H.H. EWERS: SALSA DE TOMATE

 

En 1904 Hanns Heinz Ewers visitó España tras permanecer un año en la isla italiana de Capri, en uno de los últimos viajes que realizaría junto a su mujer la ilustradora Illna Ewers Wunderwald. Novelista en ciernes, Ewers aprovechó su estancia en el Mediterráneo para escribir “Mit Meinen Augen” así como diversos cuentos de hadas para niños en los que dejaba patente el gusto alemán por lo “maravilloso” heredado de Chamisso, Brentano, el Barón de la Motte-Fouqué y otros románticos (con el aliño del tono sarcástico propio de Berlín).

El autor de “La Mandrágora” se sintió fascinado por la atmósfera de Granada, donde más tarde situaría el arranque de su ensayo sobre Poe, y parece ser que en general lo pasó bien. Hasta que tuvo la desdichada ocurrencia de asistir a una corrida de toros.

Ewers, joven erudito de aspecto inquietante con su famosa cicatriz en la mejilla producto de un duelo, no era precisamente Franz Kafka y sus escrúpulos referidos a casi cualquier cosa ya eran mínimos –en breve emergería el Hanns Heinz Ewers amoral y satánicamente encantador que hoy conocemos–, pero según nos cuenta su biógrafo Wilfried Kugel, adoraba a los animales y el espectáculo de la habitual carnicería lo llenó de asco. Desde entonces sería nuestro mejor embajador en el mundo, refiriéndose a España, muy ajustadamente, como “un país sin civilizar”. Y en desquite con sus hermanos de especie, las “bestias humanas”, canibalizaría su experiencia publicando este curioso relato que prefigura todo el pulp gore por venir en las siguientes décadas.

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SALSA DE TOMATE (1905)

 

Chi va lontan dalla sua patria, vede
Cose da quel, che gia credea, lontane;
Che narrandole poi non se gli crede,
E stimato bugiardo ne rimane:
Che l' sciocco vulgo non gli vuoldar fede,
Se non le vede a tocca chiare e plane:
Per questo io so che l' inesperienza
Fara al mio canto dar poca credenza.
Poca o molta ch'io ciabbia, non bisogna
Ch'io ponga mente al vulgo sciocco e ignoro

—  Ariosto, L'Orlando Furioso, Canto VII

 


La primera vez: en la corrida* hace cinco semanas, cuando el negro toro de Miura le abrió un tajo en el brazo al joven Quitino.

Y de nuevo al domingo siguiente, y al otro... Allí estaba él en cada corrida. Yo solía sentarme delante para tomar algunas fotos; su asiento de abono estaba justo al lado del mío. Un hombre pequeño con un sombrero redondo y el hábito negro de un clérigo inglés. Pálido, afeitado sin tacha, con gafas de montura dorada. Y algo más: sin pestañas.

Me fijé en él desde el primer día. En el instante en que el primer toro levantó al caballo sobre sus cuernos y lo derribó junto con el picador. El jamelgo se incorporó e intentó huir a medio galope, lleno de pánico, con el vientre abierto y las patas enredándose en sus propias tripas. En ese momento escuché un profundo gemido a mi lado –un gemido de placer.

Permanecimos sentados juntos toda la tarde sin cruzar una palabra. El vistoso trabajo de los banderilleros le interesó muy poco. Pero cuando el espada hundió su acero en el cuello del toro y su empuñadura quedó allí, brillando como una cruz, entonces se agarró a la barrera y se inclinó lo que pudo. Y la garrocha con que castigaban al toro –eso era lo que más apreciaba. Cuando de la boca del toro fluyó la sangre, en un chorro tan grueso como un brazo; o cuando el chulo liberó por fin al animal de sus miserias dándole la puntilla en medio del cerebro; o cuando el toro, fuera de sí, embestía los restos del caballo desplomado sobre la arena hundiendo sus cuernos en el cuerpo sin vida –entonces este hombre se reclinaba aplaudiendo con suavidad. Por fin, le dije:  

- Usted es un gran admirador de las corridas... ¿Un aficionado?

Él asintió pero no dijo nada; no quería que interrumpieran su placer.

Granada no es una ciudad demasiado grande así que no pasó mucho tiempo hasta que supe su nombre. Era el capellán de la pequeña colonia de ingleses; sus compatriotas lo llamaban "El Papa". Aparentemente no se le tenía en mucha consideración; nadie tenía relación social con él.

Un miércoles fui a ver una pelea de gallos. Un pequeño anfiteatro, totalmente circular, rodeado de asientos. En el centro está la arena, al aire libre. Me asalta el hedor a chusma, gritando y escupiendo. Hay que tener valor para poner los pies aquí. Han llevado a dos gallos, que a mí me parecen gallinas porque les han cortado la cresta y las colas. Los están pesando. A continuación son sacados de sus jaulas y sin un momento de vacilación se lanzan el uno sobre el otro. El aire se llena de plumas: una y otra vez se atacan mutilándose con sus picos y los espolones de las patas, sin emitir ni un sonido. Sólo las bestias humanas a su alrededor gritan y dan voces, maldiciendo al cielo y apostando por uno u otro.

Ah, al gallo amarillo ha alcanzado el ojo del gallo blanco, se lo arranca y, cuando el ojo cae al suelo, ¡lo engulle!. El cuello y la cabeza de las aves han perdido buena parte de las plumas, y parecen sierpes saliendo sus rollizos cuerpos. Ni siquiera durante un momento dejan de atacarse. Sus plumaje está rojo por la sangre. Apenas se parecen a lo que eran al principio, se han arrancado trozos de piel y carne. Ahora el gallo amarillo ha perdido los dos ojos. Salta y golpea ciegamente a su alrededor mientras el otro le lanza picotazos a la cabeza. Al final se desploma; sin resistencia, sin emitir un sonido, deja que el otro gallo termine su tarea. Y no lo hace inmediatamente: al gallo blanco le lleva cinco o seis minutos, exhausto él mismo por los centenares de picotazos y los cortes de los espolones.
 
Entonces se sientan, mis prójimos, los seres humanos, todos ellos; riéndose de los cada vez más débiles picotazos que todavía da el gallo vencedor, contándolos y animándolo a continuar.

La batalla termina por fin tras los treinta minutos asignados. Un tipo, el dueño del gallo ganador, se levanta; profiriendo comentarios de burla remata con un palo al ave perdedora. Es un privilegio que tiene. Se disponen a lavar a los animales vertiendo sobre ellos chorros de agua para contar las heridas y poder así determinar quiénes han ganado y quiénes han perdido.

En ese momento sentí que una mano me agarraba el hombro.

"¿Cómo está usted?", me preguntó el Papa. Sus ojos acuosos y sin pestañas sonreían amistosamente desde detrás de sus grandes gafas. "Le gusta esto, ¿eh?", añadió.

Por un segundo dudé que hablara en serio. Su pregunta me pareció tan absoluta, tan estúpidamente ofensiva que sólo pude mirarlo sin responder.

Pero él malinterpretó mi silencio, tomándolo por un asentimiento; así de seguro estaba.

"Sí", dijo con suavidad y muy lentamente. "Esto es verdadero placer"

El movimiento del gentío nos separó; traían nuevos gallos a la arena.

Unos pocos días después fui invitado por el Cónsul inglés a tomar el té en su casa. Intenté ser puntual y fui de hecho el primero en llegar.

Cuando lo saludaba a él y a su anciana madre, me dijo:

"Me alegra mucho que haya venido temprano, quería comentarle unas palabras en privado"

"Estoy a su disposición", sonreí.

El Cónsul acercó su mecedora y, con una extraña seriedad, comenzó:

"No soy nadie para decirle a usted lo que debe hacer, mi querido amigo. Pero si su intención es permanecer aquí un tiempo y moverse en sociedad –y entre nosotros, la colonia inglesa, en particular– me gustaría darle un consejo de amigo"

Comencé a sentir curiosidad por lo que iba a decirme.

"Bueno, ¿cuál es ese consejo?"

"Se le ha visto bastantes veces en compañía de nuestro clérigo...", dijo.

"¡Lo lamento!", le interrumpí. "Realmente lo conozco muy poco. Anteayer crucé unas palabras con él por primera vez"

"¡Tanto mejor!", añadió el Cónsul. "Entonces le aconsejo que evite su compañía, al menos en público"

"Gracias, Cónsul", dije. "¿Sería indiscreto por mi parte preguntarle la razón de todo esto?"

"Por supuesto, le debo una explicación, aunque no estoy seguro de que vaya a satisfacerle. El Papa... ya sabe usted que lo llamamos así, ¿verdad?"

Asentí.

"Bien, entonces", continuó. "El Papa es tabú en sociedad. Va a las corridas de toros regularmente, lo que, en fin, podría tener un pase aquí. Pero tampoco se pierde una sola pelea de gallos, y esto es algo que hace imposible que los europeos nos relacionemos con él”

"Pero Cónsul, si ustedes no aprueban esta conducta, ¿por qué le permiten seguir con su cargo?"

