Aunque asociados sobre todo a la época victoriana, los movimientos espiritualistas en su expresión más mestiza cobraron una renovada difusión en la segunda década del nuevo siglo. El Reino Unido estaba literalmente plagado de sociedades secretas y/o esotéricas, entre las cuales la Hermetic Order Of The Golden Dawn no era la menor, y en Alemania y Austria, donde el magnetismo, la histeria y el espiritismo ya formaban parte del clima desde el periodo romántico, comenzaba a incubarse un siniestro ocultismo de raíz pangermánica que, como es sabido, con los años acabaría alimentando a la intelectualidad nazi. Pero los mayores delegados del Mundo Psíquico se mostraban internacionalistas y tremendamente viajeros (de ahí tal vez la fama de espías que acompaña a muchos de ellos, el protagonista de esta entrada incluido): Aleister Crowley por ejemplo fundó la Abadía de Thelema en Cefalú, Sicilia, en 1920, tras diversas estancias en París, Berlín, Londres y El Cairo, proveyendo de titulares escandalosos a los periódicos italianos e ingleses con sus continuas orgías y rituales locos, mientras que Madame Blavatski depositaba los huevos de su doctrina teosófica en todos los rincones de Estados Unidos y Europa, inclusive Francia, fascinada por igual con la filosofía intuicionista de Bergson y los libritos espiritistas de Allan Kardec.
Lejos de imponer una perspectiva basada en la razón, los nuevos y confusos descubrimientos en el campo de las ciencias exactas como la teoría de la Relatividad de Einstein, la física cuántica de Bohr o la formulación de la ecuación matemática de la anti-materia trastornaron todavía más las mentes, agudizando esta singular esquizofrenia humana, tan estimulante y de tan incalculable valor para las artes, como bien podemos intuir leyendo al genial Kandinsky, cuando consigna sus impresiones personales frente a la noticia del descubrimiento de la radioactividad:
“En mi espíritu equiparaba la desintegración del átomo con la del mundo entero. De repente cayeron los muros más firmes; todo parecía inseguro, vacilante y débil. No me hubiera extrañado si ante mis ojos una piedra se hubiera disuelto en el aire, volviéndose invisible”.
El espiritismo en particular se convirtió en algo más que en una moda tanto para las clases altas como para las populares, y por lo que a los médiums respecta, la Gran Guerra y la peste española abonaron un terreno maravillosamente idóneo para el más lucrativo de los negocios: el establecimiento de un cableado directo, previo pago de los interesados por supuesto, entre los millones de muertos súbitamente arrancados del Libro de la Vida y los parientes que se quedaban atrás.
La infancia y juventud de Houdini habían transcurrido en un mundo no demasiado diferente al de Tod Browning, entre caravanas de circo y teatros de mala muerte –estos vagabundeos por la América profunda inspirarían a Paul Auster el personaje del Maestro Yehudi, en su excelente “Mr. Vértigo”–, pero, una vez adquirido su caché, dedicó también varios años a recorrer la Europa culta, de triunfo en triunfo.
Perro viejo en el arte del engaño, pues, Houdini experimentó la picazón de la ira cuando la esposa de su buen amigo Arthur Conan Doyle lo invitó a una sesión de espiritismo entregándole mensajes de su madre muerta, vía “escritura automática”, pero en un muy aristocrático inglés (la madre de Houdini nunca aprendió a hablar más que una jerigonza de alemán, húngaro, yiddish e inglés americano). Su interés por el tema y su indignación se irían incrementando de regreso a Estados Unidos, al observar cómo una troupe de viejos conocidos suyos del negocio del ilusionismo, la magia y las barracas de feria se envestían el traje de Mensajeros Psíquicos subiéndose al carro de la comunicación con los espíritus.
Fue un interés siempre marcado por los rasgos más característicos de su personalidad, es decir: su vanidad, su integridad, el trabajo concienzudo, una curiosidad sin límites y su sentido del desafío. Houdini podía declararse agnóstico en lo que respecta a una posible “vida después de la vida” –como era de esperar viniendo de él, prometió que si existía una posibilidad de escapar del Reino de los Muertos, la encontraría–, pero como maestro “creador de ilusiones” no dudó en desatar una furibunda cruzada personal contra estos médiums a través de charlas y conferencias a lo largo y ancho de Estados Unidos, así como en artículos como el que reproducimos a continuación, originalmente publicado en Liberty Magazine. Los médiums, según dicta la leyenda apócrifa, le devolverían la moneda envenenándolo.
