LA HISTORIA DE CONRAD VEIDT (III)


En Hollywood los alemanes solíamos mantener las distancias, moviéndonos  en nuestro pequeño círculo compuesto por los tipos que yo había conocido en los viejos días de Berlín, ahora con sus mujeres y familias. Lubitsch, Lothar Mendes, Korda, Jannings, Murnau, Leni, Paul Ludwigstein. Y Maurice Stiller y su gran amiga. (1) ¿Qué puedo decir de ella que el mundo no sepa? Creo que es la mayor actriz que existe. Un rostro completamente fotogénico, el más gratificante de la gran pantalla. Algunos creen que su bien conocido aire de misterio y su deseo de estar sola es parte de una sutil publicidad. Error. Es natural en ella; simplemente es así. Tal como están las cosas, ha resultado ser la publicidad perfecta, porque no existe actriz cuya vida haya despertado tanta curiosidad en las masas sedientas de conocimiento que la suya. La gente la asusta. Realmente le gusta estar sola. Puede estar con dos o tres personas y ser feliz, mostrarse alerta e interesada. La escucharás conversar animadamente y con alegría, porque tiene un gran sentido del humor y puede ser una buena compañía. Pero ponla en la atmósfera inadecuada, con la gente equivocada, y será infeliz, mórbida, temerosa. Su rostro es tan bello que a veces te produce una oleada de placer; otras veces, resulta feo. Pero siempre destaca su perfil perfectamente modelado, y la profunda mirada. Es rara. Siempre notas un halo de melancolía incluso cuando sonríe. En la pantalla se ve todo el tiempo. En la vida real es todavía más intenso, y percibes cuánto forma parte de ella. Esta cualidad la distancia de las cosas y de la gente, como si flotara sobre ellos. Luego descubres, de forma sorprendente, otro lado en ella, más terrenal y ordinario. Es buena en todos los deportes que practica: montando a caballo, nadando. Exactamente igual que vive en otro mundo y a la vez con los pies en la tierra, exactamente igual que es hermosa y fea, así también resulta femenina y masculina al mismo tiempo. Mis recuerdos más nítidos proceden de las calurosas e indolentes tardes de verano, cuando solía visitarnos en los descansos de rodaje. Sólo estábamos una o dos personas y era habitual que jugáramos al ping-pong o al tenis, o nadáramos en la piscina. Luego se ponía a jugar con Viola, feliz y relajada. En esos momentos se comportaba de forma sencilla y dulce, como una niña. Adoraba a Viola y Viola la acaparaba, como suelen hacer los críos... Ella y Stiller tenían una de las más profundas amistades que he tenido ocasión de ver entre un hombre y una mujer. Era más que una perfecta amistad entre dos hombres. Stiller no era feliz en Hollywood. Se fue a Suecia de vacaciones. Debió ser el cambio repentino, del sol de Hollywood al frío sueco, pero enfermó súbitamente y murió con la misma rapidez. Así dejamos de verlo. No podíamos creerlo, fue un shock. Era un artista tan bueno. No parecía haber límites en lo que podía conseguir rodando películas, siempre con su característico vigor y su energía. Recuerdo que buceaba como un pez, se entregaba a cada juego hasta caer exhausto. No era un tipo de medias tintas. Nadie que lo conociera pudo olvidarlo.

Paul Leni, que hizo "Waxworks", la razón de mi viaje a Hollywood, fue el director elegido para rodar mi película "El hombre que ríe", de la que todos salimos contentos: la historia de Víctor Hugo sobre un hombre al que mutilan los labios de tal manera que a partir de entonces debe vagar por el mundo con una sonrisa permanente en su boca, mostrando todos sus dientes en una horrible mueca. Nos llevó varios meses. A veces sentía que "El hombre que ríe" no volvería a reír más.

