas daban pie a comentarios sobre temas aeronáuticos y de ahí a conversar acerca de las incursiones bélicas sobre Londres había sólo un pequeño vuelo que conducía a la sobremesa.
Debo admitir que algunas cosas que escuché acabaron siendo verdad. Otras no, y nunca lo serían.
Los alemanes son pobres psicólogos. Un ataque en masa de zeppelines sobre Londres era de lo que se hablaba como el más impactante as en la manga guardado por el gobierno alemán. Creían, de forma inocente, que unas cuantas incursiones serias harían que el pueblo inglés hincase su rodilla suplicando la paz.
"¿Defensas aéreas? ¡Ja!… Escuche, mi querido amigo" –se me decía una y otra vez–, "simplemente no existe defensa alguna contra nuestros zeppelines. Pueden volar a diez mil millas de altitud, lo que los coloca fuera del alcance de la artillería. Les enviaremos tantos que oscurecerán el cielo de Londres. Y en cuanto a la defensa de sus aeroplanos, nuestras ametralladoras darán buena cuenta de ellos".
"Pero, ¿de qué es capaz exactamente un zeppelín? ¿y de qué no es capaz?", era mi sencilla pregunta. Y las respuestas que obtenía eran muchas y variadas. Se las brindaré graciosamente al lector, dentro de unas líneas. Detengámonos ahora en el Mayor Bitterfeld, y en el compasivo Káiser que según él nos perdonaba la vida.
"Desde el mismo principio de la guerra", me aseguraba el Mayor, "varios jefes del Almirantazgo y del Mando Mayor han estado tratando de persuadir al Emperador para que firmase un edicto permitiendo ataques aéreos periódicos sobre Londres. ¡Ay! (profundo suspiro) sin resultados hasta ahora... Varios informadores me han comunicado que el Káiser rechaza de forma tajante tomar ventaja de una plaza indefensa y cuyo ataque significaría además bombardear desde el aire a sus propios primos y parientes. Y sé lo mucho y lo muy insistentemente que nuestros líderes han tratado de hacerle entrar en razón. Londres es el corazón y el cerebro de esta terrible guerra, y ello les haría probarla en sus propias carnes. Una incursión con diez o quince de nuestros zeppelines de última generación se sobrarían para ello".
Añadió que en febrero de 1915 veinte zeppelines habían estado a punto de salir de sus bases hacia Londres, pero que en el último minuto el Káiser había intervenido personalmente para detenerlos.
"Con nuestros submarinos ha pasado exactamente igual. Nos llevó meses persuadir al Emperador de que debíamos combatir la fuerza con la fuerza. La guerra submarina se rubricó con su firma unas seis semanas antes de que la desatásemos. Supongo que con los zeppelines debemos tener la misma paciencia"
Todo el mundo estaba de acuerdo con él y con su absoluta confianza en el poder de los zepelines. Sin embargo, diferían en cuanto a su utilidad.
"Puede que nuestros zeppelines no cambien el curso de la guerra, pero jugarán en ella un papel importante. Hasta ahora no los hemos necesitado porque hemos luchado sobre todo en tierra; pero cuando llegue "El Día", y la flota inglesa salga de su refugio en el Mar de Irlanda, entonces, amigos míos, el mundo sabrá de lo que un zeppelín es capaz"
El que hablaba era un hombre de poco más de treinta años, y me pareció sincero.
"Oh", añadió apasionadamente, "¡sólo es necesario que salgan!". No pude evitar preguntar con cara de póquer: "Pero, ¿a quiénes se refiere? ¿a los ingleses, o los alemanes?"
"Verá", dijo otro, "todos los que sabemos algo de guerra naval y de la estrategia inglesa al respecto, somos conscientes de que ellos siempre han dicho: 'La costa del enemigo es la primera línea de defensa'. ¿Qué ha sido de ese axioma? ¿dónde están sus barcos?"
Pregunté si un bombardeo sobre Londres no sería una empresa extremadamente peligrosa y cara. ¿Cuántos de esos zeppelines regresarían? ¿qué sería de su maniobrabilidad cuando soltasen su carga? ¿había valido la pena el riesgo asumido al bombardear París? Pero nada podía hacerles dudar.
"En primer lugar, todavía no hemos revelado todas las sorpresas que les tenemos reservadas. Guardamos cosas para un caso de emergencia. Suponga –sólo es una suposición– que sufriéramos algún serio revés en Francia y Bélgica, y que consideráramos conveniente retirarnos tras nuestras fronteras. Entonces sería el momento de sacar los zeppelines de nuestros aeródromos. ¿Cuánto tiempo cree que la población inglesa soportaría continuos ataques nocturnos a sus ciudades? Por lo que a los riesgos respecta... Ya ha visto el entusiasmo y el espíritu que nos anima, ¿cree que nos resultaría difícil encontrar mil voluntarios al día para cada uno de los zeppelines que enviásemos a cruzar el Mar del Norte? (Un inciso: noté durante mis últimas semanas en Alemania que usaban más la expresión "cruzar el Mar del Norte" que –como sería lo apropiado– "cruzar en Canal"). Nosotros los alemanes no pensamos en nuestras vidas cuando lo que está en juego es la Patria".
Comentaré, como un detalle interesante sobre el carácter del hombre que así me hablaba, que había sido originalmente un oficial de artillería. Fue herido antes de Verdún, y durante algunos meses pudo andar sin la ayuda de un bastón. Se las apañó, usando sus influencias, para obtener el rango de segundo en un submarino.