La habitación era amplia y estaba apenas iluminada por un solitario globo rojizo. En un rincón, los rostros de las seis personas sentadas alrededor de una mesita rectangular ofrecían una imagen de irrealidad. La médium era una corpulenta mujer de unos treinta años. Daba la sensación de estar completamente dormida. Los otros se erguían en sus sillas, en una tensa espera. Si comentaban algo era en susurros. A todos los movía un poderoso deseo: el de comunicarse con el muerto.
La semana anterior un hombre de veintiséis años, un joven muy querido, se había ahogado. Se llamaba John Meeker. La impresión había trastornado a su madre. Insistió en organizar una sesión con una médium de la que se hablaba maravillas en la ciudad. El padre se había negado a tener nada que ver con ello, pero superado por las lágrimas de su mujer accedió a arreglar una sesión en la casa de la médium. Y lo hizo inteligentemente, también. Primero, fue a un investigador famoso por sus amplios conocimientos en ciencias y por tener una mente abierta. A continuación, arrastró a un amigo y socio de su empresa. El tercero fue un abogado. El cuarto, muy apropiadamente, un amigo de su hijo, Will Ross. La médium y la madre completaban el "círculo" de seis.
"Cuento con vosotros", había dicho el padre, "para que mi pobre mujer no sea engañada. Está fuera de sus cabales y es una presa fácil. Mantened los ojos abiertos".
Y ahora cumplían su promesa.
En la habitación habían instalado un "gabinete de los espíritus" con cortinas negras. Ross y el científico examinaron la pared tras las cortinas en busca de posibles puertas disimuladas, pero no encontraron nada raro.
A la derecha de la médium se sentaba Ross; a su izquierda, el científico. La mano de cada uno de ellos descansaba sobre la mano de la médium y cada uno de sus pies presionaba sus pies. Los otros se sentaban juntando las manos, completando así el tradicional círculo. Ross se había dicho: "Esta médium no moverá un músculo sin que lo notemos".
Los minutos pasaron lentamente. Le médium se agitaba, suspiraba, entrando en trance. Habló con voz débil, distante, solemne: "Nos hemos reunido aquí para traer con nosotros el espíritu del gran muchacho que ha atravesado las puertas del Más Allá, hacia el Mundo de los Sueños. ¿Hay alguien aquí que haya venido con un ánimo provocador?". Silencio. "Gracias. Permítanme decir una oración".
Los seis se unieron al rezo. Luego, la Mujer Psíquica continuó:
"Frente a mí hay un grupo de observadores que simpatizan con mis esfuerzos. Los muros se están desintegrando entre nosotros y el joven y puro espíritu que habita ahora el Mundo de los Sueños. Siento llegar mi poder psíquico. A todos y cada uno de ustedes, les ruego que me ayuden. Dejen que su mente vibre junto a la mía. Excluyan todo pensamiento terrenal. Entreguen completamente su espíritu a esta sesión".
Una pausa. La médium bajó la voz, susurrando: "¿Era John un chico al que le gustara salir? ¿amaba los espacios abiertos?".
La madre gimió: "Sí"
"Entonces discúlpenme por romper el círculo por unos instantes".
Con gráciles movimientos de gata, silenciosa, rápidamente se levantó, abriendo las ventanas que daban a ambos lados de la calle. El aire de la noche entró en la habitación. Corrió las cortinas de nuevo, murmurando: "Ahora ya no se interpone nada entre nosotros y el Cielo de Dios".
Silencio, y luego su voz de nuevo: "El joven espíritu es novato y tiene miedo. Marchó demasiado abruptamente al Otro Mundo. Esta luz sobre nosotros es una puerta que no puede cruzar. Estorba todas las vibraciones psíquicas. Pero temo apagarla, por miedo a que uno de ustedes pudiera hacerme daño. Sufro por todo este esfuerzo, y un destello en la oscuridad podría matarme, o algo peor. Si puedo hacerme con el chico, lo traeré con nosotros. "Debe" venir. Se halla tan próximo -tan aturdido... ¿Podemos bajar un poco la luz? ¿alguien aquí se opone?"