A mitad de mi tercera película en Hollywood "The Magician", un terremoto sacudió Hollywood. No me refiero a un terremoto real, sino a la llegada de los talkies. En el trastorno y confusión que siguieron nadie sabía lo que iba a ocurrir. Yo era alemán. Sí, también era un actor de teatro y mi voz era una de mis ventajas. Pero, ¿quién iba a querer a un actor germano-parlante en un país anglo-parlante? Sabía que tenía que ser muy listo para dejar atrás el terremoto sin ser arrastrado por él. Recogí mis enseres y regresé a Alemania con mi mujer y Viola. Y allí, quizá por primera vez en mi vida, noté que mi estrella comenzaba a declinar. En Berlín desde luego ya habían empezado a rodar talkies, y yo me lancé directamente a ellos. Pero todavía se desconocían los detalles técnicos que pueden levantar o arruinar para siempre la carrera de un actor. Un mal proceso puede convertir una voz interesante en un graznido. Mi primer sonoro allí no fue del todo perfecto. El sonido y el silencio se confundían en la mezcla. Esto hizo daño a mi reputación. La gente no culpaba a las mezclas. Me culpaba a mí. Pensaron que tal vez yo no servía para los talkies, después de todo. Pero la siguiente película, "The last company" dirigida por Kurt Bernhardt, fue casi técnicamente perfecta, y un éxito.

Debe haber algo en mi naturaleza -francamente, creo que lo he superado a estas alturas- que me impide ser completamente feliz con una mujer, o hacer completamente feliz a una mujer. Mrs. Veidt era una madre perfecta -para Viola. Viola era, y es, una hija perfecta para los dos. Pero Mr. Veidt, como un chiquillo consentido, empezó a sentir que lo dejaban al margen. Tal como dije al hablar de mi primera mujer, no tengo excusa, ni puedo dar una explicación completa. Mi mujer era amable, dulce, tenía todo lo que un hombre puede desear. Viola me hacía feliz y a medida que crecía que convirtió en lo más importante para mí. Pero una hija no puede hacer las funciones de madre para un hombre maduro. Mi mujer se daba cuenta del cambio que se producía en mí, y naturalmente se sintió herida. Las cosas ya no eran como antes. Yo pensé: "No lo estropees más. Quizá es sólo algo temporal. No sería bueno para la niña que nos separáramos". Pero al final ambos decidimos que era lo mejor. Llegó el momento en que tuve que mirarme a los ojos, y reconocer que de nuevo mi carácter me estaba agobiando. Participé en más filmes en Alemania. Mi carrera ascendió de nuevo. El reputado director E. Dupont vino a Berlín. Me pidió que fuese con él a Inglaterra para participar en la versión alemana de "Cap Forlorn".

Me gustó la idea. Un nuevo país, no demasiado lejos de casa. Nueva gente, nuevas ideas, nuevo trabajo. Esto podía ofrecerme un punto de vista distinto sobre mi vida personal, dándome tiempo para considerar qué era lo más adecuado para mí y mi mujer. De modo que fui a Inglaterra por primera vez y, sin transición, me sentí como en casa. Empecé a aprender inglés.

Luego llegó mi primera oportunidad de rodar un film en inglés. Sería Metternich en "El congreso baila". Por entonces el público apenas sabía de mí; eran pocos los que recordaban mi trayectoria en el cine mudo. Pero la película por lo visto me puso en el mapa. Regresé en 1932 para participar en la producción británica "Rome Express". Viola estaba con mi mujer en Viena, adonde viajé para actuar en la obra de teatro "Lui" de Savoir, pero también con objeto de decidir qué debíamos hacer con Viola. Porque, definitivamente, habíamos resuelto separarnos.

Quería, más que cualquier otra cosa en el mundo, tener la custodia de mi hija. Podrás comprender el carácter de mi mujer si te digo que accedió a ello. Tanto como quería a Viola, comprendió lo que significaba para mí. Yo me di cuenta de todo y sentí que me comían los remordimientos: ¿estaba bien llevarme a Viola conmigo, ofreciendo a mi mujer el tradicional acuerdo de que pudiese verla algunas temporadas del año? ¿o lo correcto era la opción contraria? Pensé: "Connie, la vida se ha portado bien contigo. Si no has podido ser feliz, no es culpa de la gente ni de las circunstancias, sino que el problema está en ti. Algo retorcido que se agazapa en tu mente,  y que te deja siempre en el borde de la felicidad -lo cual es mucho más de lo que la mayoría de la gente llega a conseguir, seguramente-, torturándote con la visión de atisbos de gloria para luego cerrarte la puerta en las narices".

