TOD ROBBINS: THE MASTER OF MURDER

Los que hayan visto la película de Alan Parker “El corazón del ángel” puede que recuerden la escena en la que el detective privado Harry Angel, armado con un picahielos y visiblemente nervioso, trata de sonsacar al gordezuelo millonario y adorador de Satanás Krusemark algo de información sobre el misterioso cantante Johnny Favorite. A esas alturas Angel nota que algo huele a quemado en la investigación que le han encargado, clásico síntoma de un tipo de trastorno neurológico en el lóbulo temporal del cerebro; verdaderamente, el comienzo de un desdoblamiento –y no sólo una simple metáfora a costa de los condenados al Infierno.

Krusemark acaba hervido en sabroso caldo de Nueva Orleans, pero antes le da algunas pistas sobre su hombre: “Una vez hizo aparecer al mismo Belcebú ante mis ojos –le dice-, ¡estaba más cerca del mal que cualquier persona que hubiera conocido!”.

La anécdota viene a la mente al abordar a Tod Robbins, no sólo por tratarse –como Johnny Favorite– de un autor popular durante los años 20 y además un personaje conocido de la sociedad neoyorkina, cuyas huellas desaparecen tras la Segunda Guerra Mundial. De Robbins se puede decir también que pocos como él se han aproximado con tanto interés y devoción al mal, a la miseria moral y, en definitiva, a lo peor de la condición humana.

Claro que se trata de un caso especial: por la acidez de su sentido del humor, sólo comparable de alguna manera a Roald Dahl o Saki. Escritores obsesionados con la maldad ha habido además muchos y mejores que él –los libros de Dostoyevski están plagados de personajes horrendos y de moral inaudita–; tampoco nos faltan novelistas que odiaban o despreciaban a la especie humana no sólo en el ámbito de la escritura, como por ejemplo el colaboracionista francés Maurice Sachs, un judío que entregó a docenas de sus compatriotas a los nazis para desaparecer al final de la guerra entre el caos de los bombardeos aliados sobre Hamburgo. Que se sepa, Robbins no asesinó a nadie. Es más, toda su obra habla de una hipersensibilidad al horror. Lo que desarrolló fue su sistema inmunológico por decirlo así, o en otras palabras, su imaginación. Volcó toda su fantasía en los aspectos menos amables del ser humano, haciendo de la anécdota la expresión destilada de un cierto tipo de visión. Auténtico material del subconsciente, en unas ocasiones desarrollado como puro entretenimiento, en otras diamantes sin pulir, que descifraban con un timbre especial lo grotesco de la vida; y si bien como escritor no puede decirse que rompiera moldes, casi todo lo que hizo está marcado por una ironía muy adelantada a su tiempo.

Durante medio siglo Robbins ha permanecido en el olvido, sólo recordado por ser el autor de los relatos en los que el director Tod Browning basó sus películas “The Unholy Three” y “Freaks”. El propio Browning pareció correr idéntica suerte durante una época. En los últimos años un cierto interés se ha despertado por Robbins en Europa y América, desde que el magazine de los estudios de cine de Coppola en California, Zoetrope, decidiera recuperar “Spurs”, el relato original de “Freaks”. The Internet Archive alberga alguna de sus novelas digitalizadas y en Estados Unidos la editorial Ramble House ha reimpreso “The Mysterious Martin”, su segunda novela, y una recopilación de sus mejores cuentos bajo el título de “Freaks and Fantasies”. También “The Unholy Three” ha sido reeditada. Sin embargo obtener información que nos revele quién fue realmente Tod Robbins –investigando las listas de deportados a los campos nazis, por ejemplo–, es todavía hoy una tarea casi tan ardua como obtenerla sobre Johnny Favorite. Aunque bastante menos arriesgada.

 

I. LA CIUDAD DE LOS RASCACIELOS

The spirit of the town

Clarence Aaron “Tod” Robbins nació en Brooklyn, Nueva York, el 25 de junio de 1888, hijo de Clarence y Eloise, dos miembros distinguidos de los círculos neoyorkinos. En la Universidad Washington and Lee de Virginia se adaptó sin problemas; no es retratado como un estudiante adicto a las bibliotecas ni parecía sufrir trastornos mentales, bien al contrario, pronto destacó como atleta y personaje popular, aficionado a competir con sus compañeros en cualquier prueba, entre ellas la de desafiar y derrotar públicamente al púgil de una feria (púgil que una vez coronado Robbins con gran pompa confesó ser sólo un actor en paro: puede que este tipo de experiencias decepcionantes y ridículas ayudasen algo a templar su espíritu).