Por respuesta, unos murmullos en voz baja: "No, oh no".
Un chasquido, y la habitación se sumió en la oscuridad. Fuera, el cielo estaba cubierto y no entraba ninguna luz.
Ross pegó un brinco cuando una voz aguda e infantil rompió el silencio, una pequeña voz de mujer que brotaba de los labios de la médium.
"John, el dulce John eztá viniendo", ceceó. "Viniendo, viniendo, vi-ni-en-dooo".
"Es el control", susurró alguien.
A Ross le habían informado de que el "control" era un espíritu que tomaba posesión de la médium y guiaba a los espíritus del Otro Mundo cuando eran reclamados aquí.
La voz del control continuó: "El dulce John dice que es duro regresar, muy duro".
Ross sintió los dedos del abogado en su mano derecha, crispándose. Mirando hacia arriba, vio un pequeño y vacilante punto de luz moviéndose en la oscuridad, sobre sus cabezas, arriba y abajo.
"El dulce John dice que es tan duro...". Escuchaban de nuevo la voz de la pequeña niña. "Pero lo intenta, lo intenta..."
Mientras esa voz se apagaba, Ross oyó un extraño sonido semejante al zumbido de las alas de un pájaro. Alas invisibles que parecían batir el aire, primero en un rincón de la habitación, luego en el otro. Notó ese aleteo sobre su hombro, casi físicamente.
Oyó la voz de la niña decir: "Oh, Mr. Ross, está usted subiendo, subiendo...". Y entonces notó con espanto cómo su silla se levantaba en el aire y su cabeza rozaba el techo de la habitación. Desde abajo -¿era desde abajo?- escuchó al abogado preguntar:
"¡Ross! ¿dónde se ha metido usted?"
Un instante después su silla caía al suelo con un golpe. Ross respiraba agitadamente con un sudor frío cubriéndole el cuerpo.
"John dice que lo siente, Mr. Ross". Era el control. "No trataba de asustarle. Sólo quiere regresar... Lo ha conseguido, está ahora aquí con nosotros".
La madre dio un grito, maravillada.
Una mano tenuemente iluminada se dejó ver sobre la repisa de la ventana. La madre sollozó. Apareció una segunda mano.
La médium comenzó a gemir, cada vez más fuerte. Ross vio un pie, también envuelto en luz. Dos pies. De forma gradual, una figura comenzó a delinearse en la oscuridad, pero cabeza abajo.
Lentamente, la figura flotó a través de la habitación. Algunas partes del cuerpo desaparecían, luego aparecían, como en un esfuerzo por materializarse. Ross se encogió en su silla, mirando fijamente cómo la figura caminaba sobre el techo. Cuando ésta extendió su mano, frías gotas de agua cayeron sobre la mesa. Comenzó a sentirse enfermo, recordando que su amigo había muerto ahogado.
Y ahora, para incrementar la agonía que comenzaba a invadirlo, se añadió un sonido de borboteos, acompañado de jadeos. Era más de lo que John podía soportar.
La Cosa atravesó el techo, de forma vacilante, hasta deslizarse por la ventana otra vez a las sombras de la noche. Un largo estertor de agonía vino de la médium y acabó de forma súbita con un silencio que nadie se atrevió a romper. Ya estaba despertándose de su trance. Un instante después encendía el globo rojo. Todos estaban convencidos, más allá de cualquier átomo de duda, de que habían visto al espíritu de John y sentido las gotas de agua que procedían de su húmeda tumba. El químico, con su autoridad de hombre de ciencia, declaró que la médium era auténtica.
Una semana más tarde, durante una segunda "sesión", una trompeta impregnada en fino polvo de carbón de modo tal que se impresionara en ella cualquier huella fue colocada en el centro de la mesa. Cuando las luces se encendieron se pudo ver en ella el inconfundible relieve de una mano. Le médium aseguró que había sido John, el hijo ahogado. Pero el padre de John se mostró escéptico. "Dadme una semana", dijo: a John le habían tomado las huellas una vez cuando se alistó en el ejército, y otra cuando solicitó el subsidio por veterano de guerra.