Con la custodia de Viola en la mano y mi trabajo sabía que tenía todo para cruzar esa puerta. Esa era una de las cosas de la que estaba convencido, tan convencido como un creyente lo está de la existencia de Dios. Sin Viola... Bien, era difícil imaginar la vida sin Viola. Yo sabía, también, que una niña es como una flor. La arrancas de la tierra, la colocas en una habitación con la temperatura equivocada y ya puedes despedirte de ella. Un niño necesita a su madre. Y sólo había un sitio donde Viola debía estar. ¿Qué pasaría si la desarraigaba de su madre? Mi trabajo y mi temperamento me convertían en un gitano. No podía saber a qué lugares me llevaría mi trabajo. Y con los lazos familiares rotos, todo resultaba volátil. Además, a la madre de Viola le debía más de lo que nunca podría pagarle. Seguíamos siendo amigos. Considerando todo esto me comprometí a que Viola permaneciese con su madre, mientras yo pudiera visitarla cuando quisiera, llevándomela conmigo por temporadas.

En Inglaterra me sentí al instante como si estuviera en casa. Este es el tipo de cosas que noto enseguida; en el primer encuentro, al primer golpe de vista, sólo con escuchar una voz sé si soy simpático o antipático. Ciertas atmósferas tienen longitudes de onda que puedes captar y medir, como si estuvieras en posesión de un aparato de radio. Mi sintonía con Inglaterra fue perfecta. Sólo capté entendimiento y buenas vibraciones. Me gustó la gente a la que fui presentado y con quienes iba a trabajar; de forma curiosa, me sentía como en casa. Así que decidí quedarme un tiempo, en este lugar por el que empezaba a sentir verdadero afecto y del cual había recibido el mejor regalo que puede recibir un actor: el reconocimiento del público. Inglaterra, y especialmente mis filmes para Gaumont-British "I was a spy" y ahora "Jew Süss", me dieron esa oportunidad.

Mi vida discurría a un nuevo ritmo, fácil y casi completamente satisfactorio. Casi. Porque estaba solo. En mí había arraigado el convencimiento de que nunca podría volver a encontrar a otro ser humano capaz de encarnar lo que yo pedía a la vida. Y había aceptado esta idea de que estaría solo el resto de mis días, con los únicos consuelos de mis visitas a Viola y la satisfacción ante mi trabajo. Que era mi destino, lo sentía, y puesto que soy y he sido siempre un fatalista, me conformé y decidí que fuera lo que tenía que ser. Pero fue el destino operando según sus inextricables, misteriosas fuerzas, el que introdujo entonces un nuevo hilo en el tapiz de mi vida, un hilo que la recorrería por entero otorgándole una nueva armonía y un equilibrio completo.

En Berlín había dos mujeres que regentaban un pequeño club donde solían reunirse actores y actrices y gente de la prensa. Una de ellas se llamaba Lili. Trabajaba allí como si le fuera la vida en ello tratando de relacionarse con todo el mundo para hacer frente a la soledad que empezaba a apoderarse de su vida. Una noche entré en su club para saludar a unos amigos, y nos conocimos. Era la mujer que yo había estado buscando, y yo era el hombre que ella había estado buscando. En Lili encontré a la mujer dispuesta a dar todo lo que yo esperaba recibir, la perfecta cristalización en un ser humano de todo lo que yo buscaba. También tenía complejo materno; pero en proporción inversa a mi. En ella el instinto maternal era tan poderoso que lo volcaba, casi indiscriminadamente diría, en todo aquel que conocía. Era maternal hasta con su propia madre. Conocer a Lili fue como volver al hogar, ese lugar encantado que uno nunca espera volver a alcanzar. Para ella significó lo mismo. Nuestro matrimonio no sólo es perfecto, es lógico y completo, tan inevitable como el amanecer que sigue a la noche, tan armonioso como la letra de una canción que encaja del todo con la música. Mi búsqueda ha terminado. En mi mente la imagen de mi madre es la de una gran figura sagrada. Un recuerdo profundo y humilde, que ninguna mujer puede reemplazar. Pero es ahora cuando aparece nítido, lejos de la borrosidad que hostigaba mi mente.

