"¿Te has enterado de lo del pobre Edward?/ detrás de la cabeza le ha salido otra cara/ una cara de chica o de mujer/ dicen que no pueden extirpársela sin matarlo"
("Poor Edward")
Cuando en 1939 Tod Browning anunció que se retiraba de la industria del espectáculo ("para siempre") dejaba atrás, consumada con creces, una de las trayectorias más singulares del cine de Hollywood. Desde la apoteosis de “Freaks” había sido marginado por los estudios, aunque todavía se las apañó para dirigir una película tan personal como “The Devil-Doll” (Muñecos infernales, 1936), la historia de un reo fugado de la Isla del Demonio que tras apoderarse del descubrimiento de un científico loco al que ha conocido entre rejas –y mediante el cual puede reducir a la gente al tamaño de muñecos, privándola de su voluntad- ejecuta un ingenioso plan de venganza con los tres hombres que lo acusaron injustamente. Cuesta creer que alguna vez un argumento semejante pudiera superar los márgenes de la serie B. Los 20 y 30 fueron sin embargo años dorados para el género fantástico y de terror, espacio idóneo para toda clase de violencia y desmanes, no sólo en Estados Unidos donde docenas de revistas pulp mostraban sus fabulosas portadas desde todos los quioscos del país. En Alemania Fritz Lang hipnotizaba a las masas con sus filmes del Dr. Mabuse, Fürtwangler reivindicaba el poder de lo irracional en la música, en Francia los surrealistas exaltaban la herencia de Hoffmann y Europa entera temblaba frente a la ominosa amenaza amarilla, encarnada en el Fu-Manchú de Sax Rohmer. En una época de expediciones polares, exóticos descubrimientos arqueológicos e imparable carrera armamentística el público aceptaba de buen grado la imaginación, especialmente si ésta venía en forma de espanto, y la fábrica de sueños no estaba dispuesta a ir contracorriente. En Tod Browning todo cobra la forma de una gigantesca, incontrolable, asombrosa excepcionalidad. Dotado de una inusual inventiva que lo llevó a ser el crío más popular entre la chiquillería de su barrio, Browning, nacido en Louisville, Kentucky, en 1882, vivió la traumática experiencia de ver morir a su hermana mayor por una rara enfermedad paralizante, lo que para algunos explica un tanto esa morbosa inclinación hacia todo lo patológico que atraviesa buena parte de su obra y que -en cierto modo- lo convierte en precedente de David Lynch.
A los 16 años abandona el hogar paterno para marchar en pos de un circo, enamorado de una bailarina de la compañía, un contexto en el que se movería durante casi una década y del que extraería abundante material para elaborar sus películas. Allí ejerció de ilusionista, acróbata, clown y voceador del célebre espectáculo El Hombre Salvaje de Borneo (en realidad un negro del Mississippi oportunamente maquillado para la ocasión), perfeccionando un complejo sistema de ventilación para un número propio en el que era enterrado vivo, “resucitando” dos días más tarde (el público sólo debía entregar la otra mitad de su ticket para comprobarlo). Su encuentro en Nueva York con D.W.Griffith, también oriundo de Kentucky, le permitió dejar la Burlesque Company, con la que había llegado a girar por Europa, Asia y África, introduciéndose en la floreciente industria del cine mudo de la mano del productor de la Metro-Goldwyn-Mayer y rendido admirador Irving Thalberg. Ese mismo año se casaba con Alice Wilson; pero también empezaban sus problemas con el alcohol. En 1915, conduciendo borracho, se vio envuelto en un accidente en el que fallecería el actor Elmer Booth, postrándolo a él durante meses en un hospital. Sus problemas continuaron, provocando que Alice lo abandonara y que los estudios lo incluyeran en su lista negra.
Fueron años oscuros de los que finalmente pudo recuperarse con la ayuda de su mujer y la intercesión de Thalberg ante la Universal. Para ellos rodaría "The Wicked Darling" en 1919, filme que marcaría el inicio de su relación con El Hombre de las Mil Caras. Como Poe y Baudelaire, Browning y Lon Chaney estaban realmente hechos el uno para el otro. Hermanos de sangre, ambos se sentían fascinados por la impostura, las mascaradas y las metamorfosis, la violencia a la naturaleza, las deformidades de la carne y el espíritu. Chaney, retorcido y romántico, había crecido en una familia de sordos, lo que desde niño lo acostumbró a transmitir sus emociones y argumentos por medio del rostro y el cuerpo, y ya era conocido por planificar sus interpretaciones como auténticos tours de force, experiencias transformadoras -a su lado el método Stanislavski es mero teatro de marionetas- de las que cabía esperar cualquier cosa, papeles dobles, triples e incluso cuádruples. Browning lo describía así: "Yo estaba en mi oficina y él entraba por la puerta y me preguntaba, '¿qué va a ser esta vez, jefe?', y yo le respondía, 'las piernas irán fuera, o los brazos irán fuera, o tal vez los ojos".