"Bueno, es que ha sido ordenado", terció la anciana.

El Cónsul asintió. "Y además, en veinte años no nos ha dado otro motivo de queja. La posición de clérigo en una comunidad tan pequeña como la nuestra es más o menos la peor pagada del continente. No resultaría fácil dar con un sustituto".

"Luego ustedes están satisfechos con sus sermones, en cualquier caso", dije, volviéndome hacia la madre del Cónsul y tratando de reprimir una sonrisa.

La vieja señora se irguió en el asiento.

"Personalmente nunca permitiría que dijera una palabra por sí mismo. Cada domingo se atiene estrictamente a la colección de sermones del Deán Harley"

La respuesta me frustró, de alguna manera, y no dije nada.

"A propósito, no sería justo no mencionar aquí uno de los rasgos positivos de la personalidad del Papa. Es dueño de una considerable fortuna y la usa regularmente con propósitos caritativos, mientras él mismo, dejando sus pasiones aparte, lleva una vida extraordinariamente modesta, incluso pobre, podríamos decir".

"¡Bonita forma de caridad!", le interrumpió su madre. "¿A quiénes asiste? a toreadores heridos y a sus familias, incluso a víctimas de la salsa"

"La... ¿qué?", pregunté.

"Mi madre se refiere a la salsa de tomate"

"¿Salsa de tomate?", repetí. "El Papa ayuda a la... ¿salsa de tomate?"

El Cónsul dejó escapar una breve risa. Luego su rostro se puso serio.

"¿Nunca ha oído hablar de la salsa? Es una vieja, una terrible costumbre que tienen aquí en Andalucía, todavía existe a pesar de las durísimas sanciones de las autoridades y la condena de la Iglesia. Desde que soy Cónsul aquí sabemos con seguridad que esa salsa ha tenido lugar al menos en dos ocasiones. Pero no contamos con pruebas firmes. Ni siquiera los golpes y castigos de las prisiones españolas han conseguido que los sospechosos digan una sola palabra al respecto. En consecuencia, sólo podría darle una idea vaga del asunto, una idea posiblemente falsa. Pregúntele al Papa, si tanto le interesa. Porque sabemos que el Papa –a pesar de que nadie ha podido probarlo– es un adepto a esa espantosa costumbre. Es esta sospecha en particular lo que nos mueve a alejarnos de él"

Entraron otros invitados; nuestra conversación se interrumpió.

Cuando fui a la corrida del siguiente domingo tomé unas fotos especialmente buenas para el Papa. Quería ofrecérselas como un regalo, pero él apenas las miró.

"Perdóneme", dijo, "pero no me interesan en absoluto". Yo lo miré extrañado.

"Oh, no pretendía ofenderle", dijo, "Verá, es sólo la sangre, el color de la sangre lo que me interesa".

El modo en que dijo "sólo el color de la sangre" sonó casi poético en boca de este pálido asceta.

En cualquier caso iniciamos una conversación. Y en mitad de ella, yo dije sin avisar: "Me gustaría asistir a una salsa. ¿Podría usted llevarme a ver una alguna vez?"

Se calló. Sus labios pálidos y agrietados temblaron un poco.

"¿Una salsa?", dijo por fin. "¿Acaso sabe lo que es?"

Mentí: "Por supuesto que lo sé"

Me observó con atención. Y vi que sus ojos examinaban la cicatriz que me recorría la frente y la mejilla, recuerdo de un viejo duelo estudiantil.

Y como si estos signos de antigua sangre derramada fuesen para él una clave secreta, la acarició con su dedo y dijo muy serio:

"Lo llevaré conmigo"

Algunas semanas después, sobre las nueve de la noche, escuché que golpeaban en la puerta de mi habitación. Antes de que pudiera decir "¡Adelante!", entró el Papa.

"Vengo a recogerle", dijo.

"¿Para qué?", pregunté.

"Ya lo sabe. ¿Está preparado?"

Yo me levanté.

"Deme un minuto", exclamé. "¿Le apetece un cigarro?"

"Gracias pero no fumo"

"¿Un vaso de vino?"

"No, gracias, tampoco bebo. Por favor, dese prisa"

Cogí mi sombrero y lo seguí escaleras abajo hasta la calle. Caminamos en silencio a través de los callejones, a lo largo del río Genii y bajo las arboledas en flor. Giramos a la izquierda y ascendimos la montaña morisca cruzando el Campo de los Mártires. Frente a nosotros brillaban las cumbres plateadas de la Sierra; observé las hogueras que los gitanos y otros vagabundos habían encendido, dispersas en las colinas. Dimos la vuelta al profundo valle de la Alhambra, cubierto hasta su borde de verdes olmos, y continuamos por la avenida llena de viejos cipreses que conduce al Generalife; y todavía más arriba, subiendo la montaña, desde lo alto de la cual el último príncipe de los moros, el rubio Boabdil, lanzó su llanto sobre la ciudad perdida de Granada.

Miré a mi extraño acompañante. Su mirada, vuelta hacia sí mismo, no veía nada de la gloria de la noche. Mientras la luz de la luna caía sobre sus pequeños y pálidos labios, sobre sus mejillas hundidas y sobre los profundos huecos de sus sienes, me asaltó la impresión de que ya había conocido a este asceta espantoso antes, desde hace muchos siglos. De pronto, como una súbita inspiración, comprendí de dónde venía esa sensación: ¡era la viva imagen de los rostros que el pintor Zurbarán daba a sus monjes en éxtasis!

El camino nos conducía a través de los agaves de grandes hojas, con sus rígidos tallos erguidos en el aire y tan altos como tres hombres. Escuchamos el rumor de las aguas del Darro abriéndose paso montaña abajo.

Tres hombres envueltos en viejos abrigos de color pardo se aproximaron a nosotros; desde lejos ya saludaban a mi acompañante.

"Son vigías", dijo el Papa. "Espere aquí. Hablaré con ellos"

Caminó hacia los hombres, que aparentemente estaban allí esperándolo. No pude entender lo que dijeron, pero saltaba a la vista que hablaban de mí. Uno de los hombres gesticulaba con vehemencia, lanzándome miradas suspicaces, agitando los brazos en el aire una y otra vez: "¡Ojo al caballero!". Pero el Papa logró calmarlo. Luego el tipo se aproximó.

"Sea usted bienvenido, caballero". Me saludó quitándose el sombrero. Los otros dos vigías seguían en sus puestos. El tercero se unió a nosotros.

"Es el patrón, el organizador, por así decirlo", me explicó el Papa.

Unos pocos pasos más adelante alcanzamos unos refugios excavados en las cuevas, que no se distinguían en nada de otros cientos que había en las laderas de Granada. Delante de la puerta destacaba un pequeño lugar llano rodeado densamente por setos de cactus. Una veintena de granujas se había reunido allí, aunque no vi ningún gitano entre ellos. En una esquina ardía un pequeño fuego entre dos rocas; sobre él colgaba una marmita.

El Papa buscó en su bolsillo y sacó un puñado de duros que mostró a sus acompañantes.

"Esta gente es muy recelosa", dijo. "Lo único que quieren es plata".

El andaluz se acuclilló junto a fuego y examinó cada una de las monedas. Las golpeaba contra una roca y las mordía. Luego las contó: cien pesetas en total.

"¿Tengo que darle yo algún dinero?", pregunté.

"No", dijo el Papa. "Mejor lo reserva para las apuestas. Eso le dará una posición de prestigio ante ellos".

No entendí a qué se refería.

"¿Una posición de prestigio?", repetí. "¿Cómo es eso?"

"Oh, si usted apuesta, digamos que se pondrá a su nivel, será tan responsable y asumirá el mismo riesgo que ellos"

"Dígame entonces, Reverendo. ¿Cómo es que usted no apuesta?"

Me dirigió una mirada directa y respondió con indiferencia:

"¿Yo? ¡Yo nunca apuesto! Apostar enturbiaría el puro placer de la contemplación"

Mientras tanto había llegado otra media docena de individuos de aspecto sospechoso, todos ellos cubiertos con las típicas prendas pardas que son el sello distintivo de los andaluces.

Pregunté a uno de los hombres qué estaban esperando.

"A que la luna esté alta, caballero", me dijo. "Eso es lo primero".

Me ofreció un gran vaso de aguardiente. Lo rechacé, pero el Papa insistió en ponérmelo en las manos.

"¡Beba, beba! es su primera vez y podría necesitarlo"

Los otros se repartieron el licor. Estaban muy silenciosos; sólo intercambiaban cortos cuchicheos y murmullos. Cuando la luna reapareció por el noroeste fueron a recoger antorchas de la cueva y las encendieron. Luego formaron un pequeño círculo de piedras en el medio; esto era la arena.