La excitación en toda la ciudad fue mayúscula cuando el padre realizó un viaje a Washington expresamente para comparar las fotografías de las huellas de la trompeta con las de los registros del Gobierno. Al regresar, su semblante era grave y sombrío, y reflejaba el impacto de una fuerte impresión. Las huellas habían resultado ser idénticas. Agitado por tal descubrimiento, no sabía ya qué creer. Ross por su parte no albergaba dudas, y llegaría a convertirse en un convencido espiritualista.
Ahora, echemos un vistazo a cómo se gestó y se llevó a cabo toda esta mascarada.
La verborrea es para un falso médium algo tan esencial como lo es para cualquier otro charlatán. De ahí los solemnes rezos, las alusiones al "joven y puro espíritu" lanzadas al corazón de la madre, las exhortaciones a los presentes. La voz del “control", naturalmente, era una actuación de la propia médium. Por lo que respecta al "luminoso y parpadeante" espíritu: Ross y el investigador habían examinado las paredes tras el improvisado gabinete, pero tal como haría cualquier persona inexperta, no lo hicieron con la minuciosidad que hubiera sido de desear. Tras esas cortinas negras había una pequeña puerta corredera, instalada sobre silenciosos goznes, su abertura inteligentemente disimulada por los paneles. A una señal de la médium, salió de ella uno de sus dos cómplices, ambos, por cierto, acróbatas muy hábiles. El que hacía de "espíritu iluminado" iba vestido parcialmente con ropa negra; llevaba también zapatillas de deporte, que no emitían el menor sonido. En su mano una barra, larga y flexible, con la punta impregnada en fósforo. Con este chisme le resultó fácil crear esa misteriosa, ondulante sensación de algo a medio formar.
Para producir el sonido de alas, el cómplice vestido de negro simplemente soltó una paloma previamente tintada o ennegrecida, sosteniendo un cordel atado a sus patitas y dejándola que revolotease unos instantes sobre los asistentes, y retirándola al poco.
La ilusión de "levitar" -cuando Ross pensó que era alzado con su silla hacia el techo- depende la de la sugestión de la víctima y de su propia imaginación. Es un truco muy viejo. Después de que la médium indujese esa idea en su mente ( “"Oh, Mr. Ross, está usted subiendo, subiendo...”), un cómplice inclinó hacia atrás la silla y luego, ayudándose de una mano y de un pie, levantó el asiento, apenas unas pulgadas resultó suficiente. En ese preciso momento el asistente alargó la mano libre sobre la cabeza, rozándosela. La oscuridad y los nervios hicieron el resto.
La asombrosa visión del fantasma andando por el techo cabeza abajo requirió las habilidades de los dos acrobáticos asistentes de la médium, a uno de los cuales, con gran cortesía, había abierto la ventana utilizando un pretexto. A este se le había embadurnado con pintura luminosa, mientras que el otro iba enteramente de negro, hasta la última pulgada de su cuerpo. El primero, tras el pequeño show con las manos en el alféizar de la ventana, hizo una cabriola poniéndose boca abajo y entonces su compañero de negro lo tomó de los hombros y de este modo cruzaron la habitación, salpicando a los asistentes con el agua de una esponja que sostenía en su boca o en su mano -de este singular modo "regresó" John de su húmedo sepulcro, "caminando" sobre el techo.
Para ahogar cualquier posible ruido la médium continuaba su cháchara quejumbrosa y llena de lamentos, adornándola con espantosos ahogos que pusieron los nervios de los asistentes a flor de piel. Luego, a una señal suya -cualquier palabra acordada-, los cómplices salieron por la otra ventana.
La reproducción de huellas de personas muertas tiempo atrás es una de las estafas más brillantes de los espiritualistas. Se hizo de la siguiente manera: el médium, o cualquiera de sus cómplices, se las ingenia para colarse en la funeraria bajo cualquier excusa y una vez allí toma las huellas del muerto. Esto se hace con un molde, y si se hace bien, produce una réplica exacta de una mano, hasta la última línea. Huelga decir que esto se lleva a cabo sólo cuando se tiene la seguridad de que, en vida, al difunto se le han tomado las huellas alguna vez. Durante la sesión de espiritismo, aprovechando un momento de oscuridad, simplemente se presiona este molde de goma en la trompeta ennegrecida con carbón.
