FRANZ KAFKA MUSEUM

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En junio de 2005 Praga acogió como permanente la exhibición "La ciudad de K:  Franz Kafka y Praga", originalmente producida por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona como parte de un proyecto que comprendía también el Dublín de James Joyce y la Lisboa de Pessoa. Situado en Malá Strana, en la ribera del Moldava, justo tras cruzar el Puente de Carlos, del nuevo Museo Kafka se podría decir que configura la primera parada en un triángulo que garantiza pasar una buena tarde en la ciudad, junto al Museo Erótico y al Museo de la Tortura de la Ciudad Vieja, apenas a quinientos metros al otro lado del río. Al fin y al cabo, hay mucho -tal vez demasiado- de tortura y sufrimiento en la obra kafkiana como para desvincularla por completo de las brutalmente sofisticadas máquinas de dolor que muestra este último, y por otra parte todavía colea la polémica acerca de la afición de Kafka por la pornografía a raíz de las supuestas subscripciones a revistas alemanas de la época, halladas entre los papeles de su biblioteca que Max Brod se llevó consigo a Jaffa en 1939.

Boutades aparte, vincular a Kafka con Praga es a priori lo más fácil del mundo, pero no deja de resultar absurdo en un sentido profundo. El autor de "El castillo" logró que su literatura se descolgase del espacio y del tiempo, de todo y de todos, incluso de él mismo, desarrollándose en una dimensión paralela eminentemente mental que lo convierte, si no en el mejor, sí en el más universal de los escritores modernos: así, cabe pensar que su obra pueda ser comprendida y alcance sin obstáculos y por igual el corazón y la mente -ese "mar helado del interior"- de un monje Shaolin de la China imperial, de un cardenal envenenador en la Italia renacentista, de un soldado napoleónico, de un esclavo del Egipto de las pirámides, de un mujik ruso, de un oscuro delegado de alguna firma comercial inglesa perdido en el África colonial, de un trekkie obseso de Philip K. Dick, de una aspirante a actriz de Hollywood que sirva cafés en un motel de carretera, de la última esposa del harén de un sultán morisco, de cualquier mercenario genocida al servicio de la nobleza castellana durante la Reconquista, o del ingeniero de cohetes iraní que contribuirá a volar en pedazos Jerusalén.

Pero no sólo la evocación de la laberíntica topografía praguense que vio nacer a Kafka resulta innecesaria -transformada ya en un mundo más allá de este mundo-, sino que a la larga su mismo lenguaje y por ende su literatura devienen en un simple instrumento, una escalera susceptible de ser olvidada tras haber alcanzado y, con suerte, atravesado cierto lugar, al igual que podemos y debemos olvidarnos del Tractatus de Wittgenstein si realmente lo hemos comprendido -la idea es del mismo Wittgenstein, judío como Kafka, y no en vano Kafka, como es sabido, ordenaría a su amigo y editor Max Brod que destruyese su obra tras su muerte, algo que debería ser visto más probablemente como expresión de un deseo que como algo que realmente pudiera haber sucedido alguna vez (ambos se conocían demasiado bien).

El Franz Kafka Museum es, de todos modos, una parada obligatoria si uno visita Praga, siquiera sea porque sus creadores lo han configurado como una experiencia dual y de tono fantástico, en definitiva un juego de espejos (el primer recorrido se centra en la ciudad tal y como la conoció el escritor; el segundo, la muestra ya metamorfoseada a partir de su "mirada fija"); no es casualidad que al poco de entrar el visitante se vea asaltado por reminiscencias del mejor David Lynch, como si esta simulación del universo kafkiano la hubiese diseñado él, uno de sus más conocidos fans (entre los proyectos imposibles de Lynch figura una adaptacíón de "La metamorfosis"; "Eraserhead" es, por otra parte, el definitivo homenaje del mundo del cine a Kafka).

Cartas, manuscritos, diarios, dibujos, fotografías, recortes de prensa, primeras ediciones de sus obras, partes médicos de enfermedad, una genealogía familiar, proyecciones multimedia, instalaciones expresionistas, información esencial y un fondo sonoro absolutamente "unheimlich" que parece prestado de un disco de Woven Hand -grajos incluídos- completan este recorrido onírico, sobre el que tal vez se podría rematar un epitafio con las palabras de Kurt Vonnegut sobre el arte de escribir:

"Dejad que las cucarachas se coman las últimas páginas".

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2 comentarios:

Lucía dijo...

Una entrada más que interesante. Cuando pisé por primera -y única, todo hay que decirlo- vez, las baldosas de Praga me apasionó. De kafka poco puedo hablar, tan sólo he leido la metamorfosis, pero si debo decir que me sumergí en un mundo que pocos libros lo han conseguido. Ahora estoy con el hobbit!! ^_^


Le mando un abrazo inmenso!!

SUPPORT ANIMAL LIBERATION FRONT dijo...

Lucía, qué sorpresa más agradable
Confío en verte otra vez pronto por aquí, eso sería una buena señal, no te parece? ;)
Un abrazo

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