Hicieron agujeros a lo largo del círculo y fijaron en ellos las antorchas. Y, bajo el resplandor rojizo de las llamas, dos hombres comenzaron a desvestirse; sólo se dejaron sus bombachos de piel. Se sentaron el uno frente al otro en la típica posición oriental, con las piernas cruzadas. Fue entonces cuando me fijé que había dos barras clavadas en el suelo, con dos sólidas arandelas de acero.

Junto a estas arandelas se habían sentado los dos hombres. Alguien corrió a la cueva y sacó unas pesadas cuerdas con las que rodearon las piernas de los dos individuos, fijándolas a las arandelas. Sólo podían mover con libertad la parte superior de sus cuerpos.

Permanecían sentados sin decir una palabra, chupando sus cigarrillos y vaciando sus vasos de licor que alguien llenaba una y otra vez. A esas alturas la pareja ya estaba claramente borracha, con los ojos fijos en el suelo como si fueran estúpidos.

Los demás se acomodaron junto al círculo de antorchas.

De pronto escuché un desagradable chirrido. Me volví; alguien afilaba una navaja en una piedra. Probó su filo con sus uñas, dejó el arma a un lado y cogió otra.

Me volví hacia el Papa.

"¿Esta salsa es una especie de duelo?"

"¿Duelo?", respondió. "Ah, no, se parece más a una pelea de gallos"

"¿Cómo? ¿y por qué estos dos hombres participan en esta... pelea de gallos? ¿se han ofendido el uno al otro? ¿es un asunto de celos?"

"En absoluto", respondió el clérigo sin moverse. "No hay ninguna razón. Es posible que incluso sean amigos; o tal vez no se conocen. Sólo quieren probar su... valentía. Quieren demostrar que no son peores que los toros y los gallos".

Sus feos labios esbozaron una sonrisa irónica.

"Algo así como los duelos en los que ha participado usted en Alemania"

En el extranjero, soy siempre un patriota. Eso es algo que he aprendido de los ingleses: tenga razón o no, mi país es mi país.

Así que le respondí con frialdad:

"Reverendo, la comparación me ofende. Nuestras costumbres no son algo que usted pueda juzgar".

"Quizá", dijo el Papa. "Pero tuve oportunidad de ver muchos de esos bonitos duelos en Göttingen. Y la sangre, toda esa sangre..."

Mientras hablábamos, el organizador había tomado asiento junto a nosotros. Sacó de su bolsillo un cuaderno y un pequeño lápiz.

"¿Quién apuesta por Bombita?”, dijo en voz alta.

"¡Yo!"– "¡Una peseta!" – "¡Dos duros!" –"¡No, yo apuesto por Lagartijillo!". Las voces un poco ebrias se mezclaban entre sí.

El Papa me agarró el brazo.

"Arregle sus apuestas de modo que pierda en cualquier caso", dijo. "Deles ventaja. Con esta gente nunca se está lo bastante seguro".

Así que acepté un buen número de apuestas, y siempre en desventaja de tres a uno. Dado que aposté por ambos, necesariamente tenía que perder. El organizador tomaba nota de todas ellas mientras las navajas se pasaban de mano en mano. Las hojas tenían unas dos pulgadas de largo. Tras cerrarlas, se las ofrecieron a los dos combatientes.

"¿Cuál quieres, Bombita Chico, mi pequeño gallito?” –El tipo que las había afilado se reía.

"¡Dame una! ¡me da igual!" , gruñó el borracho.

"¡Yo quiero mi propia navaja!", exclamó Lagartijillo.

"¡Entonces dame la mía! ¡de todas formas es la mejor!", dijo el otro.

Las apuestas se cerraron. El organizador comprobó que a cada hombre se le había dado otro gran vaso de aguardiente y él mismo apuró el suyo de un trago. Los dos tiraron los cigarrillos. Les dieron una última cosa: unas bufandas largas de lana roja que parecían fajas, y que se enrollaron en el brazo y la mano izquierdas.

"Podéis empezar, muchachos", gritó el organizador. "Abrid las navajas"

Las hojas se abrieron con un clic. Un sonido metálico y desagradable. Pero los dos hombres permanecieron quietos; ninguno hizo el menor movimiento.

"¡Empezad, gallitos!", repitió el organizador.

Pero los combatientes no se movían. Los andaluces comenzaron a impacientarse.

"¡A por él, Bombita, mi torito! ¡clávale los cuernos!"

"¡No sois gallos! ¡sois gallinas! ¡gallinas!"

Y el resto aulló: "¡Gallinas! ¡gallinas! ¿es que no tenéis huevos? ¡gallinas!"

Bombita se estiró y lanzó un navajazo a su adversario, pero este detuvo su débil golpe con la faja. Bajo toda apariencia, los dos hombres estaban tan borrachos que apenas podían coordinar sus movimientos.

"¡Espera, espera!”, susurró el Papa. "¡Espera que vean correr la sangre!"

Los andaluces azuzaban a los dos individuos; primero con ánimos, y luego con amargas imprecaciones, siempre susurrando en sus oídos:  “¡Gallinas! ¡no tenéis huevos!"

De pronto se lanzaron el uno contra el otro, casi ciegamente. En un instante uno de ellos mostraba ya una pequeña herida en su hombro izquierdo.

"¡Bravo! muy bien, Bombita, enséñaselo, enséñale que eres un gallo!"

Con el brazo izquierdo se limpiaron el sudor que les cubría la cara.

"¡Agua!", graznó Lagartijillo.

Le dieron una botella grande de la que bebió con ansiedad. Me di cuenta de que volvían a estar sobrios. Su mirada antes apagada era ahora viva y penetrante. Se miraban con auténtico odio.

"¿Estás listo, gallina?"

En lugar de contestar, el otro le embistió cortándole la mejilla de arriba a abajo. La sangre le corrió por la cara y el pecho.

"Ya empieza, ya empieza", murmuraba el Papa.

Los andaluces se callaron. Cada uno observaba con interés y codicia al hombre por el que habían apostado. Y ambos se abalanzaron uno sobre el otro...

Las navajas brillaban con destellos de plata, iluminadas por la luz de la luna y de las antorchas, hundiéndose en las fajas de los brazos. Una tea soltó un chasquido y lanzó brea sobre el pecho de uno de los hombres, que ni siquiera lo notó.

Los brazos se movían tan rápido que uno no podía estar seguro de cuándo habían alcanzado su objetivo. Sólo la sangre que salpicaban a su alrededor atestiguaba el gran número de heridas y cortes que se estaban infringiendo.

"¡Alto! ¡alto!", gritó el patrón. Los hombres no le hicieron caso. "¡Alto! ¡la hoja de Bombita se ha roto!"

Dos de los andaluces echaron mano de una puerta vieja sobre la que habían estado sentados, arrojándola brutalmente contra los combatientes y levantándola luego a modo de separación, lo que impidió que pudieran verse el uno al otro.

"¡Dadme vuestras navajas, pequeñas bestias!", gritó el patrón. Los dos obedecieron de buena gana. Su ojo avezado había visto bien: el cuchillo de Bombita estaba roto por la mitad. Al rebanarle la oreja al otro, había dado con el hueso del cráneo y se había partido.

Les dieron un vaso de licor y a Bombita una nueva navaja, y retiraron la puerta.

Y esta vez los dos se atacaron de inmediato como gallos de pelea, sin miramientos; ciegos y rabiosos, cuchillada tras cuchillada.

Los cuerpos de los dos hombres estaban llenos de sangre, que fluía de las múltiples heridas. De la frente del pequeño Bombita colgaba un jirón de piel; un mechón de pelo húmedo lamía la herida. Su cuchillo se clavó en el vendaje del brazo de su enemigo, que aprovechó para hundirle el cuchillo en el cuello dos, tres veces.

"¡Quítate la faja si tienes cojones, quítatela!", chilló, mientras él mismo se quitaba la suya.

Lagartijillo dudó un momento, pero se la quitó. A partir de entonces pararon las cuchilladas con el brazo izquierdo desnudo, como si nada hubiese cambiado.

Una de las navajas se partió otra vez. Pararon la pelea y se repitió lo mismo: un nuevo vaso de licor y una nueva navaja.

"¡Apuñálalo, Lagartijillo, torito! ¡apuñálalo!", gritaba uno de los hombres. "¡Sácale las tripas a ese jamelgo!"

Inesperadamente, aprovechando que sujetaban a su adversario, Lagartijillo le clavó la navaja desde abajo y la movió hacia arriba y hacia los lados. El enorme tajo dejó ver un puñado de tripas. Y a continuación le acuchilló el brazo desde arriba, desgarrando los tejidos y las grandes venas que nutrían el miembro de sangre.

Bombita gritó y se retorció mientras un gran chorro de su sangre caía sobre la cara del adversario. Luego fue como si se derrumbase, exhausto más allá de toda medida. Pero de pronto se incorporó, hinchó el pecho y embistió al otro, que estaba cegado por la sangre. Y lo alcanzó con una cuchillada entre dos costillas justo en el corazón.

