Bajando hacia el sur desde Unter den Linden en Berlín, a la altura de la antigua puerta de Helleschen y cruzando el puente –no lejos del Museo Judío– se encuentra el viejo cementerio de Jerusalem und Neue Kirche III. Si el caminante sigue su muro y se adentra por la puerta norte, atravesando las tumbas en línea recta, hallará, cuatro o cinco filas a la izquierda, una pequeña lápida mantenida con esmero por el Ayuntamiento, símbolo de la fantasía más alucinante: la de E.T.A. Hoffmann.
Los huesos de Hoffmann reposan allí desde 1822, pero fue en la fría noche del 26 de febrero de 1920 cuando el lugar debió iluminarse y refulgir con la potencia de todos los demonios del Averno y los ángeles celestiales envueltos en la fantasmagoría más antigua del mundo: esa noche se estrenaba en Berlín “Das Kabinet des Doktor Caligari” de Robert Wiene, film fundacional y detonante del expresionismo alemán, cuyo éxito trascendió el país recuperando al autor de “El hombre de la arena” y el “Gato Murr”, narrador superdotado, además de compositor de sinfonías y óperas y maestro de capilla, juez de profesión, máximo exponente del romanticismo tardío berlinés y figura luminosa como pocas.
Del grado que alcanzó el embrujo hoffmaniano y su poder premonitorio en un periodo tan relevante como fue el de los años 20 en Alemania dan fe un gran número de películas, directores y guionistas, no sólo alemanes y no sólo de entonces (¿qué hubiera sido de David Lynch, de Paul Auster o Murakami sin E.T.A. Hoffmann?): Murnau (“Nosferatu”, “Der Januskopf”), Lubitsch (“Die Puppe”), la tríada Henrik Galeen/Paul Wegener/H.H. Ewers (“Der Golem”, “Alraune”, “Der Student von Prag”), Fritz Lang (“Dr. Mabuse”, “M”), Arthur Robinson (“Schatten”), Otto Rippert (“Homunculus”), Richard Oswald (“Unheimlichen Geschichten”, “Hoffmanns Erzählungen”), Robert Wiene (“Orlacs Hände”), Dreyer (“Vampyr”) y Benjamin Christensen (“Häxen”), entre otros. Pero, ¿por qué entonces regresó Hoffmann? ¿por qué en “Caligari?
Para Siegfried Krakauer, ese estallido de temas ominosos provocado por la historia del doctor Caligari y su sonámbulo Cesare ilustraba uno de los rasgos más característicos de la psique alemana en un periodo de especial incertidumbre; una encarnación de lo “unheimlich” (sobrenatural, fantástico, inquietante) que había estado haciendo las delicias de los franceses durante todo el siglo XIX (hasta el punto de ser acuñada una expresión: lo “hoffmanesque”) a la que por otra parte ya se había referido Sigmund Freud en una fecha tan temprana como 1901 en un ensayo dedicado, no en vano, a Hoffmann.
“Significativamente –apunta Krakauer en su libro “De Caligari a Hitler””– en 'Caligari' la mayoría de las escenas de feria comienzan por una apertura en iris mostrando un organillero cuyo brazo gira constantemente y, detrás de él, la parte superior de los caballitos que no cesan de dar vueltas. El círculo se transforma en un símbolo neto del caos. Mientras que la libertad evoca un río, el caos recuerda un torbellino. Olvidado del 'yo', uno se zambulle en el caos, donde no puede moverse (…) Intencionadamente o no, “Caligari” expone el alma oscilando entre la tiranía y el caos, y enfrentándose a una situación desesperada: cualquier evasión parece llevar a un estado de total confusión. Muy lógicamente, la película despliega una atmósfera saturada de horror y desesperanza. La ecuación culmina en el episodio final, que pretende restablecer la vida normal. Excepción hecha del personaje ambiguo del director y del personal tenebroso del manicomio, la normalidad se encarna por medio de una multitud de locos que se mueven en su insólito ambiente. Lo normal es un manicomio: la frustración no podría haber sido pintada de manera más definitiva”
Se explica así que ese torbellino interior provocase algunos de los avances técnicos más importantes del cine, en aras de la necesidad de fundir fondo y forma:
“Sus peculiaridades técnicas descubren las de significado. “Caligari” inaugura una procesión de películas hechas ciento por ciento en estudios. Mientras que, por ejemplo, en esa época los suecos se esforzaban en captar el aspecto real de una tormenta de nieve o el de un bosque, los directores alemanes, al menos hasta 1924, estaban tan complacidos con los efectos de interiores, que construían paisajes enteros dentro de las paredes del estudio. Preferían el dominio de un universo artificial a depender del capricho del mundo exterior. Su retirada dentro del estudio era parte del replegamiento general. Una vez que los alemanes decidieron refugiarse dentro del alma, podían permitir que la pantalla explorara esa realidad que abandonaban. Ello explica el papel preponderante de la arquitectura después de “Caligari”. ¿Cómo podía ser de otro modo? Las fachadas y habitaciones hechas por el arquitecto no eran meros fondos para ambientar, sino jeroglíficos que expresan la estructura del alma en términos de espacio”.