La fama de Lon Chaney en Hollywood llegaría a ser tan monumental que una propietaria de una sala recordaba al público literalmente rugiendo de placer al escuchar su voz por primera vez en una película sonora. Juntos rodarían diez films, uno de ellos irremisiblemente perdido y envuelto desde entonces en un halo de leyenda (“London after midnight", 1927); proyectos apasionados, más allá de toda definición, entre los que habría que destacar los picos gemelos de "The Unholy Three" y "The Unknown". El material en que se basaba la primera prometía lo suyo (un relato de Tod Robbins, la disparatada historia de un enano con malas pulgas -el gran Harry Earles-, un forzudo de circo y un ventrílocuo travesti, Chaney por supuesto, empeñados en hacerse un nombre en el mundo del hampa) y pese a las reticencias iniciales de MGM, para los que Browning trabajaba de nuevo, nadie quedó insatisfecho, ni el equipo -todos volverían a rodar juntos-, ni el alucinado público, ni periódicos como el New York Times que la situó como una de las mejores películas de 1925.
"The Unknown", "Garras Humanas", se recuerda por la inenarrable interpretación de Chaney, el horror, el frenesí y la profunda extrañeza de sus fotogramas: Alonzo es un fugitivo de la justicia que ingresa en un circo haciéndose pasar por un lanzador de cuchillos sin brazos, pero pronto se enamora de la hija del propietario, Nanon (Joan Crawford), una chica con una fobia radical a que los hombres la toquen y que sólo tolera estar junto a él. Espoleado por su destino al verse obligado a matar a su padre cuando éste descubre su impostura, Alonzo chantajea a un viejo compañero de presidio, un cirujano corrupto, y se hace amputar los brazos para conquistarla, descubriendo a su regreso que ella ha superado su manía y se ha convertido en la prometida del apuesto galán de la compañía.
Podemos suponer que sólo la muerte de Chaney por cáncer en 1930 puso fin a su hermandad con Browning. Su salto al cine sonoro se había producido un año antes con "The 7th chair", film de intriga convencional con Bela Lugosi, insuflado del retorcido espíritu de su director a pesar de todo. Edward G. Robinson protagonizaría luego el melodrama policial "Outside the law”, allanando el camino para la realización de "Drácula", de nuevo con Lugosi. "Drácula" consagraría a Browning como el gran maestro de lo macabro, "el Edgar Allan Poe del séptimo arte"; pero el rodaje resultó a pesar de ello problemático, con su a menudo alcoholizado director dejando el proyecto en las manos de su amigo Murnau, desentendiéndose a medida que ponían impedimentos a su idea de que la presencia del vampiro fuese invisible hasta el final. Fue en "Drácula" donde Browning cedió su propia voz a Renfield, el personaje que interpretaría Tom Waits medio siglo más tarde (y no hace falta decir cuánto del espíritu de Browning hay en el viejo Tom). Ese mismo año dirigía a la estrella Jean Harlow en "The Iron Man" antes de embarcarse en su obra maestra "Freaks" y tirar toda su carrera por la borda.
Sentenciado por la manifiesta hostilidad del todopoderoso Mayer, Browning todavía lograría algún pequeño éxito dirigiendo a Lugosi en "La marca del vampiro", secuela demasiado obvia de "Drácula" a la que, para terminar de estropear las cosas, se extirpó el matiz incestuoso de la relación entre el vampiro y su hija. "Fast Workers" nos legó de nuevo otro de sus habituales triángulos amorosos en el marco de la construcción de los grandes rascacielos -sólo por ello ya resulta inolvidable- resolviéndolo en tono de comedia misógina. El film fracasó en taquilla pero al final Browning se resarciría de tanto problema con "Muñecos Infernales", con el gran Lionel Barrymore emulando a Chaney y su gusto por el travestismo, y la colaboración de otro buen amigo, Erich von Stroheim. "The Devil-Doll", recortada en ciertas escenas por temor a que provocase un motín entre los negros de las colonias británicas (?), sería casi su canto de cisne: tras "Milagros a la venta" (1939), proyecto largamente frustrado sobre un mago empeñado en desenmascarar a un falso médium, Tod Browning se retiró con su mujer Alice a su casa de Malibú. No volvería a conceder entrevistas ni a relacionarse con nadie durante más de veinte años -y esto parece enteramente cierto.
En un espectacular guiño del destino, Browning reviviría de nuevo su propia muerte frente al público -como cuando en los inicios de su carrera se hacía enterrar vivo- al anunciar la prensa su fallecimiento en 1944. Éste no se produciría sin embargo hasta 1962, un año antes de que "Freaks" se reestrenase ante el asombrado público del Festival de Venecia.