Lagartijillo batió con las manos el aire; dejó caer el cuchillo. Su cuerpo sin vida cayó hacia delante, sobre sus dos piernas.

Y, como si esta visión diera nueva vida a Bombita, se lanzó a acuchillarle la espalda, como un poseso, una y otra vez.

"¡Para, Bombita, valiente! ¡ya has ganado!", dijo el patrón tranquilamente.

Entonces sucedió lo peor de todo. Bombita Chico, con el cuerpo machacado y cubierto por un sudario rojo, se estiró, levantando las manos, tan alto que del profundo tajo de su estómago brotaron las tripas amarillas como un enorme nido de aborrecibles serpientes. Estiró el cuello y levantó la cabeza, y un sonido se alzó triunfante en el silencio de la noche:

"¡Ki-ki-ri-kiiiiii!"

Ese fue su último saludo al día. Luego se desplomó.

Fue como si una niebla roja hubiese envuelto mis sentidos. No vi ni escuché nada más. Me hundí en un oscuro océano. La sangre fluía a chorros de mi nariz y mis oídos. Quería gritar, pero cuando abrí la boca un líquido cálido brotó como un vómito. Me ahogaba; pero lo peor era el gusto dulzón, detestable, de sangre en mi lengua. Entonces noté un dolor punzante en algún lugar de mi cuerpo. Me llevó una eternidad reconocer qué era lo que lo causaba. Estaba mordiendo algo, y lo que mordía era lo que me producía el dolor. Con un esfuerzo inmenso lo aparté de mi boca.

El dolor me ayudó a despertar. Durante la batalla había estado royéndome el dedo con los dientes, penetrando la carne hasta alcanzar el hueso.

El andaluz me tocó la rodilla. "¿Quiere usted comprobar sus apuestas, caballero?", me preguntó. Asentí. Me explicó con mucho detalle lo que había perdido y lo que había ganado. Todos los espectadores nos rodeaban con interés, despreocupados ya de los cadáveres.

"Primero el dinero, que enseñe el dinero"

Les di un puñado de monedas rogándoles que sacaran la cuenta por mí. Hizo los cálculos y con voz ronca lo repartió entre los demás.

"¿No hay otra cosa que desee usted, caballero?". Me di cuenta de que trataba de estafarme, pero yo sólo le respondí preguntándole cuánto más debía pagar y entregándole el resto de mi dinero.

Cuando se cercioró de que todavía quedaba algo en mis bolsillos, me dijo: "Caballero, ¿no quiere la navaja de Bombita? Le traerá suerte, ¡mucha suerte!"

Me hice con la navaja por un precio ridículo. El andaluz me la metió en el bolsillo.

A partir de entonces se desentendieron de mí. Me levanté, y tambaleándome un poco me interné en la noche. El dedo índice palpitaba de dolor; lo envolví con el pañuelo. Bebí con largos y profundos sorbos del aire fresco de la montaña.

"¡Caballero!". Alguien gritaba. "¡Caballero!". Me giré. "Me manda el patrón, caballero", dijo. "¿No quiere usted acompañar a su amigo a casa?"

El Papa, claro. ¡El Papa!. Durante todo este tiempo no lo había visto, de hecho no había pensado en nada.

Volví sobre mis pasos y atravesé los setos de cactus. Los cadáveres seguían en el mismo sitio, encadenados a sus argollas y cubiertos de sangre. Y sobre ellos vi, inclinado, al Papa, palpando y acariciando los cuerpos. Pero observé que evitaba tocar la sangre. Sus manos en realidad se movían en el aire .

Y vi que tenía las manos hermosas y delicadas de una mujer.

"Qué bonita salsa", murmuraba, "qué roja y bonita salsa de tomate"

Tuvieron que apartarlo de allí a la fuerza. Se negaba a dejar de mirar aquello. Tartamudeaba no sé qué palabras, moviéndose un poco sobre sus delgadas piernas.

"Ha bebido demasiado", dijo uno de los hombres. Pero yo sabía que el Papa no había probado ni una gota.

El patrón se quitó el sombrero y los demás siguieron su ejemplo.

"Vayan ustedes con Dios, caballeros", dijeron.

Cuando llegamos al camino principal, el Papa me siguió como un perrito. Me tomó el brazo y murmuró:

"Oh, cuánta sangre, ¡cuánta sangre esta vez!".

Se agarraba a mí con fuerza. Arrastré al borracho penosamente en dirección a la Alhambra. Bajo la Torre de las Princesas nos detuvimos a descansar en una roca.

Después de un rato, dijo con suavidad:

"Dios mío, ¡la vida!, qué cosas tan maravillosas nos da la vida, ¡qué inmenso placer estar vivo!"

Un viento frío y húmedo nos golpeó las sienes. Podía oír los dientes del Papa castañeando. Poco a poco, su borrachera de sangre se evaporaba.

"¿Nos vamos, reverendo?", pregunté.

Le ofrecí de nuevo mi brazo.

Esta vez lo rehusó.

 

* Todas las cursivas, en español en el original.

Traducción de la versión inglesa: www.scribd.com

Dedicada a la Araña y su blog

 

26 comentarios:

Henry Stephen dijo...

Espeluznante. España es un país violento. Si hacemos un repaso a su historia podemos ver bien claramente que los conflictos fueron continuos y extremadamente violentos en toda su historia. Es un país que, una vez palideció su poder imperial y vio como le era imposible someter a todos sus "súbditos", se encerró en si mismo y se quedó al margen de la evolución del resto de Europa. Ese ensimismamiento histórico todavía tiene trazas vivas hoy en día, como es el caso de la pervivencia de las corridas de toros. Los "patriotas" españoles siempre responderán que no hay mayores brutalidades que las cometidas por el colonialismo inglés o Adolf Hitler. Son comparaciones odiosas porque si la brutalidad se pudiera contabilizar, computar o medir dudo mucho que haya habido país más brutal que España en todos los sentidos. La historia de ese Papa inglés no es muy diferente de las de otros muchos guiris que huían de su civilizado país por considerarlo aburrido (el mismo Hemingway es un ejemplo de ello) y venían a España buscando "emociones fuertes". El Papa inglés es exactamente lo mismo que los miles de anglosajones que aterrizan en Pamplona para hacer lo que en sus paises no podrían hacer ni en broma. En la época que ocurren los acontecimientos en Inglaterra ya era imposible ver la sangre derramada de un animal en un "espectáculo" público porque dichos espectáculos estaban prohibidos. Los propios alemanes, pese a quedar estigmatizados por un suceso histórico terrible, eran gente que tenían un inmenso amor por los animales. Siempre habrá un papa inglés que visite España y la encuentre pintoresca. No hay más que ver lo que sucede en poblaciones turísticas de la costa, cuando llegan borrachos y se tiran desde el balcón a la piscina. Siempre va a haber un papa inglés que vendrá a nuestra tierra de sol, paella, sangría y sexo veraniego pensándose que esto es la antítesis de su país. Y que cojonudos somos. Pero ellos en su país viven en una casita muy mona y la tasa de desempleo no llega al 10%. El problema, quizás, es que el ser humano no ha sabido interpretar aún la palabra "libertad". Ni sabe lo que es, ni sabe en qué consiste. Saludos (inmenso relato)

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Comparto tu opinión sobre los españoles, y no sólo sobre los castellanos profundos (el Mediterráneo y Oriente Próximo han destacado siempre por su crueldad con los animales y una singular propensión a celebrar toda clase de martirios y rituales de poder). Lo de Hemingway es tan nauseabundo como siempre lo fue. Por increíble que parezca, hay algo peor que un aficionado a los toros: un aficionado a los toros orgulloso de que la chusma foránea se apunte a su fiesta.

Anónimo dijo...

Grotesco y espeluznante. Mil gracias por hacer pública esta traducción!

Un apunte: en el último capítulo de "El aprendiz de brujo", Ewers, a través de su alter ego Frank Braun, critica otras prácticas brutales contra los animales, tal que el desollamiento de serpientes en Malasia, que se realiza mientras el animal todavía está vivo.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Hola Prinzessin, gracias por el apunte. Ojalá pudiera leer el original de "El aprendiz de brujo"; acabaré comprándolo en la traducción de Joe E. Bandel -que tampoco es que lo lea muy suelto, pero seguro que es un placer. Con lo que sí que no tengo recursos es con la biografía de Kugel. Toda su información me llega de segunda mano.

Anónimo dijo...