En el prólogo de “The Mysterious Martin” se refiere a la dificultad que encontró en compaginar su vida social con la ambición de plasmar en papel las historias que le rondaban la cabeza; pero no deja de aludir a ello como un simple fastidio. En 1909 muere su abuelo Aaron Robbins, un acaudalado hombre de negocios, legándole parte de su fortuna; Robbins lo celebra casándose en secreto con una jovencita de buena familia que años más tarde obtendría el galardón de Miss América, Edith Norman Hyde. El enlace trasciende a la prensa rosa y causa un cierto revuelo que se repetirá cuatro años después, cuando Edith, con la que ha tenido dos hijos, lo denuncia por infidelidad y le pide el divorcio.

Ese mismo año vuelve a contraer matrimonio con Lillian Ames Chapman, de diecinueve años, “nieta y heredera del fallecido Gobernador Ames de Massachusets” como la describía el New York Times. Pero ni los vaivenes sentimentales ni su dedicación a los deportes le quitan tiempo para seguir escribiendo; en su caso, un verdadero hobby que pronto da sus frutos: en 1912 la editorial J.S. Oglivie Publishing de Nueva York publica las novelas “The Spirit of the Town” y “Mysterious Martin”.

El “espíritu de la ciudad” al que alude la primera de ellas es el de Nueva York en los albores del siglo XX, lleno de ambición y ruindad; un monumento al progreso, ese becerro de oro que sólo puede sobrevivir alimentándose de las ilusiones humanas y escupiendo la piel y los huesos:

“Por extraño que te parezca este relato, querido lector, no lo consideres el desvarío de un cerebro trastornado, ni una simple ficción para ser disfrutaba en soledad, sino que por el contrario intenta encontrar la verdad que hay en él. La verdad -qué palabra para invocarla aquí, y qué difícil para un hombre atravesar la mentira de los convencionalismos y las tradiciones, mirándola en toda su desnudez.

"Pero una vez lo hayas hecho, te encontrarás mirando los ojos de Dios”

A una novela como “The Spirit of the Town” sólo podía seguir el suicidio o el paroxismo: “The Mysterious Martin” muestra a su autor desdoblándose de nuevo en el rol de un artista decidido a encontrar su lugar en este mundo de locos. El tono comienza a ser sardónico, claramente fantástico, como de mascarada infernal, y tiene sentido: descubierta la estafa de la realidad no queda otro camino que la ópera bufa.

"Martin es un hombre que simultáneamente impresiona, asusta, repugna y da lástima" -escribe Chris Mikul, autor del prólogo a la edición de Ramble House-, "un escritor decidido a expresar todo el horror de este mundo que descubre que le falta el principal requisito para ello: la imaginación. Con objeto de convertirse en un artista, habrá de transformarse primero en un monstruo: arrojará el corazón a la basura para que la mente se eleve hasta las estrellas".

El romanticismo juvenil y un tanto demodé de “The Spirit of the Town” queda atrás, y con él casi todo rastro de compasión. Robbins, que “habla de sí mismo como si diariamente viviera rodeado de cadáveres”, tiene una nueva determinación, e implica divertirse:

“Mi propósito consiste en escribir historias de horror. ¿Has sido testigo alguna vez de un accidente en la calle? Cientos de personas se congregan en un instante. Lo hacen empujados por ese tirón hacia lo morboso que posee todo ser humano, ese irresistible deseo de solazar nuestros ojos en los detalles horribles. En mis historias ese deseo vuestro quedará satisfecho. Los hombres y las mujeres podrán adquirirlas para experimentar junto al calor de sus hogares esa deliciosa desazón que produce la tragedia. Porque, ¿quién no caminaría varias millas para ver los detalles de un asesinato?”