Cuando hablo acerca de los embustes de los "psíquicos" no lo hago como un advenedizo; durante muchos años tuve oportunidad de asociarme con ellos, y observarlos fue parte esencial de mi investigación. Al final yo mismo organicé sesiones espiritistas como médium independiente y pude poner en práctica todos estos trucos.
Mi decepción ante cualquier posible "revelación" era a esas alturas completa. Pero me familiaricé con su modus operandi, y, modestamente, puedo afirmar que si me diese por decir que gozo de poderes psíquicos, podría pasar por un médium auténtico. De hecho cierta gente insiste en que poseo poderes psíquicos, a pesar de que he repetido miles de veces que mis performances se basan en métodos "no ocultos" regidos por las leyes naturales.
Recuerdo un divertido caso sobre una de estas "manifestaciones". Una vez me hallaba viajando por el Oeste con una compañía que dirigía un tal "Doctor" Thomas B. Hill. En ese momento estábamos perdidos en un pequeño pueblo de Kansas. El "Doctor" Hill estaba desesperado. Al final me preguntó: "Houdini, ¿podrías conseguirme alguna clase de show para el domingo por la noche? Podría hacerlo pasar por algo religioso. Tú te encargarías de la parte del espíritu que escribe en la pizarra y del truco del armario". Yo accedí a organizar la performance.
Al sábado siguiente, podía leerse en el periódico un titular anunciando que Houdini, el médium mundialmente famoso, había consentido en ofrecer una de sus celebradas "sesiones": pianos flotando en el aire, mesas inclinadas y espíritus escribiendo en pizarras mensajes del más allá en puño y letra.
Bien, esa noche el Opera House estaba a reventar. Di la que fue, sin la menor duda, la mejor actuación que habían presenciado en ese pueblo. A la gente los ojos se les salían de las órbitas. Escuché que comentaban: "No puede ser un truco. ¿Cómo ha podido saber -él, un completo extraño- todo lo que dice, si no es escuchándolo de boca de los espíritus?". Y todo el teatro se llenó de cuchicheos de admiración.
Ahora explicaré cómo había preparado toda la sesión. Ese domingo por la mañana me di una vuelta por el cementerio del pueblo acompañado del anciano sacristán y del parroquiano más viejo que pude encontrar por la calle, el viejo Tío Rufus -los dos convenientemente sobornados para no decir luego una palabra. Copié nombres, apellidos y fechas que encontré grabados en las tumbas. Y lo que las tumbas no me dijeron, Tío Rufus se encargó de completarlo.
Supe tanto de la gente de ese pueblo que al terminar mi performance dos hombres de negocios entraron en mi vestuario. Cada uno de ellos me dio veinticinco dólares por desaparecer y no repetir la sesión a la noche siguiente. No querían más esqueletos de familia desvelando olvidados secretos delante de todo el mundo.
Los trucos de los médiums darían para llenar un volumen. "Margery" (Mrs. Le Roi G. Crandon), la famosa Psíquica de Boston, usaba algunos de los más astutos subterfugios que he tenido la oportunidad de descubrir. Y lo eran en virtud de su simplicidad. Yo fui uno de los comisionados elegidos para investigarla cuando produjese "manifestaciones" a fin de hacerse con el fondo de dos mil quinientos dólares ofrecidos por Scientific American a todo aquel que produjese fenómenos supernaturales auténticos.
Su método para hacer que la mesa levitase, estoy convencido, era maniobrar hasta meter la cabeza debajo y luego levantarla. Desde la publicación de mis revelaciones, la señora ha elaborado una nueva lista de trucos. Es significativo que nunca haya aceptado mi oferta de diez mil dólares por ofrecerme una "manifestación" que yo no pudiese reproducir o explicar por medios lógicos y naturales.
Por supuesto, teniendo en cuenta que los médiums insisten en trabajar en la oscuridad o semi oscuridad, comprobar algunas cosas se convertirá en algo imposible. En la penumbra es fácil para un invocador de espíritus levantar una mesa con una pieza de acero proyectada desde su manga, o con un gancho oculto en sus ropas.