Bueno, no hay que dramatizar. Este relato, aceptando que pueda contener algo de verdad, fue escrito hace como un siglo. La mayoría de nosotros rechaza hoy en día las corridas y el maltrato a los animales. Mientras otros siguen en su tradición de maltrato sin inmutarse. Qué pena que su autor no se parase en el País Vasco del tiro en la nuca de los 70 o el de las bombas en Madrid, Zaragoza o Barcelona de los 80. O en el Oslo de hace unas semanas o el Londres de anteayer. Imagino que el Lloret de Mar escenario de peleas callejeras entre turistas de "países civilizados" y policía catalana no le parecería real, ni tampoco las manifestaciones pacíficas de los miles de indignados, que ni tiran de navaja ni se atreven a romper un solo escaparate. Cómo habemos cambiado, aunque a algunos acomplejados les cueste aceptarlo.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Bueno, si algo no le faltó a Ewers fueron experiencias, en la Europa poseída por los fascismos la vivió de todos los colores. No lo leerás moralizando. Pero para el brutal, odioso trato de sus semejantes hacia los animales siempre tuvo algunas palabras, no sé si eso será "alemán", pero español no es. Te lo dice alguien que no hace otra cosa que leer lo que escribe la gente.

Anónimo dijo...

Ciertamente, al tal Ewers tan compasivo con los pobres toritos y tan "schadenfroh" por la pelea de unos chiflados navajeros no le faltó tiempo para simpatizar con los nazis. Para el odioso trato dispensado por sus semejantes y civilizadísimos alemanes para con millones de seres humanos europeos parece que sí. Desde luego que eso debe ser también muy "alemán", para el gusto de algunos que no han leído a Ewers ni sabían quién era hasta que el Signor Formica se encontró una perla de las suyas que sirve a su discurso tendencioso. Si alguien encuentra algo escrito de Ewers compadeciéndose de las masacres de civiles en Polonia, URSS, Yugoslavia o de las víctimas civiles de los bombardeos alemanes en nuestro país durante la Guerra Civil o en otros países durante la IIGM que lo ponga aquí para que todos erijamos un monumento de respeto al nazi amante de los toritos. El colmo de los antitaurinos es que hasta un asqueroso nazi les parece más persona que ese pobre chico corneado el otro día en Xàtiva.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Bueno, ahora eres tú quien dramatiza. En unos momentos en que el toro Ratón ha triplicado de forma involuntaria su cotización no esperarás que sean los animalistas los que envíen telegramas de pésame a la familia de ese, en efecto, pobre chico, quien todavía estaría vivo si combatiéramos con más ahínco esta cultura nuestra tan estúpida. Pero no es algo que se nos permita, so pena de ser tildados de nazis intransigentes enemigos de la libertad y responsabilidad individual, monstruos que prefieren salvar la vida a un animal antes que a una "persona". Te invito a participar en una protesta en la plaza de toros de Valencia, pongamos por caso. Comprobarás que la chanza, la burla y el insulto y el deseo de que un miura arranque la cabeza a una "persona" no es patrimonio de los antitaurinos.

La relación de Ewers con los nazis se cortó (y esto sí fue voluntario) tan pronto Hitler se alzó al poder y los nazis comenzaron a ejecutar sus políticas, en gran parte veladas hasta ese momento; y el alemán pagó el precio que tenía que pagar. No lo digo para disculparlo ni para sugerir que haya que levantarle un monumento; aunque no vendría mal, digamos, un detalle, por naif que fuese; algo así como las manos en relieve y la foto con su gato que le dedicaron a Chester Himes en Moraira, a donde fui el otro día a presentarle mis respetos. Al fin y al cabo, Himes, de quien también se dice que adoraba a los animales, no era menos salvaje, cómico y mordaz en su mirada a sus "semejantes", y si bien no fliteó con los nazis (es un poco posterior), sí que tiene su leyenda negra particular (varios años preso en una cárcel de NYC). ¡Por qué Himes sí y Ewers no!

Si de verdad te interesa conocer el juicio a Ewers de sus contemporáneos no estará de más transcribir lo que escribió sobre él en su "Tercera Noche de Walpurgis" el judío Karl Kraus, el gran satírico moralista vienés, pacifista aunque igualmente vitriólico en su apreciación de sus "semejantes", cuya biografía y literatura responde sin tacha a lo que tú pareces exigirle a Ewers como requisito previo para escribir sobre las brutalidades españolas:

"Un sincero placer nos proporciona sin embargo la circunstancia de que Ewers (H.H.!) no pueda haber llevado a buen puerto su 'Alraune', a pesar de su 'Horst Wessel', quedando limitado junto con lo mejor que ha hecho y sobre todo con lo que lo vincula a Magnus Hirschfeld, al mercado austríaco. Yo podría ahora, aprovechando la ocasión en que denunciar trae beneficios, perjudicarle con la revelación de que más de una vez ha ensalzado al judaísmo. Revelando además, por si no es bastante, que Ewers ha versificado, tomándola de un texto judío-alemán, una imprecación en toda regla contra la persecución de los judíos"

Así que te invito a revisar tu opinión sobre él, si quieres, dejando la que tienes sobre mí tal como está. Que lo que yo elija para colgar aquí "tiende a algo" es tan claro como echar un vistazo a cómo firmo. No engaño a nadie. Es lo que hay.

Anónimo dijo...

El que Ewers tuviera sus desavenencias con la cúpula nazi, considerando que eso sea cierto y no un invento o exageración de su biógrafo, no quita que fuera un nazi. El hecho de que no abandonara Alemania cuando tantos intelectuales y artistas lo hicieron es más que significativo. Por no decir sospechoso. Además aporta poco el comentario de Kraus al debate, del que no voy a rebatir su veracidad. Pero hay que recordar que murió antes de 1938, cuando la verdadera persecución no había comenzado, y él andaba lejos de Alemania, lo cual convierte su comentario en simplemente anecdótico.

Sobre lo de que Ewers "cortó" con los nazis: a modo comparativo, también hay presos de ETA con delitos de sangre que "han cortado" con sus antiguos compinches y eso no les libera de sus crímenes ni los redime en modo alguno.

Pero no quiero irme del tema y extenderme cuando no es necesario. El supuesto filojudaísmo de Ewers era puro oportunismo. Una boutade esnobista como otras de las suyas. No sabemos si era algo generalizado y compartido por otros alemanes de clase alta, incluso integrantes de las filas nazis, pero el resultado al final fue el de expulsión de Alemania y exterminio en el Este, lo mismo que tantos millones de europeos a los que Ewers no dedicó ni una frase. Hubiera sido loable verlo al pie de alguna fosa común de Lituania, Ucrania o Polonia o alguna de las tantas aldeas rusas calcinadas por sus civilizados compatriotas tomando notas del comportamiento de sus semejantes tan arios ellos, tomando aguardiente, apretando el gatillo entre risas, saltando como monos ante mujeres semidesnudas y críos aterrorizados. O expectantes ante la puerta de una barraca escuchando los gritos agónicos de decenas de seres humanos apretujados respirando Zyklon-B. Hubiera sido aún más loable que nos hubiera descrito la sangre humana derramada y el hedor provocados por tanto asesinato sádico en nombre de la civilización. Teniendo en cuenta que esa barbarie tuvo lugar mucho después que el episodio del pobre torito.

Lo que un nazi escribiera hace un siglo sobre nosotros, con todo lo que ha visto el mundo desde entonces, no tiene más valor que el puramente anecdótico, como tanta literatura de viajes, que no es representativa de la situación actual y dudo mucho que entonces describiera la realidad en su totalidad. Mucho hemos cambiado y para bien. En cambio la Europa supuestamente civilizada cada vez da más imagen de barbarie, empezando por ese norte tan superior y amante de los animales que tanto esfuerzo ha puesto en mantener tan mala imagen de los mediterráneos.

A propósito del admirado "Ratón", no está demás recordar que en el tipo de espectáculo que protagonizó no se incluye ni el maltrato ni la muerte del animal, lo que convierte esa tragedia humana en mucho más triste. El lamentable el cinismo y la mala uva con la que se ironiza sobre una vida humana. Pero de qué me debería asombrar, todo animalista es un poco como Ewers, es decir, un poco tan nazi.

P.D. A Hitler también le gustaban los animales, y mucho.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Por desgracia no puedo leer el alemán así que ignoro con suficiente detalle los hechos de que da cuenta su biógrafo; tú sin embargo pareces estar seguro de que exagera y tergiversa, y de que las críticas de Ewers a las políticas nazis con el tema judío eran pura boutade, así que se agradecerían datos más allá de esas vagas especulaciones sobre la aristocracia alemana de la época.