“Caligari” no sólo provocó la primera oleada de cine fantástico y de terror de la historia, sino que también acabó por determinar el estilo de parte de las artes gráficas en particular en su relación con este: ilustradores y pintores de diverso pelaje diseñaron carteles para películas llenos de poesía, oscuridad y malos augurios, y escenografías nunca vistas, repletas de claves y resonancias, en una conjunción de fuerzas inesperada y difícilmente repetible. Porque si la contemplación de una rara avis como fue Hoffmann ya es una experiencia, todavía lo es más ver a multitud de ellas levantando el vuelo a la vez para dirigirse a una única, siniestra dirección.
En esta época dorada del “Kino-Plakat” uno de los nombres más sobresalientes fue el de Josef Fenneker. Entre 1919 y 1924 Fenneker, que ya había colaborado con revistas de prestigio como Jugend y Simplicissimus, realizó aproximadamente 250 litografías, buena parte de las cuales se incorporaron al paisaje urbano del Berlín de entreguerras en virtud del contrato que mantuvo con el cine Marmorhaus, llamado así por el mármol blanco de la fachada de su edificio de cuatro plantas diseñado por el arquitecto Hugo Pál.
Sito en el 236 de la Kurfürstendamm, la Marmorhaus fue una de las grandes salas de la célebre “milla de oro” del cine berlinés, junto al Gloria Palast, el Ufa-Palast am Zoo y el Capitol, más o menos superviviente de los estragos de la guerra (tras diversas reformas y su reconversión en una sala de multicines, actualmente el Marmorhaus alberga un triste Zara). Por él desfilaron los mejores films de la época, frente a su fachada se concentraron las primeras turbas organizadas por Goebbels, y también fue allí donde esa noche de febrero tuvo lugar la première de “Caligari”, cuyo éxito hizo de la Ufa la única industria capaz de hacer frente a Hollywood; aunque de su ilustración, en este caso, no se encargó Fenneker, sino Ledl Bernhard.
El edificio Marmorhaus y Josef Fenneker (quien a partir de 1924 se introduciría en el ámbito de la escenografía para teatros y películas, falleciendo en 1956), bajo la alargada sombra de Hoffmann, quedarán unidos no obstante en la memoria de ese Berlín mítico.
11 comentarios:
Enhorabuena por el blog.
Gracias!
1.Coppolla, como homenaje al cine expresionista alemán, rodó su versión de Drácula en un estudio. Muchos de los recursos recordaban al cine mudo, incluso el uso de las sombras chinescas en algunas de las batallas. Ignoro si esto se debía a que al director le apretaron el cinturón por su tendencia al despilfarro o porque simplemente lo había proyectado así. Es curioso que el hipnotismo es el hilo conductor de la Centroeuropa fin de siglo y de entreguerras. Hoffmann estaba fascinado por el mesmerismo y lo atestiguó en alguno de sus cuentos, como “El Magnetizador”. Freud, quien sin duda vio un precursor en el artista total de Königsberg, pergeñó toda su teoría psiconalítica partiendo de los experimentos hipnóticos de Charcot. El personaje de la araña de Ewers es hipnotizado a su vez por los movimientos de una mujer araña que lo van dominando poco a poco, y el propio Hitler tenía un poder de fascinación- fascismo viene de fascinación- que hipnotizaba a las masas. Hitler es un Caligari mediocre sin el genio de Hoffmann. ¿Cómo pudo un vulgar oficinista, mediocre y con un alemán detestable impresionar a un mundo tan culto como era el germánico de entreguerras? ¿Acaso era la reencarnación de Barbarroja? Como decía el lugarteniente de Hinkel en “El gran dictador”: un pueblo rubio guiado por un genio moreno. Hay una estatua de la película que escenifica muy bien el genio alemán del momento: el pensador de Rodin con el brazo en alto.
