Seguramente, Londres es la ciudad del planeta con el más monumental Museo de la Guerra que pueda encontrarse: el Imperial War Museum en Southwark, cercano a Waterloo, donde están representadas las guerras en las que ha tenido algo que ver el Reino Unido de una forma o de otra -que es decir: prácticamente todas en la era moderna. Allí el visitante puede admirar los prodigios de la aerodinámica de vivos colores que cuelgan de su cúpula, los submarinos, tanques, carros de combate, las águilas imperiales nazis y las bombas V1 y V2 caídas sobre la ciudad durante la II Guerra Mundial, adentrándose si lo desea por el fantasmal recorrido de trincheras reproducidas en los pisos inferiores, o en los refugios antiaéreos familiares a menudo convertidos en tumbas para los londinenses.
En Berlín sin embargo en el número 21 de la Brüsseler Strasse existe otro museo de proporciones más discretas pero animado por un espíritu singular, tan inexpugnable como ese que lleva a las naciones a invertir millones en degollarse unas a otras: el Anti-Krieg Museum fundado en 1925 por Ernst Friedrich (1894-1967) que tiene el honor de ser uno de los primeros museos pacifistas de Europa.
En unos años en que una simple declaración anti-militarista podía costarle a uno la libertad o la vida, no hubo bando que no tuviera sus héroes: en Inglaterra Bertrand Russell perdió su cátedra en el Trinity College y dio con sus huesos en la cárcel por manifestar su repulsa al estallido de la I Guerra; en Viena, la ultra-patriótica capital del Imperio Austro-Húngaro, Karl Kraus tampoco se arredró y decidió navegar contra todas las corrientes con su insobornable revista La Antorcha; en Berlín por su parte no faltaron libertarios venidos del entorno anarquista -Tolstoi y Dostoyevski fueron siempre dos figuras reverenciadas en lengua alemana-, con frecuencia organizados en comunas autónomas y cuyas vidas terminaron mal: Gustav Landauer, poeta, filósofo y judío alemán, al igual que Russell pagó sus ideas con la cárcel en varias ocasiones hasta que en 1919 fue golpeado, pisoteado y tiroteado con saña hasta morir; a Erich Müsham, dramaturgo y satírico igualmente internacionalista, feroz opositor a todas las dictaduras, lo sacaron de la cama la noche en que el Reichstag se consumía bajo las llamas y como a tantos otros se le internó en el campo de concentración de Sonnenburg, de donde nunca más salió vivo.
Ernst Friedrich, orador en plazas, parques y tabernas de Berlín, tuvo más suerte: había sido condenado en 1916 por sabotaje en una fábrica de material bélico, pero su librito anti-militarista de 1925 "Krieg dem Kriege" ("Guerra a la Guerra"), una espeluznante serie de imágenes de la I Guerra Mundial con anotaciones a pie de página en cuatro idiomas, alcanzó fama en toda Europa y gracias a diversas donaciones pudo adquirir una pequeña propiedad en el corazón de Berlín, en donde fundó su museo como un centro cultural dedicado a la paz. Recordemos que la desintegración política y social hizo de Weimar, como la llamó irónicamente un periódico de la época, "la República de los discursos": un inaudito escenario de exposición de ideas en la mejor tradición de "El hombre que fue Jueves".
Con la ascensión nazi al poder los problemas cayeron de nuevo sobre Friedrich: en 1930 cumplió un año de cárcel por propaganda antimilitarista y en 1933 los camisas pardas irrumpieron en el museo, destrozándolo y reconvirtiéndolo en un centro de detención de las S.A. Friedrich tuvo tiempo de huir y se instaló en Bélgica. Cuando las tropas nazis avanzaron sobre Europa se unió a la Resistencia francesa y pudo mantenerse entero hasta el fin de la guerra, falleciendo en 1967.
Hoy el Museo Anti-Guerra lo dirige su nieto, Tommy Spree, un afable y grandullón alemán que me recibió como su único visitante una tarde de enero, invitándome a acceder a su web http://www.anti-kriegs-museum.de/ a través del ordenador de su despacho, para pasar a guiarme luego por su pequeña colección de fotografías, películas, documentos y material bélico diverso arrancado de las fauces del tiempo, y que hoy se dejan admirar como objetos irreales, casi traídos de otro planeta: viejas y oxidadas granadas de mano, máscaras antigás, uniformes, armas, propaganda y pertenencias personales de los soldados.
Después, aprovechando la visita de una familia alemana de provincias al completo -abuela, bebés y demás- Herr Spree retiró una alfombra que cubría el suelo de una de las habitaciones, levantó una trampilla y nos hizo bajar a un viejo refugio antiaéreo conservado tal como fue abandonado en 1945, entre cuyas claustrofóbicas paredes nos ofreció un discurso de una hora en un muy perfecto Hochdeutsch, con el que demostró haber heredado bastante de la fe en las palabras de su abuelo.
"Krieg dem Kriege" puede adquirirse junto a otros libros de Friedrich en el mismo Museo o en su página web -que también dispone de su versión en castellano- a un precio simbólico.
Ernst Friedrich, fundador del Anti-Krieg Museum
3 comentarios:
Mola ver como te pajeas con estas cosas!! Por cierto, tengo aqui los libros q te prometi, pero como te haces tan caro de ver... A ver si quedamos y discutimos las condiciones d ela cesión.
Saludos.
Santi
Es curioso el parecido de Ernst Friedrich con Poe. La misma frente.
tu email parece que no está operativo Santi, dímelo si tienes otro; te llamo estos días y te devuelvo el libro y hablamos de lo de la "cesión", que suena guay
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