                                                         Cuesta creer que con semejante declaración de intenciones Robbins pensara que su lugar estaba entre los escritores chic de la época al estilo de Sinclair Lewis, y no entre los que escribían para el gentío sediento de sangre. Sus dos novelas no habían provocado mucho eco en los círculos literarios, y la oscura colección de poemas simbolistas que publicó después, en 1915 (“The scales of justice”) pasó también desapercibida. Es posible que Robbins no hiciera ascos a que su círculo de influencias jugase algún papel en su trato con las editoriales; si fue así, no estará de más detenerse un momento en J.S. Oglivie Publishing Company, un nido de víboras digno de figurar en alguna de sus historias: fundada en la década de los 90, su presidente J.S. Oglivie había amasado su capital plagiando diccionarios, novelas populares y lo que se terciase, ya que no existían por entonces los derechos de autor, dándose más tarde a la literatura pornográfica “blanda” y convirtiéndose así en la bestia negra de la Brigada Contra El Vicio, que se habituó a secuestrar sus lanzamientos. A principios de siglo el hermano de J.S. Oglivie, George, escenificó una farsa en medio de un sermón religioso donde dijo haber visto “la luz cristiana”, denunció a su hermano a los tribunales, le arrebató el control y amplió la línea editorial, pero sin renunciar a la publicación de libros escandalosos y sus grandes beneficios.

Esa fue la casa que vio debutar a nuestro autor. Robbins modificó pronto su estrategia, y comenzó a remitir relatos cortos a las revistas pulp de fantasía y terror que por entonces arrasaban en el país. El éxito no tardó en llegar. Robert H. Davis, editor de All-Story Weekly, escribe al respecto:

“Resultaba difícil rechazar sus relatos. Robbins se tomaba una inconcebible libertad frente a cualquier concepción ‘realista’ de la literatura, pero enfocaba sus historias con tanta audacia que los lectores por fuerza acababan creyéndoselas, como si fueran lo más natural del mundo”.

Davis se refiere por ejemplo al diminuto y ridículo personaje que lleva de la mano al Infierno al protagonista de “Who wants a green bottle?”, el último de una degradada estirpe aristocrática al estilo de “La caída de la casa de Usher”, mostrándole diversas salas hasta llegar a aquella destinada a él (especialmente ingeniosa es la de las pobres almas que han desperdiciado su vida tratando de hacerse entender por los demás, condenadas ahora a un eterno diálogo de sordos). O al viejo de “Crimson flowers”, enloquecido por la maldad y la crueldad de su hijo, que al atardecer cultiva laboriosamente el jardín donde yace el cuerpo de éste, convencido de que sus rojos pensamientos brotan en forma de flores.

Entre 1917  y 1925 sus historias se publicaron en los magazines más populares del país: Parissiene, Munsey’s, The Thrill Book, The Smart Set, The Forum y el mencionado All-Story Weekly, en donde apareció “The Unholy Three” como serial y poco después, en la ya muy ilustre editorial Harper & Brothers, en forma de libro. Uno de sus lectores fue el actor Lon Chaney, “el hombre de las mil caras”, quien de inmediato se encaprichó con la idea de que su amigo el director Tod Browning llevara la historia al cine.

 

II. HOLLYWOOD

Freaks, foto de familia

“The Unholy Three” sería el segundo de los nueve films que Chaney rodaría con Browning, que ya estaba habituado a entendérselas con melodramas retorcidos, y sirvió para dar pistoletazo de salida a una de las relaciones más extraordinarias y fructíferas del Hollywood de los años 20. El mismo Browning no pudo sino intuirlo entonces, rindiéndose a los encantos del texto de Robbins:

“Acérquense, amigos, y prepárense para que su sangre se les hiele en las venas al conocer al más extraño, al más bizarro trío de inadaptados que haya dado el circo: TWEEDLEDEE, un adulto atrapado en el cuerpo de un rapaz de tres años, cuya máscara de infantil inocencia esconde un cerebro sobrecalentado decidido a tramar su venganza contra todo aquel que simplemente sea sano y normal. HERCULES el forzudo, brutal, bestial, deleitándose siempre en el asesinato y la barbarie, y así y todo esclavo del mortífero enano. ECHO, el consumado ventrílocuo cuya misteriosa habilidad con la voz es tal que consigue que inertes muñecos de madera se expresen con la misma vivacidad que usted o yo. Juntos, son LOS TRES IMPÍOS, la atracción estrella de la novela clásica de Tod Robbins de odio, muerte y locura. Un intenso ajuste de cuentas con la sociedad perpetrado por un trío de hambrientos náufragos”.

El guión de la película fue encargado al escenógrafo habitual de Tod Browning, Waldemar Young, sin duda la elección ideal (¿quién pondría reparos a un tipo al que bautizaron con el nombre de uno de los más espantosos relatos de Edgar Allan Poe?), con el apoyo del productor de la Metro-Goldwyn-Mayer Irving Thalberg; pero conociendo el modo en que sus actores, Chaney y el enano alemán Harry Earles, se compenetraban con el equipo técnico, es fácil suponer que todos colaboraron en la adaptación y en su resultado final.