Los "golpes", el más usual de los fenómenos espiritistas, son producto a veces de unos dedos húmedos deslizados suavemente hasta el centro de la mesa, o de pedazos de madera o similar adosados a las rodillas. Las famosas hermanas Fox realizaban sus asombrosos "golpes" ¡haciendo crujir las articulaciones de sus grandes pies!
El sonido de campanillas, los cascabeleos o el traqueteo de castañuelas se llevan a cabo a veces liberando una de las manos extendidas sobre la mesa. Los que se sientan al lado no se percatan de que cada uno de ellos está estrechando sólo "parte" de una misma mano del médium.
Los "espíritus luminosos" han llegado a ser producidos por tachuelas luminosas insertadas en los zapatos del médium. El médium sólo tiene que levantar un pie en la oscuridad y moverlo. Sin más.
El "ectoplasma" es una substancia vaporosa supuestamente emanada del cuerpo del médium que asume diferente formas espirituales. Yo he asistido a sesiones de algunos que se decían capaces de producirlas -la más notable, la Psíquica francesa Mademoiselle Eva-, pero nunca vi otra cosa que pueriles juegos malabares. Velos blancos deslizados fuera del bolsillo han ayudado a producir estas "manifestaciones ectoplásmicas", entre otros trucos. Cualquier cosa que pueda esconderse en la boca y que pueda luego sacarse, o inflarse, sirve para ello: globos y vejigas de goma, algodón impregnado en grasa de ganso, o tiras arrancadas de cualquier sitio. ¡No muy espiritual que digamos!
Obtener información sobre los clientes es la piedra angular del espiritista, y los caminos que toman para conseguirla son asombrosos. Algunos de ellos inspeccionan las esquelas de los periódicos, llevan la cuenta de las noticias sobre matrimonios y mantienen un índice de los nacimientos. En otras ocasiones intervienen las líneas telefónicas. De algunos de ellos se sabe que han pagado a periodistas y gente de los periódicos, para que les filtren pruebas de imprenta para así predecir “futuros” acontecimientos
En estos momentos se ofrecen veintisiete mil dólares a cualquier médium que pueda probar su autenticidad. ¿Vemos acaso una estampida de médiums hambrientos de conseguir ese dinero? Muy al contrario, los Psíquicos se han vuelto reservados y evitan dar un paso al frente, contradiciendo el habitual descaro que muestran en sus consultas. ¡Quizá estos tests son demasiado exigentes para su gusto!
El 50% de la gente desea en el fondo que la engañen. Pero, ¿cómo es posible que también hayan podido engañar a científicos tan prominentes como Sir William Crookes, Sir Oliver Lodge, William James y psicólogo francés Carles Richet, hombres dueños de mentes supuestamente analíticas y sensatas?. Por no hablar de escritores eminentes, como el honesto, aunque completamente engañado Sir Arthur Conan Doyle. La razón puede ser que los científicos, filósofos y psicólogos viven en un ambiente donde la honestidad se da por supuesta. Les resulta inconcebible que tan burda mascarada pueda ser auténtica. No comprenden lo que tienen ante sí: a los representantes de la más antigua y sucia de las profesiones.
Los falsos médiums buscan y escogen a sus víctimas entre los desgraciados y los afligidos por una pérdida. Los embaucan, les roban su dinero, y si hace falta los conducen a la locura. En un artículo en la revista “Truth”, el Reverendo P.J. Cormican calcula que sólo en Inglaterra treinta mil personas sufren trastornos mentales por la presión anormal a que los someten los espiritistas. Esta amenaza no se limita sólo a las Islas. Cualquier profesional en problemas mentales de los Estados Unidos nos pintará un panorama similar. Es un peligro que exige una legislación drástica.
2 comentarios:
Extraordinario testimonio; ya conocía uno la faceta de "Cazafantasmas" de Houdini y su mayúsculo cabreo con la esposas de Conan Doyle, pero leer estos testimonios del propio mago es impagable... Muchas gracias!!
Uff, Abuelito, la información de 1ª, 2ª y 3ª mano que hay sobre Houdini es tan... abrumadora, que se necesitarían tres vidas para abarcarla. Ojalá fuera así con tantos otros pequeños mitos interesantes, claro!
Publicar un comentario