Las alusiones de Kraus no dejan margen a que puedan rebatirse, las escribió de su puño y letra él mismo y llevan el sello de su ironía. Y precisamente por ser de hacia 1936, previamente a que comenzara el verdadero exterminio, establecen la fecha en que Ewers ya había salido de las filas nazis por voluntad propia. Tan sólo un año antes, en 1935, el propio Winston Churchill dio una conferencia ("Hitler y su opción") en la brindaba su mano al Führer y afirmaba:

"No es posible formular un juicio justo sobre una figura pública que ha alcanzado las enormes dimensiones de Adolfo Hitler mientras no tengamos ante nosotros, íntegra, la obra de toda su vida. Aunque las malas acciones no pueden ser condenadas por posteriores actuaciones políticas, la historia está repleta de ejemplos de hombres que han escalado el poder valiéndose de procedimientos feos y crueles, y hasta espantosos, pero que, sin embargo, al apreciar su vida en conjunto, se les consideró como grandes figuras que han enriquecido los anales del género humano. Tal puede suceder con Hitler"

Esto lo pensaba Churchill, al que supongo que no te atreverás a tildar de nazi, en una fecha en que Ewers ya había repudiado las tímidas políticas nazis (tímidas en comparación con lo que vino después). Dirás que Churchill no vivía en Alemania y no estaba enterado; pero estaba tan enterado como Karl Kraus en Viena, tan enterado como cualquiera que, incluso aquí en España, deseara estarlo (la hemeroteca de periódicos como La Vanguardia y ABC dan fe de que en su día la prensa describió con exactitud lo sucedido durante la noche de los cristales rotos, entre otros muchos incidentes). Nadie reprocha a Churchill haber simpatizado con Hitler en 1935. Pero Ewers fue un nazi terrible aunque en 1935 ya se hubiera alejado del nazismo y comenzara a pagar las consecuencias.

Ewers tuvo la oportunidad de ser el oportunista que afirmas que fue, valga la redundancia; pero esto lo contradicen ciertos hechos, más allá de sus escritos contrarios a la barbarie anti judía que tú cuestionas tan alegremente: en Alemania se le prohibió publicar en los periódicos, sus libros fueron retirados (se ha dicho que quemados aunque carezco de datos precisos) y sus bienes requisados por el Reich. En la última década de su vida fue un tipo arruinado, "non grato" para los nazis. Pero, en fin, tratándose de él esta defensa está de más. La ambigüedad y la provocación eran parte de su forma de ser, y escribió su destino futuro con plena conciencia. Ya que no fue lo que se dice un santo, ni un filántropo, sería ridículo tratar de pintarlo como tal; en eso consiste el encanto de su literatura. Simplemente me parece justo ofrecer datos precisos sobre su relación con los nazis. Entre sus "amigos" estaba por cierto Aleister Crowley, así que también puedes entrar por ahí y hacer sangre si lo deseas.

Anónimo dijo...

Hay que diferenciar lo histórico de Ewers de las interpretaciones y tergiversaciones escritas por otros obviando su lado negativo y manipulando a conveniencia. Hecho histórico: Ewers fue nazi de primera hora, vivió hasta su muerte en la Alemania de Hitler y es cierto que ironizara sobre algunas cosas de los nazis. Pero no me consta que fuera más allá. El supuesto filojudaísmo que se le atribuye justo a la llegada de los nazis al poder es exagereado y meramente anecdótico. Lo que pretendía Kraus era desacreditarle por la afición que Ewers tenía por Heinrich Heine. Y también por atribuirle la traducción o adaptación de un poema en Yiddish que hace alusión a la huida de judíos a Rusia en tiempos anteriores. Sobre si Ewers ayudó a judíos a salir de Alemania, no voy a negarlo, pero mucho de lo escrito sobre el tema es muy especulativo. Por otra parte, no fue el único nazi que lo hizo. Lo cierto es que no se comprometió en nada ni arriesgó más allá de lo que le convino. Y lo hizo por sus amigos. Los problemas que pudiera tener para publicar sus obras en Alemania, lo cual tampoco voy a refutar, no vinieron por su talante de defensor de los derechos humanos sino porque se había relacionado anteriormente con el grupo de Röhm (a esta etapa pertenece su poema sobre el "mártir" nazi Wessel) antes del asesinato de éste, con la caída en desgracia de sus seguidores -incluyéndole a él- que lograron salvar la vida.

Precisando sobre Kraus: los comentarios se incluyen efectivamente en la obra "Die Dritte Walpurgisnacht", pero es necesario insistir que son escritos para desacreditar a Ewers. Además son de 1933 -la obra no se publicó hasta después de la II Guerra Mundial y el autor había muerto mucho antes, concretamente en 1936. En el momento de escribirlas, y esto es importante, Ewers era nazi. Y la noche de los cristales rotos fue en 1938, después de la muerte de Kraus y por supuesto después escribir ese libro.

Sobre sus supuestos "escritos contrarios a la barbarie anti judía" si se hace referencia a documentos privados, se debería citar la fuente, porque no conozco nada publicado en su tiempo, y eso que antes de morir Ewers ya podía publicar legalmente sus obras.

Creo que la defensa de Ewers por parte de algunos animalistas cae en saco roto por lo oportunista. Se pretende crear un personaje con mejores credenciales que las que demostró en vida porque escribió en tiempos muy remotos (más de un siglo) una cosa muy desagradable sobre nuestro pueblo que conviene al discurso hostil en boga de seguir poniéndonos peor de lo que somos o hemos sido. Mucho ha llovido desde entonces y si nosotros nos hemos civilizado también lo han hecho sorprendentemente los alemanes, aunque sea solamente un poquito más que sus belicosos y genocidas antepasados.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Insistes en sospechar del hecho de que Ewers no se exiliase de Alemania, como si eso significara algo. Hubo muchos alemanes de probada credencial anti-nazi que permanecieron en Alemania, incluso censurados y perseguidos y cuyos libros eran quemados en la calle de al lado de su casa, Erich Kästner sin ir más lejos. No comparo a Ewers con Kästner, porque son diferentes, sólo digo que el dato no da pie a que se saquen conclusiones. Los nazis se lanzaron contra Ewers a partir de la noche de los cuchillos largos con la ejecución de Röhm, en efecto; pero está contrastado que fue la culminación a una larga serie de desavenencias provocadas, me figuro que no sólo, por los escrúpulos de Ewers a plegarse a sus instrucciones dándole a su biografía de Wessel un carácter antisemita. También se debió, es cierto, a su carácter liberal, y a su gusto por lo grotesco y lo "satánico", sin olvidar la malicia (maldad si lo prefieres) que desplegaba a veces, de forma literaria, hacia sus "hermanos de especie”, esas mofas no demasiado diferentes a las de Ambrose Bierce, Swift o Chester Himes por citar a tres. Esto es algo en lo que conecto. Es obvio que tú no. En cualquier caso, en su probado anti-antisemitismo se adivina su voluntad, una cierta valentía incluso, y es injusto no reconocérselo ya que indudablemente el claroscuro de su vida exige tomarlo todo como fue, con lo bueno y con lo malo. Por otro lado yo tampoco lo juzgaría por sus amistades, que eran numerosas, cambiantes y contradictorias, e incluían por igual al salvaje Wessel y al cineasta intelectual judío Henrik Galeen, al doctor Magnus Hirchsfeld odiado por los nazis, al satanista Crowley y a Ernst Hanfstaengl (que financió "Mein Kampf" y al que la historia ha juzgado con infinita menos severidad que a Ewers). Dices que en 1934 -insisto: un año antes de que Churchill escribiese ese artículo sobre Hitler- Ewers era nazi. Sería más correcto decir que en 1934 Ewers (quien, si no me equivoco, nunca tuvo el carnet de nazi) tenía muchas amistades nazis y orbitó alrededor de ellos intensamente, también conflictivamente, desafiando algunos de sus preceptos más despreciables y admirando otros (fue un ferviente patriota y esto no es algo en lo que yo puedo decir que conecte mucho). Puede que algún día tenga acceso a más datos, por ejemplo a la correspondencia que se conserva entre él y el ministro del gobierno de Weimar Walter Rathenau, en la que ambos imaginaban con admiración una Alemania gobernada por judío-alemanes. Claro que, para ti, nada significaría esto tampoco. O mártir o villano. Ya que hablas de hechos, hay que decir que algunas de tus comparaciones (por ejemplo, esa en la que estableces un paralelismo con los miembros de ETA encarcelados por delitos de sangre y arrepentidos) están absolutamente de más. Ewers ni tiene delitos de sangre que yo sepa, ni hizo apología de la violencia, ni se arrepintió de nada; en la vorágine de su tiempo llegó hasta un determinado punto y se negó a avanzar más. Y también es directamente malicioso por tu parte afirmar que ayudó a escapar a los judíos sólo porque eran amigos suyos, despreciando al resto (¿?), y no concediéndole ni el más miserable mérito por ello. Si tienes la voluntad de verlo como a un canalla nada de lo que diga podrá cambiarte esa imagen. Por mí perfecto. De hecho, ¡Ewers perdería algo sin su terrible fama entre los seres humanos!

Por lo que respecta a su relato, es lo que es y cada uno puede verlo como quiera y escribir su propia introducción. No sé, tal vez a Ewers tu patriotismo le hubiera resultado simpático.

Anónimo dijo...

Vaya, cuánta pasión por defender a un nazi. Y cuánto complejo, ya se sabe, un alemán... y además antitaurino. Por la conveniencia se le puede perdonar todo, hasta haber apoyado a unos genocidas.