2.Excelente artículo y las imágenes son bellísimas. ¡Lástima que el Marmorhaus no esté en pie! Triste destino es ser reemplazado por una tienda de saldos. ¡Enhorabuena por el blog! He encontrado que la lista de artículos es igualmente interesante, tendré que leerlos detenidamente porque lo que ojeado es muy sugerente.
Gracias, es un placer tenerte aquí.
Hay muchas cosas que explican lo sucedido en la Europa de entreguerras y en particular en Alemania, pero la mayoría no entran en lo que mencionas, ni se les ocurriría hablar de hipnotismo; yo también veo ese hilo entre hipnotismo –fascinación- y fascismo, y lo veo todo como un fenómeno cerebral, muy bien anunciado por el sonámbulo Caligari, por el Dr. Mabuse y, más atrás, por los “estados alterados de conciencia” de los personajes de Hoffmann (siempre oscilantes entre el éxtasis y la inquietud más profunda). Y resulta curioso que no sólo Freud recurra a veces a esa expresión para hablar del hecho neurótico, y de su particular tarea de sanación: también Mauthner y Wittgenstein hablan de "fascinación por el lenguaje", "embrujamiento", "engaño". Incluso Nietzsche habló de ello: de cómo la "gramática" podía inducir una suerte de engaño, o ensueño. Los que asistieron a los discursos de Hitler escribieron exactamente en los mismos términos que los que asistían poco antes a los discursos de Karl Kraus (y en general, de los oradores de la época, que se contaban por millares: recuerda que a la República de Weimar se la llamó "La República de los Discursos"). El psicoanálisis es grosso modo un intento de des-embrujar a un individuo, y el Tractatus de Wittgenstein, algo parecido. Como si el lenguaje pudiese provocar un fenómeno psíquico similar al que se produce en una persona cuando es hipnotizada. Los fascismos y el nazismo en particular entendió esto y lo hizo piedra angular de su manipulación masiva de cerebros. Tendemos a ver, de todas formas, a los que sucumbieron como una “masa”, pero de forma curiosa, también personalidades muy individualistas cayeron bajo esa hipnosis. Eso da una idea de lo caleidoscópico que fue el III Reich. Además, puede verse como el engarce entre esa época digamos “de lenguaje” (discursos en auditorios, radios, etc.) y esta otra en la que nos hallamos actualmente, cuando la fascinación del lenguaje ha cedido a la fascinación por la imagen. Hoy la hipnosis se induce por la imagen, televisión y cine sobre todo. Pura hipnosis. Y es, realmente, bastante terrorífico ver cómo nuestro cerebro es un órgano vulnerable, un gran campo magnético, permanentemente bombardeado por inducciones hipnóticas.
1.La más peligrosa es la percepción subliminal. Famosa es la canción de la Beatles: “Lucy is in the sky”, para referirse al LSD. Mensajes subliminales en lo que vemos y oímos, incluso en algunos olores. Contaban una anécdota de un supermercado en el que con ultrasonidos se podía oír el siguiente mensaje: “no robes”. Dudo de la eficacia de estos mensajes, pero algunos de estos recursos sí que ha funcionado en algunas campañas políticas como en aquella en la que engarzaron en una milésima de segundo una calavera que se superpuso al rostro de Thatcher en una imagen televisiva. De cualquier modo, incluso a nivel lingüístico, la herencia del Tercer Reich sigue vigente como demuestra el libro de Kemplerer, "Lingua Terti Imperii". Orwell produndizará en el tema a través de la "neolengua"- con evidentes reminiscencias de Russell y Wittgenstein- un adelanto de lo políticamente correcto. Palabras como “daños colataterales” o “armas de disuasión estratégica” nos son horriblemente familiares en los medios de comunicación. Con palabras no menos embaucadoras podrían pasar de tapadillo en los telediarios brutales genocidios y violaciones de los derechos humanos y, lo que es peor, en momentos tan entrañables como la comida familiar, y sin que los niños abandonaran sus inocentes juegos infantiles.