Su estreno en mayo de 1925 no sólo fue un éxito entre el público, sino que también obtuvo los parabienes de la prensa -el New York Times la incluiría entre las mejores películas de la temporada-, lo que no es de extrañar: se trataba de un film irreverente y pintoresco, un tanto sorprendente para la época (¡faltaba más de medio siglo para la llegada de Los Simpsons!), y buena parte de sus virtudes provenía directamente del texto de Robbins, cuya truculencia había sido convenientemente templada para encajar en el gusto del gran público.

Cinco años después, con la llegada del cine sonoro, todavía se rodaría otra versión de la novela, repitiendo papeles Chaney y el liliputiense Harry Earles pero esta vez con Jack Conway tras la cámara, ya que Browning se encontraba dirigiendo “Drácula”. Una realización algo más rutinaria, pero todavía formidable, que se recuerda por ser el único talkie de Chaney y de hecho su última interpretación.

En 1925 lo mejor sin embargo estaba todavía por venir, y tuvo lugar cuando Harry Earles sugirió a Browning repetir la experiencia con otro cuento de Robbins, “Spurs”, publicado originalmente en Munsey’s en 1923.

“Espuelas”, un cuento que levantaría ampollas de ser publicado hoy en cualquier periódico, narraba la historia del enano de un circo de freaks, llamado Jacques Courbé. Courbé, repentinamente heredero de una fortuna, se halla enamorado de Jeanne Marie, la bailarina de la compañía y amante de Simon Lafleur, el Romeo del circo. Jeanne Marie accede a su penosa petición de matrimonio convencida de que los enanos mueren jóvenes –e incluso de que, en el peor de los casos, esa despedida se puede adelantar con una pizca de veneno-;  en la fiesta de bodas el enano es humillado, abriéndosele los ojos y tramando una venganza atroz. En resumen, una historia grotesca que parecía inspirarse directamente en “Hop Frog”, ese cuento lleno de furia y sarcasmo con el que Edgar Allan Poe se despidió de este mundo. Y un bocado apetitoso para el macabro Browning.

Otras fuentes dicen que fue Cedric Gibbons de la MGM, futuro fundador de la Academia y amigo personal de Tod Robbins, quien hizo la oferta al director, garantizándole que tanto él como Thalberg apoyarían sus decisiones –incluyendo la de realizar un gran casting con todos los fenómenos de feria del país.

Pero si Browning accedió se debió tanto al éxito de “The Unholy Three” como a la sintonía que se producía en el equipo a la hora de abordar un cuento salido de la mente de Robbins. Todos compartían una fijación por el mundo de los circos y los sideshows, es decir: el tándem Tod Browning/Lon Chaney, Irving Thalberg y Tod Robbins, además de, por supuesto y por razones obvias, Harry Earles. En realidad, esta fijación adquiría diferentes matices en cada uno de ellos.

Para Lon Chaney por ejemplo, la interpretación de seres humanos incompletos o deformes guardaba un componente artístico y, por así decirlo, casi expresionista: era con frecuencia la exteriorización de una personalidad íntima y torturada, que además le permitía dar rienda suelta tanto a su genio en la caracterización como a su psique masoquista, e incluso a su sentido del humor: son ya legendarias las anécdotas sobre "El jorobado de Notre-Dame"(1923), en la que actuó confinado en un aparato ortopédico de su invención y cargando una joroba de quince libras, o "The Penalty" (1920, ambos films, rotundas obras maestras del infravalorado Wallace Worsley), donde interpretaba a un gangster sin piernas poseído por el espíritu de la venganza, al que vemos moverse, saltar y trepar como un auténtico demonio. Por desgracia, Chaney falleció de cáncer en 1930, un año antes de que se pusiera en marcha el proyecto.

La juventud de Tod Browning por otra parte había transcurrido en el mundo de las caravanas del circo y conservaba sobre él buenos recuerdos y una simpatía que tiñó de oscuridad y emoción en "Freaks". El productor, Thalberg, se movía por terrenos más livianos: siempre fue un tipo frágil y un tanto enfermizo, en esa América ya volcada en el culto al cuerpo, la belleza y la salud. Resulta lógico pensar que se sintiese un tanto desplazado viniendo además del entorno profesional de donde venía (por supuesto, el glamouroso corazón de la industria del cine) lo que le llevó a poner en el asador toda su influencia y poder para que estas adaptaciones, que eran como sarpullidos o cicatrices en el rostro de Hollywood, se llevasen a cabo.