Haciendo algunas puntualizaciones, la verdad es que no hay evidencia alguna de que las desavenencias con los nazis de nuestro personaje vinieran "por los escrúpulos a plegarse a sus instrucciones dándole a su biografía de Wessel un carácter antisemita". Eso es pura especulación. Ni los nazis obligaron a Ewers a nada, porque era en el momento de escribir ese libro un elemento importante de su aparato de propaganda, ni éste hízo otra cosa que adaptar su relato a los deseos de la familia de Wessel, con los que sí tuvo problemas. El libro sobre el mártir nazi no era antisemita, eso es cierto, pero su fecha de publicación es 1932, es decir, antes de que los nazis ganaran las elecciones, con lo que esa detalle es de importancia menor cuando se publica el libro. Cuando cae Röhm, simplemente se empiezan a buscar y rebuscar razones por las que marginar a Ewers por su vinculación al grupo del nazi asesinado. El resto es pura manipulación y tergiversación de hechos que no habían ocurrido todavía, como llaman en inglés “wishful thinking”, que es un recurso que manipula la evidencia o la inventa para reforzar un argumento carente de base y sentido. También Goebbels fue ambivalente con el tema del racismo y el antisemitismo, admiró y tuvo amigos judíos en algún momento de su vida. Que esas anécdotas no jugaran en su contra y le perjudicaran en su carrera futura es por razones obviamente conocidas, de situación del personaje en el lugar y tiempo oportunos, y con la gente adecuada, al contrario que Ewers.

Lo de Ewers es más que claro, si la ceguera mental no impide verlo, y si se le ha leído y se conoce su figura. En él hay más bien resentimiento por haber sido apartado de su lugar clave en el aparato propagandístico del III Reich, la pérdida de sus privilegios de nazi, su orgullo herido de esnob elitista. Y de amargado alemán con complejo de superioridad. Buscar otras explicaciones sería indecente. Ewers era un racista, un enemigo de lo humano. Odiaba a los africanos por haber presenciado (supuestamente) un sacrificio humano en Haití, con técnicas de "vudú", que él mismo le fascinaba. Fuera cierto o no, sus compatriotas sacrificaron a muchos seres humanos con el mayor sadismo. Pero él odiaba a los otros. Los alemanes no tienen una leyenda negra como los haitianos o los españoles o los turcos, porque la literatura de viajes es casi siempre escrita por franceses, ingleses o alemanes. No ha habido una intencionalidad de ver ese tipo de cosas en esos países tan "avanzados", con un fin político de desacreditarles. Siempre se considerará el sacrificio humano y poco habitual del "vudú" como más bárbaro que la muerte de millones de personas, bombardeadas, fusiladas o gaseadas, porque a los alemanes para ser bárbaros no les hizo falta imitar a los despreciados africanos.

Es necesario, pues, hacer una revisión crítica de toda la litaratura de viajes. Ya no estamos en 1904. Por cierto, a mí me parece más preocupante ese inglés del que habla el relato, con un nivel cultural superior al de nuestros compatriotas de entonces.

Finalmente, insistir en pintar a un San Ewers como víctima de los nazis y defensor a ultranza de los judíos arriesgando su vida es tan inaceptable como fabricar nada menos que a un racista y amigo de genocidas –que a su vez también amaban a los animales más que a las personas- como ser moralmente superior a algunos de nuestros catetos antepasados solamente por comparecerse de un toro maltratado.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Vamos a ver algún punto de nuevo, porque en aquellos que te he discutido, o ya no insistes o haces oídos sordos. Admites que Ewers no era antisemita, en concreto que en su libro sobre Wessel no hay antisemitismo, pero afirmas que eso se debe a que el libro es de 1932 sugiriendo pues que el nazismo no era antisemita entonces y no le pidió/exigió a Ewers que lo fuera, porque en ese caso Ewers, con la malvado que era, lo hubiera sido. Esto no es así. Los nazis, que en 1932 tenían ya una poderosísima representación en el Reichstag, llevaban años haciendo del discurso antisemita su piedra angular. "Mein Kampf" se publicó en 1925-1928, lleno de incendiarias proclamas antisemitas. Y Alemania estaba empapelada de carteles anti-judíos y de publicaciones como "Der Sturmer". De modo que es rotundamente falso lo que tu observación implica respecto a Ewers en una época en la que no ser antisemita, en los cada vez más multitudinarios ambientes nazis, era una provocación y un signo de deslealtad. ¿Por qué Ewers no iba a plegarse a algo que sólo le reportaría beneficios, de no ser porque estaba en contra de ello? ¿puedes explicármelo? Sólo te doy fechas, lo cual ya habla por sí mismo, ni siquiera me molesto en remitirte a los datos y hechos que su biógrafo Kügel da en su libro y que tú calificas de "manipulación" e incluso ¡de "invención"!, como si en la Alemania del 2011 a Kügel no le hubiesen arrancado ya la piel a tiras de permitirse el lujo de dar datos falsos para elogiar a un nazi asesino (datos que, insisto, me llegan a mí de segunda mano; y si a ti te llegan de primera mano agradecería que me los dieras, fuesen cuales fuesen aunque, a estas alturas, no me pidas que me fíe de ti). En esa biografía, como te he dicho, se hacen referencias a la correspondencia con el ministro Rathenau, donde Ewers se muestra claramente, no ya en contra, sino a favor de los judíos.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Esto también se refleja en la trilogía "Vampyr""Alraune""El aprendiz de brujo", de la que sólo he tenido el placer de leer el segundo libro, el menos explícito al respecto, si hacemos caso de quienes sí lo han leído. Kugel afirma que, debido a esa negativa de Ewers a dar a su escrito un corte antisemita, los nazis -y no sólo la familia de Wessel- quedaron insatisfechos, tanto como el propio Ewers, lo cual hace sospechar que el escritor sufrió presiones. De hecho, él mismo se lamentó de esas presiones y reclamó su libertad como "creador". Afirmar que fue antisemita y que aprobaba el exterminio judío es, francamente, ridículo. Yo no tengo ningún interés por hacer de Ewers un santo, créeme, ¡eso sería terrible! Eres tú el que insiste e insiste en pintarlo como un nazi integral, interpretando estos datos sobre su relación con ellos a tu manera, sin pruebas. Claro que yo no tengo pruebas, ni declaraciones juradas, ni escritos de su puño y letra, etc. Pero creo que ofrezco argumentos que pueden dar una idea creíble sobre él, situándolo en el contexto y observando las fechas, los apuntes de Kügel, la naturaleza de su literatura, el hecho de que ayudara a escapar a judíos, etc. Para situarlo en su época y tratar así de juzgarlo de un modo lo más justo posible, me remito a mis observaciones sobre el artículo de Churchill, tal vez lo más elocuente que te he contrargumentado; me remito también a la fecha de publicación de "Mein Kampf", que desmonta tu última observación; me remito a las palabras de Karl Kraus, que, en fin, tú interpretas a tu manera aunque yo las veo como un evidente guiño de simpatía al mismo tiempo que un tirón de orejas (la ambigüedad típica de Kraus), etc. etc. Tú afirmas que Ewers no se alejó del nazismo por voluntad propia, sino que lo expulsaron a viva fuerza, y eso lo convirtió en un “resentido” (¡de dónde sacas eso, si Ewers desaparece del mapa a partir de entonces! Y ¿tenía ese “resentimiento” en 1904 cuando fue a una corrida de toros en España?), sin aportar no ya pruebas sino ni tan siquiera indicios de que eso sea verdad, alegando cositas como que "cometió el acto sospechoso de no abandonar Alemania" (algo que, de nuevo, te he refutado que signifique nada).

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Y todo ello lo haces ¡por una única razón!: porque el cuentecito de marras donde Ewers describe una corrida de toros exactamente igual que Pío Baroja en "La busca", y con idéntico asco, te ha tocado la fibra patriótica en el extranjero, y no estás dispuesto a consentir que un tipo con un turbio pasado y una literatura con reputación de "malvada", en el sentido más fantástico de la palabra, se permita criticar a tu país. Lo mío es diferente. Ewers es objeto de admiración aquí desde hace años y mucho antes de descubrir su debilidad por los animales. Nunca he tratado de pintarlo como un santo, ¡más bien al contrario! Hanns Heinz Ewers fue un "provocateur" nato; con los años, más y más misántropo, más y más mordaz, más y más amoral (que no inmoral). Y en este sentido acabó siendo, en su literatura, como Tod Robbins, o como el Mark Twain que afirmaba: "me da igual que sea blanco, negro o amarillo, si es un ser humano no puede haber nada peor". No sé si Ewers “atacó” a los africanos, o a los chinos, pero sí sé, porque lo he leído, que su burla alcanzaba a los ingleses, a los norteamericanos, etc. Su patriotismo (que es también el tuyo) me desagrada profundamente, como fan de su obra, y lo hubiera preferido apátrida. En su pasado estoy más que seguro que hay episodios muy negros (en especial en su relación con Crowley, la Thule y esos delirantes rumores sobre "jóvenes machos sacrificados" en sus orgías rituales; sin olvidar que alguno de esos subnormales seguro que también sacrificaban animales), pero a efectos de traducir (o intentarlo) ese cuentecito y publicarlo con unas palabras preeliminares, ¿crees que me importó? ¡pues claro que no! su reacción fue divertida -el más sangriento de los autores fantásticos alemanes poniéndose malo ante una proverbial demostración de barbarie real española-, como divertido es que alguien en pleno 2011 se moleste en su fondo patriótico por esa fantasía que acabó inspirándole (no lo he dicho, pero la historia de los andaluces que se matan a cuchilladas es para mí, sin duda, pura ficción, otra de sus travesuras e impertinencias; los toros y los gallos, eso sigue igual, me temo). No sé qué más puedo decir, salvo que te agradezco el debate, y que tus reflexiones sobre la literatura de viajes en general son interesantes.