2.Respecto a la capacidad de embrujamiento estoy totalmente de acuerdo, pero es que estos brujos pululaban por doquier en Centroeuropa. A Thomas Mann lo llamaban sus hijos "el hechicero". En "La Antorcha encendida" Elías Canetti borda el retrato del autor de "Die Fackel" y lo describe como un personaje fascinante. ¿No podría haber organizado Karl Krauss un movimiento político contrario al nazismo? No le faltaba talento: aforismos brillantes, sátira incisiva y genio para montar espectáculos a lo grande, dignos de los Nibelungos; de hecho su obra maestra "Los últimos días de la humanidad" es un espectáculo de masas, difícil de poner en escena por sus múltiples escenarios. Blazco Ibáñez montó un partido en Valencia, que tuvo proyección nacional ¿Por qué no Krauss en Viena? Con la popularidad de que gozaba, de seguro que habría tenido muchísimos seguidores.
Las vinculaciones del expresionismo con el nazismo están muy bien expuestas en ese clásico de Kracauer que cita, Signor Formica. Pero el ambiente de pesadilla que rodea a esas películas maravillosas creo que no tiene nada que ver con ese hipnotismo del que habláis referido a la capacidad persuasiva del discurso nazi. Según leo en el libro que citas, Huguet, "Lengua tertii imperii", de Klemperer, más que con el mesmerismo y parientes, esa retórica tiene que ver con las consignas castrenses repetidas hasta la extenuación.
Por último, respecto a la alusión a que la Alemania de Weimar era la "República de los discursos", recuerdo aquí un chiste que los mismos alemanes contaban entonces: ante dos puertas, una en la que hubiera un cartel que pusiera "Paraíso" y otra en la que figurara otro con el rótulo "Conferencia sobre el Paraíso", la mayoría de alemanes optaría por la segunda. Lo leí en el excelente "Putsch(cómo hizo Hitler la revolución)", de Richard Hanser (Plaza y Janés, 1972).
Precisamente pensaba en lo que escribió Canetti, cuando relacionaba arriba las conferencias de Kraus con los discursos de Hitler; no en lo que decían, como es obvio, ni siquiera en la forma, sino en los efectos que podían llegar a provocar. Supongo que conoces esa vieja fotografía escolar en la que se ve, junto a su maestro común y otros muchos niños, a Wittgenstein (que fue un fiel lector de Die Fackel) y Adolf Hitler, separados sólo unos metros. ¡Qué sugerente azar!
El libro de Klemperer no lo conocía, gracias por la info. Siempre es tiempo de recordar lo lleno de trampas que está el lenguaje oficial.
La propaganda militarista en la Europa de entonces en efecto era bestial. La prusiana entre las que más. Es cierto que lo unheimlich, el clima sobrenatural o como quiera llamarse, no vino inducido por los nazis. De hecho en el año de "Caligari" o de "M" ni siquiera existían. Me cuesta imaginar algo más complejo que esa sensación que producen Hoffmann o los viejos cuentos populares -espantosos hasta la médula- de los hermanos Grimm. ¡El encuentro con lo maravilloso no está exento de pavor!
Tomo nota del libro de Hanser gracias!
No la conocía, gracias.¡Una imagen espeluznante! Sin comentarios.
Releyendo tu excelemnte artículo he encontrado otra relación entre Caligari y Hitler a raíz de ese primer plano del organillero: un apodo del segundo en sus primeros tiempos de activista político en Alemania: "el tambor".
No lo sabía; aunque mucho después, von Kleist, el mariscal general de campo que participó en el atentado del 44, lo llamó "der Trommler" en algún escrito, término que se podría traducir, creo, como "tamborilero", mucho más caligariano... Vive Dios que anunció bien la feria de la muerte.
Ayer precisamente mantenía una conversación sobre Hitler con un amigo cuando se incorporó una damisela que empezó a mirarme, más o menos, como a un insecto raro que acabase de descubrir saliendo de detrás del frigorífico, sólo porque me negué a terminar la charla con su afirmación de que Hitler era un tipo del montón aupado por la más pura casualidad. Resulta curioso que aun hoy en día manifestar interés por su figura más allá de los límites marcados por el pudor pequeñoburgués levante enseguida sospechas.
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