Parecidos sentimientos tuvo que albergar Harry Earles -aderezados tal vez por una natural humillación acumulada a lo largo de los años: también él procedía del circo-, a quien se ve disfrutar sinceramente dando una patada en la cara del niño que comete el error de reírse de él en "The Unholy Three" (y estrangulándolo más tarde, aunque esta escena, de la que se conserva un único fotograma, sería enseguida objeto de censura).

La historia imaginada por Tod Robbins fue lo que congregó a todos ellos, como el látigo de un domador de fieras, siendo irónicamente su caso el más singular de todos: el playboy de la “high class” que pocos años antes se había desposado con la futura Miss America, ¿qué relación podía tener con seres microcéfalos, mujeres barbudas, enanos, siamesas y hombres-esqueleto, sino la del escritor que reflexiona sobre su propia fascinación ante la fealdad?

Sin alcanzar los extremos del director Michael Winner, quien en su film de terror de 1977 "La centinela" hizo desfilar un plantel de freaks auténticos como encarnación física del mal (soez idea a la que, después de todo, no le falta su cosa), Robbins no despreció esos derroteros al insistir en el tema del circo: los freaks de "The Unholy Three" son tres farsantes que se disfrazan para delinquir, y los de "Spurs", cuyos egos chocan entre sí "como guijarros en una bolsa", carecen de otro sentimiento que no sea la envidia, la estupidez o la falta de escrúpulos, en justa igualdad con el resto de seres "normales". Robbins era imparcial en este punto: rico o pobre, joven o anciano, atractivo o deforme: si se trataba de un ser humano, entonces no podía haber nada peor y su fantasía debía ajustar cuentas con él. Esto sería algo que Browning modificaría por completo para el guión de "Freaks", no tanto por imperativo de los estudios (de los que recibió la advertencia de que debía "humanizar tan nauseabundo relato") sino siguiendo sus propios sentimientos: como hemos dicho, la mirada del "maestro de lo macabro" hacia esos seres marginados siempre fue bienintencionada.

 

III. FRANCIA

Robbins obtuvo 8.000 dólares de la MGM por los derechos de autor de "Spurs", y todo ello suena, de nuevo, como un chiste de la fortuna con algo de cruel: lo que para muchos de los escritores pulp de la época medio muertos de hambre hubiese sido un golpe de suerte, si no la salvación en medio de los rigores de su tiempo, para él significaba poco más que una bagatela. De hecho fue en esta época, quizá aburrido de ver saltar a la gente desde sus azoteas tras el hundimiento de la bolsa, cuando decidió exiliarse a Inglaterra primero y, muy poco después, a la Riviera francesa.

Durante todo este tiempo se había casado y divorciado otra vez con una tal Ethel Brown, contrayendo nuevo matrimonio con Sally Rand, una bailarina y actriz de reparto de películas mudas cuya carrera fue frenada en seco por la llegada del sonoro, debido a su ceceo, y que terminaría convertida en estrella del burlesque. Robbins tampoco tardaría en divorciarse de ella, y al recordar las últimas palabras del enano de “Spurs” (“Es curioso… cómo puede un hombre sobrellevar la maldad de una mujer… ¡con unas espuelas!”) uno se pregunta, por fuerza, de dónde demonios sacó esa misoginia tan intensa y característica.

El ambiente que Robbins encontró en Francia en esos postreros años 20 tuvo que ser muy similar al que describe Scott Fitzgerald en su novela “Suave es la noche”: villas y hoteles de lujo, casinos, yates, ensenadas y tortuosas carreteras entre los pinos con vistas al Mediterráneo. Y partidos de tenis al atardecer con otros exiliados, naturalmente.

Allí fue donde conoció a la por entonces famosa tenista británica Nellie Adamson. Con ella contrajo nuevo matrimonio en el Ayuntamiento de Villefranche, formando imbatible pareja –así lo describen los periódicos locales, sección ecos de sociedad- en partidos de dobles con Gustavo V de Suecia y otros aristócratas asiduos a la zona. Casi toda su labor literaria en los años 30 se resume en reescribir su segunda novela, “Mysterious Martin”, que publicaría el editor británico Philip Allan bajo el nuevo título de “The Master of Murder”. Una actividad que más parece una delectación en los horrores fantásticos que su cabeza había sido capaz de concebir dos décadas atrás.