Anónimo dijo...

Yo creo que a Ewers se le venera aquí por puro esnobismo. Me pregunto cuántos de sus pretendidos admiradores lo han leído en alemán. Porque mira que no conocer su relato sobre Haití y declararse fan del tipo. Me imagino cómo les sentaría a los haitianos leer hoy cosas tan repugnantes con la que están pasando, los pobres...

En fin, que al nazi le iba el racismo y más lo de ver la paja en el ojo ajeno. Es lo que tienen en común los misántropos fascistas: su amor hacia los animales crece a medida que lo hace también su odio al prójimo. Es lamentable cómo algunos imaginan a un Ewers que no existió, a un ser remotamente "humano" que no fue, y cómo lo adaptan y reinventan a su conveniencia. Es patético es ver cómo algunos acomplejados descubren a una bestia porque les va bien para montar su discurso animalista (yo lo llamaría bestialista) y hasta se creen imitarle. Qué patético.

P.D. Por cierto, lo de los gallos lo inventaron los ingleses.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Me has despertado tanta curiosidad con ese relato del que hablas, querido Anónimo, que prometo traducirlo –del inglés, bitte!- y hasta remitir una copia al embajador de Haití en Alemania. ¡El placer de provocar un conflicto diplomático sólo lo superaría una guerra como Dios manda!

Anónimo dijo...

Pues a lo mejor hago el podcast de este relato. Por cierto, Isaac Basevis Singer solía decir que cuando se trata de animales todos somos nazis. Pues eso.
Google no me deja firmar, pero mi blog es Garrulus Sanguinarium.

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Exacto, aunque unos más que otros. El dios de los animales bendiga a Singer.

Por supuesto, conozco tu blog... Saludos!

Llosef dijo...

¡Buf! ¡Tremendo! Desgarrador y brutal. ¡Y gracias a usted hemos podido leerlo!

Anónimo dijo...

Lo que es desgarrador y brutal es que los que siguen con su matraca del Ewers aún no lo han leído...

Lamentable...

Ela dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ela dijo...

Mmm... creo que Anónimo habla efectivamente desde el desconocimiento y convencido de una acusación que no tiene sentido, o que obtura partes centrales de la vida y obra de Ewers, sin leer esa obra, de primera mano, y ni siquiera a través de interpretes que la mediaticen, a partir de un convencimiento que hace oídos sordos y sin fuentes fidedignas. Sobre las teorías raciales y el expreso 'filosemitismo' de Ewers en su obra, en la trilogía sobre Frank Braun, sobre todo en la primera novela (Der Zauberlehrling oder der Teufelsjäger [1909]) y muy, muy claramente en la última (Vampyr. Ein verwilderter Roman in Fetzen und Farben, escrita en 1916,pero publicada en 1920) es afirmado con todas las letras. Con respecto a la primera novela, me referí a las teorías raciales de Braun en otro comentario, pero repito algo que sí es importante con respecto al supuesto nazismo "de primera línea" de Ewers: en la novela, la raza inferior, es la "bávara", la que reside en el Tirol bávaro, bah, y, Anónimo, ud. sabe bien en qué lugar en Alemania se gesta el caldo de cultivo del nazismo, no? Ahí, precisamente. Así, fundamentar el nazismo antisemita de Ewers, en ese sentido, no es muy lógico. Pero, por si fuera poco, en Vampyr y otros textos, Ewers se refiere muy específicamente al tema. Por un lado, desarrolla el concepto de Kulturnation, que utiliza por primera vez en su ensayo sobre Poe, de 1905 (donde se refiere a la idea de una cosmopolis artística transnacional, precisamente el movimiento inverso al nacionalismo que sí ostenta posteriormente, en Vampyr). Pero lo que luego desarrolla con respecto a ese concepto de Kulturnation (que, en Alemania, antes y especialmente en esta época se manifiesta en contraposición con el de Zivilisation) es la idea de "Der Jude als Pionier des Deutschtums", el judío como pionero de la nación alemana, título de un artículo publicado en Zeitgeist, la sección cultural del Berlín Tageblatt, en 1905. Anonimo tiene razon, Ewers no es uno de los intelectuales, propagandistas, no importa, como guste llamarle, digamos, no es una de las figuras mas... "firmes" en sus posturas ni de las mas consecuentes... muy por el contrario, es contradictorio, controversial y, en muchos casos, sus posturas pueden percibirse como coyunturales (la novela Reiter in deutscher Nacht y el film Horst Wessel podrían ser prueba de ello), pero Vampyr y otros escritos de 1916 demuestran que el filosemitismo de Ewers no es un movimiento acomodaticio (ademas de que, como elección política, el filosemitismo en ninguna época, en una Germania históricamente antisemita, hubiera podido serlo).

Ela dijo...

Más de 10 años después de los textos mencionados anteriormente, durante su exilio, en la Primera Guerra, se publica un panfleto en inglés, titulado en "The Book of Exile". Allí, Ewers contribuye con un artículo titulado: "Why am I a Philosemite", en el que desarrolla las mismas ideas mencionadas anteriormente, que reaparecen en Vampyr, donde Ewers no sólo repite la noción de que la nación alemana y la judía son una unidad cultural y debieran ser una unidad gubernamental, sino que la acción de esta novela más política que fantástica representa una metáfora que se puede interpretar en varios niveles, uno particularmente significativo en términos político-raciales. En su exilio (obligado, claro), en Estados Unidos (una puesta en abismo del exilio del escritor, obviamente), Frank Braun está con su amante judía (que aparece desde la primera novela) y sospecha que su debilidad enfermiza es provocada por la amante, que, Braun sospecha, bebe su sangre como un vampiro durante las noches. Al final de la novela, se devela que el gran ario, el buen alemán Braun, alter ego del escritor, es quien sufre de una enfermedad por la que se alimenta de la sangre de la joven judía, que conoce su secreto y se sacrifica gustosa por amor, brindándole su linfa vital (sabemos la importancia de la sangre en su obra, pero esto es un correlato de su época y las teorías imperantes en la misma) y ocultándole la enfermedad contraída durante uno de sus viajes exóticos... Hacer una correlación con respecto a ciertos acontecimientos de la historia alemana que todos tenemos claros no vendría al caso, pero no deja de ser una posibilidad que la novela habilita metafóricamente, con respecto a quien es el vampiro y quién la víctima, realmente, al final de la novela.

Ela dijo...

En último lugar, con respecto a la veracidad y la fiabilidad de las fuentes y los biógrafos, como ud. sabrá, Anónimo, Ewers tuvo varios biógrafos (Krüger-Welf, Poritzky, son los más tempranos), pero Wilfried Kugel es el más exhaustivo hasta el presente y, de haber leído su biografía y su obra, quizás sabría algo de la quema y prohibición de sus libros y futuras publicaciones, durante el Régimen, luego de su caída en desgracia frente a ese Régimen que había apoyado, ciertamente, pero con el que disentía en puntos tan fundamentales como el visto anteriormente; una caída en desgracia que tiene por causa acusaciones morales, artísticas, políticas, etc. De haber leído ese texto... o, simplemente, la obra de Ewers(esa acusación de falta de lectura que lanza a los demás tan suelto ud., pero de la que no ha logrado escapar...), podría echarle en cara su racismo a Ewers (vamos, que lo era, lo era... ahora, como lo probaría ud., sin haberlo leído?), pero nunca podría decir que fue antisemita. En última instancia, intentar probar el nazismo invariable e incondicional de Ewers, e identificar este nazismo taxativamente con antisemitismo, solo por el hecho de permanecer en Alemania durante el Régimen sería como acusar de prosélitos franquistas a todos los españoles que no emigraron, solo por haber permanecido en su propio país, durante ese otro Régimen dictatorial... Algo que algunos definirían como insensatez o tontería, bah...
Perdón por la extensión de los posts, pero creo que el tema vale la pena... Saludos, signore SALF!

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