Der Januskopf

A mis 41 años empiezo a sentir que sé algo de este negocio. El pasado es como un rompecabezas en puertas de ser resuelto. Cada pieza encaja, y que cada cual juzgue si el dibujo presentó realmente alguna complicación. Mi primera mujer volvió a casarse y ahora es feliz. Ella y su marido son buenos amigos míos. Mi segunda mujer, la madre perfecta para Viola, vive con mi hija en Berlín. Tiene sus propios amigos, sus propios intereses. Como yo, agradece que no pudiera hacerla feliz. Viola nunca está lejos de mis pensamientos. Y nuestros encuentros son siempre bonitas ocasiones. Desde mi primer filme en Inglaterra he recibido ofertas para volver a Hollywood pero por el momento prefiero permanecer aquí. Nunca dejaré de ser parte de Alemania, porque eso sería ajeno a mi naturaleza.  Pero siento que en Inglaterra estoy echando raíces. Y desde aquí estoy a sólo unas horas de Viola.

Hace muy poco, durante el rodaje de "El judío Süss", ocurrió algo que me aterrorizó y me hizo sentir como un hombre al que el suelo se le abre bajo los pies. Durante el rodaje de una de las escenas más importantes, un amigo mío, un doctor inglés, vino al set con el mensaje de que Mrs. Veidt había tenido que ser ingresada de urgencia para una operación. Por la mañana yo la había dejado perfectamente. Pensé que iba a morir. Me volví loco. Detuvimos el rodaje, me puse los zapatos y salí disparado hacia el hospital en el coche más rápido que encontré. Como siempre, imaginé lo peor. Lo repentino de la noticia me sumió en un shock. Resultó ser apendicitis; grave, pero poco peligroso. Ahora se está recuperando y se encuentra bien. Pero no recuerdo haber sufrido tan intensamente en todos estos últimos años. Si necesitaba alguna prueba de lo que siento por Lili, ahora la tengo. Debería tocar madera; pero me limitaré a confiar en mi buena estrella.

Así que ahora ha llegado el momento de desmontar las piezas de mi rompecabezas, o construir otro en su lugar, porque habiendo llegado al final de mi historia puede decirse que mi vida comienza de nuevo aquí.

 

(1)  Como es obvio, se refiere a Greta Garbo


 

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2 comentarios:

Joaquín Huguet dijo...

1.Los “talkies” no fueron sólo una tragedia para un germanohablante en Estados Unidos, muchos actores norteamericanos nunca se adaptaron al cine hablado. El propio Chaplin se resistió y, de hecho, sus películas sonoras conservaron muchos de los gags y puestas en escena de sus películas mudas. En cierto modo siguió haciendo cine mudo dentro del mundo sonoro.
2.Difícil misión adaptar una novela tan compleja como “el hombre que ríe”, una de las obras más originales y complejas de Víctor Hugo. Desgraciadamente esta novela se basaba en hechos reales. Existían los “comprachicos”, es decir, vagabundos que compraban niños para deformarlos y hacer de ellos verdaderos monstruos de feria. Hugo hace una descripción magnífica en su novela. Lo que no entiendo es por qué no se apropió del papel Lon Chaney, ya que este parecía que le venía que ni pintado a la personalidad polifacética de este actor.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Parece que Chaney tenía compromisos con MGM y tuvo que rechazar el papel. Ofrecérselo a Veidt era lo más lógico porque el director Leni ya había trabajado con él en los días de Berlín. Yo me alegro de que cogieran a Veidt, el filme fue un éxito y sin duda Veidt lo necesitaba más. Adaptando a Víctor Hugo, Chaney ya obtuvo su glorioso trozo de pastel con "El jorobado de Notre Dame". Es la única conexión que conozco entre Chaney y Veidt. Seguro que hay muchas más, tarde o temprano descubriré qué pensaban el uno del otro, y si alguna vez se estrecharon las manos.

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