("Poor Edward")
Cuando en 1939 Tod Browning anunció que se retiraba de la industria del espectáculo ("para siempre") dejaba atrás, consumada con creces, una de las trayectorias más singulares del cine de Hollywood. Desde la apoteosis de “Freaks” había sido marginado por los estudios, aunque todavía se las apañó para dirigir una película tan personal como “The Devil-Doll” (Muñecos infernales, 1936), la historia de un reo fugado de la Isla del Demonio que tras apoderarse del descubrimiento de un científico loco al que ha conocido entre rejas –y mediante el cual puede reducir a la gente al tamaño de muñecos, privándola de su voluntad- ejecuta un ingenioso plan de venganza con los tres hombres que lo acusaron injustamente. Cuesta creer que alguna vez un argumento semejante pudiera superar los márgenes de la serie B. Los 20 y 30 fueron sin embargo años dorados para el género fantástico y de terror, espacio idóneo para toda clase de violencia y desmanes, no sólo en Estados Unidos donde docenas de revistas pulp mostraban sus fabulosas portadas desde todos los quioscos del país. En Alemania Fritz Lang hipnotizaba a las masas con sus filmes del Dr. Mabuse, Fürtwangler reivindicaba el poder de lo irracional en la música, en Francia los surrealistas exaltaban la herencia de Hoffmann y Europa entera temblaba frente a la ominosa amenaza amarilla, encarnada en el Fu-Manchú de Sax Rohmer. En una época de expediciones polares, exóticos descubrimientos arqueológicos e imparable carrera armamentística el público aceptaba de buen grado la imaginación, especialmente si ésta venía en forma de espanto, y la fábrica de sueños no estaba dispuesta a ir contracorriente. En Tod Browning todo cobra la forma de una gigantesca, incontrolable, asombrosa excepcionalidad. Dotado de una inusual inventiva que lo llevó a ser el crío más popular entre la chiquillería de su barrio, Browning, nacido en Louisville, Kentucky, en 1882, vivió la traumática experiencia de ver morir a su hermana mayor por una rara enfermedad paralizante, lo que para algunos explica un tanto esa morbosa inclinación hacia todo lo patológico que atraviesa buena parte de su obra y que -en cierto modo- lo convierte en precedente de David Lynch.
A los 16 años abandona el hogar paterno para marchar en pos de un circo, enamorado de una bailarina de la compañía, un contexto en el que se movería durante casi una década y del que extraería abundante material para elaborar sus películas. Allí ejerció de ilusionista, acróbata, clown y voceador del célebre espectáculo El Hombre Salvaje de Borneo (en realidad un negro del Mississippi oportunamente maquillado para la ocasión), perfeccionando un complejo sistema de ventilación para un número propio en el que era enterrado vivo, “resucitando” dos días más tarde (el público sólo debía entregar la otra mitad de su ticket para comprobarlo). Su encuentro en Nueva York con D.W.Griffith, también oriundo de Kentucky, le permitió dejar la Burlesque Company, con la que había llegado a girar por Europa, Asia y África, introduciéndose en la floreciente industria del cine mudo de la mano del productor de la Metro-Goldwyn-Mayer y rendido admirador Irving Thalberg. Ese mismo año se casaba con Alice Wilson; pero también empezaban sus problemas con el alcohol. En 1915, conduciendo borracho, se vio envuelto en un accidente en el que fallecería el actor Elmer Booth, postrándolo a él durante meses en un hospital. Sus problemas continuaron, provocando que Alice lo abandonara y que los estudios lo incluyeran en su lista negra.
Fueron años oscuros de los que finalmente pudo recuperarse con la ayuda de su mujer y la intercesión de Thalberg ante la Universal. Para ellos rodaría "The Wicked Darling" en 1919, filme que marcaría el inicio de su relación con El Hombre de las Mil Caras. Como Poe y Baudelaire, Browning y Lon Chaney estaban realmente hechos el uno para el otro. Hermanos de sangre, ambos se sentían fascinados por la impostura, las mascaradas y las metamorfosis, la violencia a la naturaleza, las deformidades de la carne y el espíritu. Chaney, retorcido y romántico, había crecido en una familia de sordos, lo que desde niño lo acostumbró a transmitir sus emociones y argumentos por medio del rostro y el cuerpo, y ya era conocido por planificar sus interpretaciones como auténticos tours de force, experiencias transformadoras -a su lado el método Stanislavski es mero teatro de marionetas- de las que cabía esperar cualquier cosa, papeles dobles, triples e incluso cuádruples. Browning lo describía así: "Yo estaba en mi oficina y él entraba por la puerta y me preguntaba, '¿qué va a ser esta vez, jefe?', y yo le respondía, 'las piernas irán fuera, o los brazos irán fuera, o tal vez los ojos".