"No conozco un solo compatriota que vacilase en ofrecerse voluntario para una de estas misiones de bombardeo. En lo que atañe a los costes materiales. ¿Cree usted que perderíamos la mitad de nuestra flota de zeppelines? El gran error de nuestros enemigos es creer que nos estamos debilitando a medida que avanza la guerra. Estamos creciendo, y creando sin cesar. Nuestro futuro ya no depende ‘del mar’, sino ‘del aire’. Cuando más dure la guerra, más fuerte seremos en el aire. E Inglaterra dejará de ser una isla. Nuestra visita a París, como nuestra visita a Inglaterra, han sido sólo ensayos. Las espoletas de muchas de las bombas que arrojamos sobre Inglaterra no estaban listas para ser detonadas. Si hace falta construiremos una aeronave en un mes, y un avión en la mitad de ese tiempo. Sea probable o no, puede que la guerra tarde en decidirse. En ese caso, desplegaremos la guerra sobre Inglaterra y nuestras aeronaves jugarán su mayor papel".
Les pregunté si acaso pensaban que los Ingleses se iban a quedar quietos mientras tanto. Ellos también podían decir: "por cada nave que construya el enemigo, ¡nosotros construiremos dos!". Esperé ansioso su respuesta. Debo decir que creí haberlo pillado. Me miró por un segundo o dos antes de responder: "¿Qué es lo que me pregunta? Inglaterra no tiene una armada que pueda transportar, por aire, a Alemania. El inglés medio, en su engreída ignorancia, nunca aceptará un reclutamiento masivo, y este es un peligro que nunca serán capaces de ver. Ahí radica su debilidad. Ya le he dicho antes que la mayor fuerza de Inglaterra, la que estriba en el hecho de ser una isla, está desapareciendo rápidamente. El gran tamaño de su imperio, de sus millones de súbditos, de su flota... todo esto no cuenta ya. Su destino depende las veinticinco millas que separan Dover de Calais".
Volvimos al tema de los zeppelines como fuerza auxiliar de la flota naval. Este es el esquema que me dibujaron esa noche detrás de la tarjeta del menú: "El coste de un zeppelín es de unas 125.000 libras (según leí en Inglaterra, es el doble en realidad). Un acorazado inglés cuesta dos millones de libras. Suponga que gastamos un poco más de la mitad de lo que cuesta un acorazado en aeronaves, eso hace diez zeppelines contra un acorazado inglés. Este precisa de diez mil hombres; para diez zeppelines, necesitamos nosotros doscientos. Un acorazado puede recorrer veinticinco millas en una hora y una aeronave cuarenta o cincuenta. En la batalla, ¿cree que su acorazado escapará del acoso de diez aeronaves? Vamos a suponer que un zeppelín dispone de sólo diez torpedos, cada uno del peso de un hombre, digamos setenta y cinco kilos. Dígame, querido amigo, ¿cree de verdad que los ingleses tienen alguna posibilidad? Cien torpedos lloviendo del cielo, y cada uno de ellos con el poder de hundir su acorazado".
Las dimensiones de los últimos zeppelines son de aproximadamente: longitud, 88 pies; diámetro, 75 pies; velocidad, 50 a 60 millas; altura de navegación, 15.000 pies; capacidad de gas, aproximadamente dos millones de metros cúbicos. El número de zeppelines de que dispone Alemania ha sido siempre objeto de especulación, entre los aliados y en la misma Alemania también. El cálculo está entre 50 y 120. La feliz regla del término medio puede ser aplicada aquí. Oficialmente, es difícil, por no decir imposible, fijar un número excto. Los zeppelines están bajo jurisdicción de la Marineamt (Oficina Naval), y sería más fácil hacer hablar a la famosa Esfinge que a esta gente. Se lo digo por experiencia personal.
Con lo que sí que di -cómo, dónde y cuándo es algo que actualmente no viene al caso- fue con el número de zeppelines que Alemania tenía entonces en reserva en sus aeródromos alemanes. Fui lo bastante indiscreto como para fijar mis codiciosos ojos de periodista en este aspecto, hasta el punto de que casi acerté en obtener una estimación aproximada. Junto a esta lista y a un mapa de las localizaciones de estos zeppelines, conseguí un plano detallado de uno de ellos. No puedo reproducirlo aquí, porque todavía se halla bajo estudio en Whitehall.
Ofrezco toda esta información en lo que vale. Debo añadir que se trata de las opiniones de sujetos no civiles, todas ellas partieron de militares u oficiales de la Armada, algunos de ellos pertenecientes al escuadrón aéreo. Insistían siempre en su invencibilidad: "Mire, nuestros últimos super-zeppelines están rellenos de un gas no inflamable", me dijeron. "Pueden agujerearlos cuanto quieran, pero con que sólo dos de los veinte compartimentos de que dispone estén a salvo, volverán a casa".
¡Me pregunto ahora a qué se referían con lo de "gas no inflamable"!.
Existen, desde luego, muchos posters de propaganda y caricaturas sobre los bombardeos de estos zeppelines en Inglaterra. Uno de ellos lleva el título de "zeppelinitis" y muestra a Nelson descendiendo de su columna para meterse en un refugio antiaéreo. Y al pie de página: "El fin del poderío naval inglés".
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