Clarence Aaron 'Tod' Robbins   THE BROOKLYN DAILY EAGLE              THURSDAY, MAY, 17, 1928

Mientras, en América, lo que “Freaks” había provocado en todos los involucrados puede calificarse de cataclismo: hundiéndose en taquilla antes incluso de su estreno y recibiendo un alud de críticas por obscenidad, envió al pequeño Harry Earles de vuelta al circo, arruinó la carrera de Tod Browning y no favoreció ni la salud ni el crédito de Thalberg, que fallecería poco después; su estreno se censuró en gran parte de los cines del país y se le recortó el metraje en 20 minutos en aquellas otras salas en que fue exhibida. En Europa no corrió mejor suerte –Inglaterra la prohibió durante treinta años. Todo ello, siendo en el fondo una obra humanista, que no reflejaba siquiera una pequeña parte de la virulencia que Tod Robbins había depositado en el original.

¿Disfrutó Robbins con este nuevo show de la hipocresía y estupidez de sus semejantes?

Hacia 1939 una nueva generación de publicaciones pulp como Super Science & Fantastic Stories o Fantastic Novels Magazine se mostró interesada en reimprimir algunos de sus relatos; pero el mundo ya no era el mismo, y a Clarence Aaron “Tod” Robbins, que desde su refugio había asistido al auge de los totalitarismos, le tocaba vivir una dura prueba: la Alemania nazi desató la Segunda Guerra Mundial, sus tropas invadieron Francia, y Robbins, que se había negado a regresar a Estados Unidos o, al menos, huir a Gran Bretaña con su esposa, fue detenido y enviado a un campo de concentración alemán, en donde pasó toda la guerra. Si él, un poco más que cualquier otro, estaba preparado para sobrevivir a este otro desfile de horrores es algo difícil de saber.

Tras su liberación se reunió con su mujer Nellie Adamson y regresó a la Riviera. Su actividad literaria se reanudó, tal vez con la idea de cerrar del todo la espiral de violencia abierta treinta años antes con "Mysterious Martin": en 1947 una pequeña editorial de Mónaco publicó “Close their eyes tenderly", la historia de un joven nuevo rico que pone en marcha su proyecto de hacer del asesinato una de las bellas artes, encontrando en la dueña de una agencia de empleo a una inesperada compinche. Una carta dirigida a su amigo Cedric Gibbons ese año revela su interés por que Hollywood la adaptase al cine; pero como le señaló Gibbons en su respuesta, ningún productor terminaba de ver claro su sentido del humor.

En su contraportada se anunciaba la publicación de otra novela que nunca vería la luz, con un título elocuente: “To hell and home again”. Robbins fallecería muy poco después, el 10 de mayo de 1949, siendo enterrado en el cementerio de Saint-Jean, en Cap Ferrat, uno de los lugares más bonitos de la Costa Azul.

Sus herederos al otro lado del Atlántico se lanzarían de inmediato, como hienas, a una lucha sin piedad en los tribunales de Nueva York por hacerse con su fortuna.

Ilustración de Paul de Nice para "Close their eyes tenderly"

Tod Robbins[14]

Tod Robbins (cortesía de Chris Mikul)

 

Fuente:

Tod Robbins: The Master of Murder

"Freaks and Fantasies"

 

"Espuelas"                 “Pensamientos Rojos”     “El bebé borrachín”

The Internet Archive:

"The Spirit of the Town: a novel presentation in fiction form of the impulse and desire which mould the lives of men" (1912)

[item image]

"The Scales of Justice and other poems" (1915)

[item image]

 

"The Unholy Three" (1925)

 

"Freaks" (1932)

2 comentarios:

El-Al-Eim dijo...

Fascinante historia.

Las vidas de personajes opacos, remotos, que de repente desaparecen, o llevan vida oscuras aunque en apariencia estén a la luz pública, siempre me fascinaron.

Por cierto, la imagen de ese demonio sobre el cielo de NY, de dónde está extraída?

Y sí, es mucho el ambiente de la novela de Hostberj, Fallin Angel....

un saludo

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

La imagen aparece en la primera edición de "The spirit of the town" (1912), está digitalizada en The Internet Archive y parece dibujada para el libro, no sé por quién.

Me alegro que Tod Robbins te parezca interesante, es un tipo muy desconocido aquí. La verdad es que podría haber protagonizado una historia de Auster a quien sin duda conoces. Saludos!

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