La fama de Lon Chaney en Hollywood llegaría a ser tan monumental que una propietaria de una sala recordaba al público literalmente rugiendo de placer al escuchar su voz por primera vez en una película sonora. Juntos rodarían diez films, uno de ellos irremisiblemente perdido y envuelto desde entonces en un halo de leyenda (“London after midnight", 1927); proyectos apasionados, más allá de toda definición, entre los que habría que destacar los picos gemelos de "The Unholy Three" y "The Unknown". El material en que se basaba la primera prometía lo suyo (un relato de Tod Robbins, la disparatada historia de un enano con malas pulgas -el gran Harry Earles-, un forzudo de circo y un ventrílocuo travesti, Chaney por supuesto, empeñados en hacerse un nombre en el mundo del hampa) y pese a las reticencias iniciales de MGM, para los que Browning trabajaba de nuevo, nadie quedó insatisfecho, ni el equipo -todos volverían a rodar juntos-, ni el alucinado público, ni periódicos como el New York Times que la situó como una de las mejores películas de 1925.
"The Unknown", "Garras Humanas", se recuerda por la inenarrable interpretación de Chaney, el horror, el frenesí y la profunda extrañeza de sus fotogramas: Alonzo es un fugitivo de la justicia que ingresa en un circo haciéndose pasar por un lanzador de cuchillos sin brazos, pero pronto se enamora de la hija del propietario, Nanon (Joan Crawford), una chica con una fobia radical a que los hombres la toquen y que sólo tolera estar junto a él. Espoleado por su destino al verse obligado a matar a su padre cuando éste descubre su impostura, Alonzo chantajea a un viejo compañero de presidio, un cirujano corrupto, y se hace amputar los brazos para conquistarla, descubriendo a su regreso que ella ha superado su manía y se ha convertido en la prometida del apuesto galán de la compañía.
Podemos suponer que sólo la muerte de Chaney por cáncer en 1930 puso fin a su hermandad con Browning. Su salto al cine sonoro se había producido un año antes con "The 7th chair", film de intriga convencional con Bela Lugosi, insuflado del retorcido espíritu de su director a pesar de todo. Edward G. Robinson protagonizaría luego el melodrama policial "Outside the law”, allanando el camino para la realización de "Drácula", de nuevo con Lugosi. "Drácula" consagraría a Browning como el gran maestro de lo macabro, "el Edgar Allan Poe del séptimo arte"; pero el rodaje resultó a pesar de ello problemático, con su a menudo alcoholizado director dejando el proyecto en las manos de su amigo Murnau, desentendiéndose a medida que ponían impedimentos a su idea de que la presencia del vampiro fuese invisible hasta el final. Fue en "Drácula" donde Browning cedió su propia voz a Renfield, el personaje que interpretaría Tom Waits medio siglo más tarde (y no hace falta decir cuánto del espíritu de Browning hay en el viejo Tom). Ese mismo año dirigía a la estrella Jean Harlow en "The Iron Man" antes de embarcarse en su obra maestra "Freaks" y tirar toda su carrera por la borda.
Sentenciado por la manifiesta hostilidad del todopoderoso Mayer, Browning todavía lograría algún pequeño éxito dirigiendo a Lugosi en "La marca del vampiro", secuela demasiado obvia de "Drácula" a la que, para terminar de estropear las cosas, se extirpó el matiz incestuoso de la relación entre el vampiro y su hija. "Fast Workers" nos legó de nuevo otro de sus habituales triángulos amorosos en el marco de la construcción de los grandes rascacielos -sólo por ello ya resulta inolvidable- resolviéndolo en tono de comedia misógina. El film fracasó en taquilla pero al final Browning se resarciría de tanto problema con "Muñecos Infernales", con el gran Lionel Barrymore emulando a Chaney y su gusto por el travestismo, y la colaboración de otro buen amigo, Erich von Stroheim. "The Devil-Doll", recortada en ciertas escenas por temor a que provocase un motín entre los negros de las colonias británicas (?), sería casi su canto de cisne: tras "Milagros a la venta" (1939), proyecto largamente frustrado sobre un mago empeñado en desenmascarar a un falso médium, Tod Browning se retiró con su mujer Alice a su casa de Malibú. No volvería a conceder entrevistas ni a relacionarse con nadie durante más de veinte años -y esto parece enteramente cierto.
En un espectacular guiño del destino, Browning reviviría de nuevo su propia muerte frente al público -como cuando en los inicios de su carrera se hacía enterrar vivo- al anunciar la prensa su fallecimiento en 1944. Éste no se produciría sin embargo hasta 1962, un año antes de que "Freaks" se reestrenase ante el asombrado público del Festival de Venecia.
INTERVIEW TOD BROWNING -1935
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